sábado, 23 de noviembre de 2013

Nublado

Despertó en el avión y descubrió desde el aire un país extraño, en el que solo había nubes. Blancas, gruesas y mecidas por el viento. Miró el reloj y descubrió que se había detenido a las 3:43 de la mañana. El vuelo había despegado en la capital a las 10:30 de la noche y por el rayo de luz que golpeaba su ventana calculó que eran más de las 11 de la mañana. Fijó su mirada en los cristales de nieve que empezaban a aparecer. En cuestión de segundos se vio totalmente rodeado de un blanco frío. ¿Dónde estaba?, ¿sobre qué país viajaba?, ¿qué habría más allá del horizonte?, ¿por qué sentía la pesadumbre propia de las madrugadas en vela?. Las preguntas lo aterrorizaron. Se sintió en un cielo perdido. Cerró los ojos para despertar. Eran las 3:44 de la madrugada cuando miró por la ventana y solo vio nubarrones.  

jueves, 21 de noviembre de 2013

Tempestad de letras

Caía la tarde y una nube negra que se asomaba en las colinas del oriente presagiaba el aguacero que caería una hora después sobre el Valle. Era un presagio. Una mancha de sol humedecía los muros de la unidad residencial en la que vivía el médico con sus dos hermanas. Las 5:30 y el viento soplaba con fuerza sobre la ventana que daba a la calle. Cuando las primeras gotas golpearon con rabia las calles del sector, la nostalgia se apoderó de todos los rincones del apartamento. No había escape. Tenía fantasmas, humillaciones y tristezas acumuladas. El médico encendió su computador, puso sus dedos de cirujano sobre el teclado y dejó que las letras llovieran. 

sábado, 2 de noviembre de 2013

El encierro

El abuelo no estaba muerto; solo padecía de un profundo cansancio. Aunque la familia entera miraba su cuerpo con desdén esperando la noticia de su deceso, él luchaba amodorrado contra la fuerza de las que serían las últimas medicinas aplicadas. Para los que rodeaban la cama, su estado era de inconsciencia; pero él aún se sabía despierto.  Sabía lo que pasaba, los escuchaba a todos, le incomodaban los susurros, lo aturdía el abrir y cerrar de la puerta, los veía allí sentados frente a él esperando que el médico dijera las palabras esperadas; y por supuesto, sufría. Cuatro meses después, sentado frente al mar, escribió en la arena estas palabras: "no hay peor encierro que el silencio y la indiferencia".