domingo, 4 de mayo de 2014

Ginebra con limonada

Solo se me ocurrió pedir una ginebra con limonada. Este trago, algo exótico para un menor de edad procedente de un barrio marginal, lo conocí un día que el papá de una amiga rica se embriagó con sus amigos mientras yo pasaba la pena de conocer a toda la familia. El mesero me lanzó una mirada inquisidora, la cual calmé con un billete sobre la mesa. Estaba tomándome un trago en el bar más costoso que había en la ciudad, como se lo había prometido a ella desde el primero hasta el último día. Tanto el anciano que me atendió como yo sabíamos que mi trago era de clase, pero yo no.

Lo probé, lo saboreé y empecé a tomármelo con lentitud. Cuando iba por la mitad, subí la copa a la altura de la cabeza y grité con fuerza ante la mirada de sorpresa y de reproche de los pocos asistentes al bar aquella noche de martes: ¡a tu salud!... El silencio fue cómplice de aquel momento casi eterno, que solo se rompió con la escandalosa aparición de los 10 policías que entraron por mí. Un asesino de mujeres como yo, a los 17 años de edad, podía darse el lujo de tener una celebración con clase, pero no un arresto silencioso.