miércoles, 30 de octubre de 2013

Encierro

Lo único que llevaba en su mano era una bolsa plástica de supermercado en la que había echado los implementos básicos de aseo: un jabón, una toalla y una peinilla. En el bolsillo de atrás de su jean, raído en medio del tropel, tenía la billetera con su cédula, la libreta militar, una estampita de María Auxiliadora que le había regalado su abuela antes de morir y la foto de una mujer  guapa, malgeniada, de unos 36 años de edad, con un vestido casual y una sonrisa extraña. Por esa mujerestaba allí. 

Después del registro en la entrada pasó a un patio lleno de extraños. Allí, sentado en un rincón, casi invisible a los demás, pensó en dos cosas que no podía entender: la inusual sonrisa de infelicidad que puso ella ante el fotógrafo para ese retrato que lo acompañaba, y la agresiva reacción que él había tenido cuando supo lo de ella con el fotógrafo. 20 años después, antes de salir, entendió lo de la sonrisa. 

martes, 29 de octubre de 2013

Diagnóstico a mitad de camino

La enfermera avanzó hacia mí con la jeringa en la mano. Hacía su trabajo. No le importaban ni mis gestos de dolor ni mi reiterada advertencia del terror que le tengo a las agujas. No era la primera vez, el ritual se repetía desde hace dos meses, tres veces por semana. Una vez más sentí el paso del algodón  frío por la parte alta de mi glúteo. "¿No vas a aprender a no tensionarte?". Los músculos estaban endurecidos. Un nuevo pinchazo. Al lado, el médico internista miraba al infinito, al mejor estilo del doctor Tulp de Rembrand, no me miraba a mí. La enfermera desapareció al tiempo que yo volvía a vestirme. El doctor seguía ahí mirando a ninguna parte. Tal vez por eso no me vio salir. Tal vez por eso no ha notado que jamás volví. Algunas noches, como la de hoy, celebro haberlo dejado con su diagnóstico a mitad de camino. 

domingo, 27 de octubre de 2013

La partida

Si hubiera conseguido que me dijera algo no tendría tantas preguntas persiguiéndome. ¿Qué cuentas tenía pendientes?, ¿qué le debían?, ¿qué le faltaba por hacer?, ¿qué quería que supiéramos?, ¿qué le hacía falta escuchar?, ¿qué era lo que callaba?. Ocho meses y nunca me dijo nada. Ni a mí, ni a nadie. Ocho meses mirándola cuando me atrevía a ir, y ni una palabra. Solo hubo contemplación, nunca hubo señales. Siempre me dio la impresión de que estaba disgustada o furiosa, y que a eso obedecía su silencio. La habitación permanecía en silencio. La gente entraba y salía con una una sola expresión. El día que se fue, simplemente se quedó dormida. Yo me quedé huyendo de las preguntas, para evitar buscar las respuestas. 

miércoles, 9 de octubre de 2013

De carambola

Y allí estaba él. En la cuarta fila, la de los amigos más cercanos del novio. Era la sexta boda a la asistía en menos de un año. Todas las veces la sensación  era la misma, la de tener su cuerpo en un recinto religioso y su mente en un lugar lejano. Delante de él veía a aquellos parientes de los que Andrés nunca le había hablado, porque no los conocía. Al lado, estaban los muchachos de la oficina.  Atrás, los mismos curiosos de cualquier otra iglesia. En medio de la liturgia decidió salir a tomar aire en el atrio. Respiró profundo y decidió irse al billar. bastaron 29 carambolas para convencerse de que Andrés era él. 

domingo, 6 de octubre de 2013

Reclamos...

Luisa siempre creyó que la vida la había engañado. A sus 16 años sentía que merecía ser una mujer inteligente y querida por sus padres. Su salud empeoraba al mismo paso que la condición económica de la tía abuela que se hizo cargo de ella, luego de haber sido rechazada por cuatro familiares más. Pensaba que su madre no tenía que haber muerto cuando ella apenas era una niña y que su padre no tenía razones para haberla abandonado. Le reclamaba a todos su derecho a ser una mujer feliz. Con el paso de los días, frente al televisor, viendo los realities, entendió lentamente que hay que hay vidas peores, y que la cercanía de la muerte elimina los rencores y el dolor.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Infidelidad literaria

Sofía vivía metida entre libros. La biblioteca era su lugar en el mundo. Ya había disfrutado hasta el éxtasis ocho centenares de textos, entre novelas, filosofía, libros de viajes, algo de esoterismo, poesía y sobre todo, cuentos cortos. Para ella, leer no era un acto de humildad sino de amor absoluto. Así vivía. Por eso, el día que decidió salir de su encierro para mirar el callejón, recorrer el barrio y pasear por el mundo exterior, entendió que esas aventuras exploratorias y fugaces  fortalecen los amores puros y sinceros. En la noche regresó a sus libros, se aferró a ellos y les pidió perdón.