jueves, 28 de julio de 2011

Indecisión

El balcón de la casa era siempre su lugar para pensar. Allí, Diego leía, escribía y permanecía ensimismado por horas. El balcón era a la vez sitio de reflexión y de vigilancia. Desde allí no sólo veía el barrio en completa perspectiva, sino que podía fisgonear a sus anchas y sin ser visto, a las parejas que se besaban, a los que peleaban, a los niños que tocaban los timbres y salían corriendo, a las vecinas que se robaban las flores de los antejardines, a los jóvenes que armaban sus cigarros de marihuana y a los pordioseros que pedían de puerta en puerta con un discurso aprendido de memoria.

Aquel balcón fue siempre un sitio solitario y silencioso y también se convirtió en palco preferencial. Una noche de solsticio, en aquella tribuna, repasó su vida capítulo a capítulo; la reconstruyó. Escribió una lista sus errores y sus aciertos en la que la primera fue mucho más extensa. Aquella noche la pasó completa mirando hacia la calle y decidiendo qué hacer con su vida. El amor, los negocios, el estudio y el trabajo pasaron por aquella balanza nocturna; sobre todo lo primero. La lluvia pertinaz hizo que los escasos transeúntes que cruzaron frente al balcón pasaran raudos mientras él seguía su tarea. Al amanecer, cuando apareció el sol en el oriente, las decisiones tomadas en aquel balcón estaban escritas en el portátil. Sin embargo, al leerlas en voz alta, Diego recibió un golpe en su interior, algo le dijo que aquellas decisiones ya estaban trasnochadas. Desde entonces, recorre la casa buscando un lugar para pensar.

lunes, 25 de julio de 2011

Cuarto de siglo

Habían pasado 25 años y por primera vez él, lleno de sinceridad y despojado del orgullo que lo caracterizó toda la vida, reconocía sus sentimientos. Mientras tanto, ella  seguía esperando en silencio a que el rosal del patio floreciera en invierno.

sábado, 23 de julio de 2011

Árboles y luces

Aquella madrugada, mientras veía llegar el amanecer a través de una pequeña ventana, acostado boca arriba, amarrado a los lados, con un gran dolor en la parte baja de la espalda  y una buena dosis de morfina en el cuerpo, recordé la sentencia de mi amigo Antonio: “a nadie le gusta viajar en ambulancia, sobre todo si el puesto que se ocupa es el del paciente”. En medio de la traba, al compás de una destemplada sirena, vi pasar rápidamente los árboles de las calles y las luces de la ciudad. Sentí que el mundo estaba en un desorden similar al que tenía mi cuerpo por dentro. Tomé aire, quise calmarme pero no pude, y en medio del desespero pensé en que las ambulancias son lo más parecido a los carros mortuorios. La posición en el vehículo es muy similar. La diferencia puede ser que en las ambulancias el dolor lo tiene el que va acostado y que la velocidad del carro es mayor. Pasaron varios minutos y el dolor de la espalda superó los efectos narcóticos y sedantes de la droga que entraba al cuerpo mezclada con el suero. Al llegar al hospital, los enfermeros me bajaron rápidamente, con sumo cuidado. Al lado, estaba otro vehículo al que me trasladaron. Perdí el conocimiento y aquí estoy esperando. Quisiera saber si las luces del frente son las del quirófano o las del túnel. Son tan similares como las ambulancias y los carros mortuorios.

miércoles, 20 de julio de 2011

Insectario de sueños

Era una casa antigua, con algunas paredes de tapia, un portón viejo y un patio gigante en el que se perdían los recuerdos. Tenía siete habitaciones, una cocina más vieja que la casa, dos baños, un pasillo de los que en los pueblos llaman zaguán, y una sala tan grande como el miedo que me producía quedarme allí solo. También, había un solar con cara de selva amazónica, saturado por un montón de maleza que a mis escasos 10 años de edad me servía para entender el trapecio amazónico del que tanto hablaba el profesor de geografía.  Por más que cortábamos y limpiábamos aquellos arbustos, al otro día amanecían de un tamaño gigante, como sembrados a propósito por algún vecino desquiciado al que nunca pudimos descubrir o por algún sujeto mitológico, al que sólo yo podía ver, que aparecía en las noches, azadón en mano, para hacernos la maldad. A mi primo Luis y a mí nos tocó repartirnos los siete días de la semana para limpiar aquel inmenso solar en el que diariamente construíamos historias y descubríamos diferentes especies de insectos. Ya en la escuela, dos años atrás, la señorita Regina nos había vendido la idea de capturar insectos para coleccionarlos en un corcho cuadrado al que con demasiada obviedad no le cabía otro nombre sino el de “insectario”. Con lluvia o con sol, a mi primo y a mí nos tocaba llegar del liceo a cumplir la tarea de jardineros y campesinos que la tía Fanny nos escrituró. Yo odiaba aquel solar. Todavía lo odio. Gracias a mi tía, a mi primo Luis y a las recomendaciones tempraneras de la señorita Regina, me convertí en un cazador de insectos demasiado sectario. Hoy en día, ese corcho ha crecido desproporcionadamente, tiene clavadas más de 2000 especies y ocupa un lugar  en todos mis sueños.

jueves, 14 de julio de 2011

Frío

Aquella noche, frente al muro de ese frío  callejón, Julio  sintió que el mundo se acababa. Era febrero del 2008 y realmente no fue así.  El mundo siguió su curso, pero Julio perdió el suyo.

miércoles, 13 de julio de 2011

Virus

Aquella mañana, Salvador sintió que su vida llegaba a la frontera. La fiebre era constante, el escalofrío no cesaba, la resequedad en la garganta le molestaba desde la noche anterior y el dolor en los huesos lo amarraba a una sábana con la que no alcanzaba a cubrirse las dos piernas. Tenía los síntomas del virus de moda, aquel del que se enteraba a diario por el pequeño radio de pilas que le servía de conexión con el mundo del que se había aislado. Sabía que su enfermedad no era producto de un contagio, pues hacía más de un año que había decidido vivir solo en aquella montaña y la única persona con la que entraba en contacto cada dos meses era Luisa, la dueña de la tienda de aquel corregimiento perdido en la cordillera.  En cinco ocasiones, ella le había dejado el mercado básico sobre  el mostrador de madera, y él, a su vez, la misma cantidad de veces en un años,  le había dejado el dinero  exacto de la compra. Comenzó a desfallecer. La película de su vida comenzó a proyectarse en su cabeza. Trató de reaccionar, pero no pudo. En medio del delirio, descubrió que estaba enfermo de soledad. No tuvo fuerzas para esperar el mes que le faltaba para regresar a la tienda.

martes, 12 de julio de 2011

Muerto

Al destapar el féretro me sorprendí con el rostro del cadáver. Era casi idéntico a mí, tenía las mismas facciones y hasta se reía igual; pero no era yo. Aquella noche decembrina del 64 entendí que los ataúdes no son más que espejos que reflejan el alma.

lunes, 11 de julio de 2011

En la playa

Gustavo llegó a la orilla y miró fijamente el mar. Por un momento, Andrea se le metió en sus pensamientos hasta que una fuerte ola vino y la arrebató de su cabeza para llevársela mar adentro.