domingo, 15 de diciembre de 2019

Adiós banda sonora


Para Ángela, la voz de Javier era la banda sonora de su vida. Lo conoció cuando tuvo uso de razón. Creció jugando con él por las calles del pueblo. En la adolescencia fueron los mejores amigos. Estudiaron juntos en el liceo; iban a conciertos, a paseos y a partidos de fútbol. Eran amigos alcahuetas. Cuando ella se casó, Javier fue el que ofreció el brindis. Cuando se divorció, él estuvo a su lado para las vueltas notariales. Javier siempre tuvo las palabras adecuadas para amenizar sus mejores momentos y para acompañar sus dramas.

La tarde del segundo domingo de diciembre, sin ella saber por qué, Javier dejó de hablarle. Desapareció de su vida. La bloqueó en las redes sociales y en el teléfono celular. Dejó su apartamento vacío. Esa misma semana, preguntando por él en la oficina de profesores del colegio en el que trabajaba, Gustavo, su compañero de rumbas, le dijo que hace ocho días después de tomarse unos tragos, de una manera apresurada y extraña, Javier se había ido del país. Que únicamente había dejado una nota con un postit en la pantalla del computador. Ángela miró la pantalla y vio el papelito pegado. "Con mi música a otra parte", decía.

jueves, 12 de diciembre de 2019

La mirada tatuaje

El primer jueves que la vio sentada en el aula creyó vivir un "deja vu". La sensación se repitió muchas veces cuando se la encontró en otros espacios. Solamente el sábado que la tuvo al frente en una jornada de capacitación entendió que no se trataba de un recuerdo sino de un sentimiento que le inquietaba bastante y el cual quiso ignorar por un tiempo. La vida laboral los hizo coincidir nuevamente una tarde en medio de un verano hermoso. Ese día se cruzaron en una mirada que nunca se quiso borrar. Se enojaron, se distanciaron y se dejaron de hablar por años. De nada valió. La marca se había hecho tatuaje y se quedó en la piel de ambos para siempre. 

lunes, 4 de noviembre de 2019

De Buenos Aires a Bogotá

Adelaida no llegó en el vuelo de las 6:00; tampoco en el de las 8:00. No llegó en ninguno que viniera de Buenos Aires a Bogotá ese día. Ni las semanas siguientes. Sin embargo, Manuel nunca perdió la esperanza. Se pasó tardes enteras, durante ocho meses, sentado en el café del pasillo de las llegadas internacionales. Se aprendió los horarios de Latam, Avianca, Copa y Aerolíneas Argentinas. Cada que salía un grupo de pasajeros se dedicaba a observar los detalles de sus trajes y sus maletas. Varias veces le sonrió o le agitó la mano a alguien que no lo conocía . Hasta se habituó a saludar a cuanto pasajero cruzaba. 

Se imaginaba a Adelaida en cada figura femenina solitaria, de buena estatura, que salía de inmigración y pasaba frente a él llevando solo un bolso de mano. Hasta lloró de emoción un día que vio salir una rubia sonriente con un vestido color rosa, idéntico al que tenía Adelaida el que día que se fue. De tanto ir al aeropuerto, se hizo amigo de Astrid, la chica de la cafetería; de Manuel y Jorge, dos maleteros conversadores que era más el tinto que tomaban que las maletas que cargaban; y de Martínez y Salgado, los dos policías que rondaban en el sector. Todos ellos veían en Manuel a un loco inofensivo que todas las tardes esperaba a una Adelaida imaginaria y que un día cualquiera no volvió. 

sábado, 19 de octubre de 2019

El clímax de la historia

4:17 de la madrugada. Sábado. Afuera caía una llovizna leve. Habían tenido una noche intensa y la madrugada los sorprendió conversando. Realmente la que hablaba era Ana. Víctor solamente se limitaba a escuchar, y a interrumpir el monólogo  con alguna pregunta corta que buscaba precisiones innecesarias en la historia. Él le asintió varias veces y hasta cerró los ojos un rato largo, con cara de escuchar con atención. 

El reloj mostró las 5:45 de la mañana. Era la hora de interrumpir el relato, que a esa altura iba por la mitad del recuerdo detallado que ella rememoraba. Víctor salió de la cama, recogió la ropa, se vistió rápidamente y se cepilló los dientes. Ana seguía con su narración, sin pausa, sin percatarse de que Víctor se estaba despidiendo. Lo acompañó hasta la puerta, le dio un beso en la frente, puso el cerrojo y lo observó desde la ventana hasta que se perdió en la calle que desemboca a la estación del Metro, protegido por su paraguas. Ella siguió hablando sola, estaba en el clímax de su historia. 

domingo, 13 de octubre de 2019

Cuento 181

Se miraron y entendieron que el deseo solo existía en los recuerdos. Nunca habían hablado del tema. Esa noche no fue la excepción. Guardaron un silencio tenso. Ambos sabían que habían cometido muchos errores. El más grande, evitarse, incluso cuando se volaban juntos los fines de semana a un pueblo del oriente. Sofía quería hablar, enumerarle los recuerdos, analizar cada vivencia, hacer un balance de los yerros cometidos, recapitular el tiempo compartido y pedirle perdón por no haber hecho su parte. Mateo solo quería un ron y escribir una historia. La botella quedó vacía. La habitación también. En el nochero se quedó una libreta con varios cuentos enumerados. El último se titulaba "cuento 181". 

viernes, 11 de octubre de 2019

Una sonrisa problema

Valentina abrió los ojos y la mancha de luz que entraba de frente por la ventana la encegueció un poco. En contraluz solo pudo ver la indescifrable sonrisa de Andrés. Nada gracioso estaba ocurriendo, pero él sonreía, como siempre. Para ella, solo se trataba de un despertar más. Se sintió extraña, incómoda, fastidiada y molesta. Él la miró un rato largo, en silencio, volvió a sonreír, cogió su mochila y salió de la habitación. Se fue a recorrer el mundo y nunca más regresó. Desde entonces, ella mira todos los días sus publicaciones en redes. La sonrisa en cada foto es el símbolo de su ausencia. 

miércoles, 9 de octubre de 2019

El camino es culebrero

El camino era largo. No tenía una sola recta. La carretera era plana, de tierra, estrecha e irregular. Siempre igual. A veces daba vueltas en u y parecía devolverse. A José le encantaban esos tramos, porque estaba convencido de que solo cuando daba la vuelta él descubría sus culpas y sus pecados. Él avanzaba rápido hacia la pequeña vereda de la que había salido hace 17 años, y en esos tramos extraños en que el camino parecía devolverse daba pasos lentos. Repasaba sus miedos y encontraba sus lados oscuros. Cuando la vía lo mandaba hacia el otro lado volvía acelerar. Quería llegar pronto. Tenía mucho que contar, pero también quería devolverse para ver sus fantasmas. Hacia adelante estaba lo seguro: volver a la tierra, encontrar su familia y quedarse allí para siempre. Hacia atrás estaban sus misterios, sus bajezas. Algo lo halaba hacia adelante, pero muchas cosas lo amarraban atrás. Corrió rápido y caminó lento. Cuando cayó la noche ya no sabía cuál era el camino correcto, si adelante o atrás. 

viernes, 4 de octubre de 2019

El maratonista

Amaneció más temprano. Nunca supe si la noche había sido corta o la mañana había llegado demasiado antes. Sentía un dolor agradable en las piernas, producto de la maratón del día anterior. Miré a mi alrededor. Las camas estaban vacías, pero curiosamente llenas de los recuerdos de ese último sueño. Fue ahí cuando supe que algo andaba bien, que la carrera del día anterior había sido distinta. A las 5:38 a.m. miré por la ventana  hacia la carrera. Desde la habitación del piso ocho no se veía la calle. Solo vi gente afanada en busca de la estación, muchos de ellos con máscaras blancas para evitar la contaminación o el frío, o simplemente para no dejar ver sus rostros angustiados. Caminaban, saltaban charcos, se chocaban unos contra otros, se empujaban y perdían el control en medio de su triste realidad. Cerré la ventana y soñé mientras me bañaba. Repasé cada paso y cada kilómetro. Abajo, en la calle, la gente corría por necesidad, atropellaba la vida sin fantasías.  Arriba estaba yo, mirando por la ventana, alucinando con la próxima prueba de largo aliento.    

martes, 1 de octubre de 2019

Amor perdido

Daniel tenía 26 años, había cursado media carrera en la universidad pública, trabajaba en las calles pintando rostros con crayón y vivía hace 4 en un apartamento pequeño en el barrio La Villa. Era un aparta-estudio modesto y decadente. Un cuarto piso, frío, un asilo de zancudos, que se movía de lado a lado cada que pasaba un camión por la estrecha calle. Al frente del viejo edificio había un bar que nunca cerraba, frecuentado por camioneros, matones de barrio, travestis, policías retirados y una que otra mujer de mirada fuerte y voz ronca. La música del bar era la banda sonora de todas las noches en la pequeña habitación. En ese agujero se le agotó el amor a Sofía en solo dos meses. Ese fue el tiempo que convivió con Daniel, antes de irse una tarde con uno de los jubilados que frecuentaban en bar. 

lunes, 23 de septiembre de 2019

El expreso en el café

Alejandra cerró el cuaderno y lo guardó en su bolso, al lado del periódico y de los informes que había dejado pendientes para entregarle a su jefe a la mañana siguiente. Sabía que iba a ser una noche larga, revisando y corrigiendo los números de la empresa. Sintió que sudaba más de lo normal y que el tiempo se le acababa. Pidió otro café expreso. Encogió los hombros como dándole una explicación a alguien que estuviera sentado al frente de ella. Recordó la última tarde que había estado con Juan en ese mismo café. Se estremeció un poco. Estaba sola, tenía clase a las 6:00 y solo le quedaban cinco minutos. Decidió no entrar. También resolvió dejar las cuentas de la empresa como estaban. Se la pasó toda la noche en la misma mesa dando explicaciones con los hombros y tomando café.  

miércoles, 18 de septiembre de 2019

El celular y la botella

Felipe se dio una ducha, puso una botella de ron en la mesita de noche, se metió entre las cobijas, cogió el celular y marcó el número telefónico de Antonia. Contestó su hermana, Carolina. Le dijo que Antonia había salido temprano, que había dejado el celular y que no sabía a dónde fue ni a qué hora regresaba. Felipe le rogó que cuando volviera, le dijera que lo llamara, a cualquier hora. 

Se llenó la boca de ron, lo retuvo unos segundos y se lo tragó lentamente. Mientras el licor bajaba por su garganta, pensó en Antonia, en la discusión que tuvieron el viernes en la tarde, en los seis meses  que llevaban en problemas, en el disgusto que se le notaba a la familia de ella, en la mirada de ella, en los comentarios en la oficina. Cuando terminó de tragar toda la botella se quedó dormido. Lo despertó el sonido del teléfono. Sabía que era ella. Lo dejó sonar. Sabía que necesitaba otro trago para despertarse, pero la botella estaba vacía. 

sábado, 7 de septiembre de 2019

El mensaje en el Whats App

El 15 de septiembre Fernando tomó su auto, empacó cuatro tarros de hidratante, un sombrero aguadeño y una canasta de cervezas. Se fue hasta el eje cafetero. En Montenegro encontró una finca - hotel cerca de todo y lejos de Carolina. Llegó a las cuatro de la tarde y antes de la media noche ya se había emborrachado dos veces. Todos los días empezaba en el Bar Ibiza. Pedía un ron, luego un aguardiente y después media botella. la rutina se repitió durante dos semanas. Cuando llegaba a su habitación, todo le daba vueltas. No podía  ponerse de pie. Cuando lo hacía, se iba al balcón, miraba las estrellas y trataba de recordar dónde estaba y la razón por la que estaba allí. 

El domingo de la tercera semana desayunó fruta fresca, se metió a la piscina y leyó el periódico que todos los días le dejaban a los huéspedes. Cuando miró la fecha, descubrió que era  6 de octubre. Sintió un extraño remordimiento. Esa noche saliendo de Ibiza prendió el celular que tuvo apagado desde que llegó a Montenegro. Se metió a Whats App y en el listado de contactos buscó a Caro Bella. Con voz arrastrada grabó un mensaje: "espero que haya sido un día maravilloso. Les deseo lo mejor a los dos". Seis meses después, el carro de Fernando fue visto en un callejón de Villavicencio. Adentro solo encontraron un teléfono celular que no tenía sim card.  

miércoles, 4 de septiembre de 2019

Charla de trasnocho

A la tarde la cogió la noche. Por poco llega la madrugada. Hablaron casi ocho horas seguidas. Repasaron temas diversos: política, fútbol, asuntos laborales, remedios para la gastritis, los candidatos a la alcaldía, la película que vieron juntos, los efectos de tomar tanto ron, la religión, los dolores de espalda, el precio del dólar, las crispetas saladas, el ramo de flores por el que discutieron la primera vez, el miedo a las cucarachas, la pena capital, las hamburguesas con carne de cerdo, el proceso de paz, los trancones de las horas pico, los beneficios de la guanábana; hablaron de cualquier cosa. Conversaron de todo, excepto de las razones por las que ella seguía odiándolo. Los dos evadieron el tema, como si no existiera. Eran las 3:00 a.m. cuando se despidieron. Ya han pasado casi tres años, y en octubre nuevamente hay elecciones. Tal vez, ella lo llame para retomar el tema.    

sábado, 31 de agosto de 2019

Invierno en la calle

El agua cubría la calle. Salimos del hotel en el auto de Luisa. Aunque puso las plumillas en la velocidad más alta se veía muy poco. Caía granizo. Tomamos la avenida principal para buscar la salida hacia la capital. La calle estaba vacía, sin vida. Se percibía un silencio triste. Lo único que se movía afuera eran las copas del los árboles, mecidas por un ventarrón. Llegamos al semáforo de la carrera 15. Cambió a verde, como si nos esperara. 

El frío nos había contagiado y ninguno de los dos se animaba a hablar. Presentí que a pesar del silencio ella estaba de buen humor, como si intuyera que algo agradable podría ocurrir. Me miró y sus ojos brillaron. Sentí que quería decirme algo, pero le advertí que ya lo habíamos dicho todo. "Venimos de un aguacero de emociones y ya empezó a escampar", le dije. "En invierno solo escampa para cargar nuevamente las nubes", replicó. Justo en ese momento, perdió el control de auto. 

jueves, 29 de agosto de 2019

Fin de un mundo

No dijo nada, solamente dibujó en sus labios una sonrisa. Sacó las llaves del bolso, se subió al asiento del conductor, encendió el vehículo y se fue. Desde afuera, únicamente se veían unos vidrios empañados. Hacía mucho frío. Eran las 11 de la noche. En abril siempre llueve. El carro se fue yendo lentamente hasta que giró en la esquina de la farmacia. Unos segundos después, en el ambiente aún quedaba el humo del vehículo. Después, el silencio se apoderó de todo. La espalda de Jorge se estremeció, hizo un gesto de esos que él llamaba "patéticos" y le dio una vuelta a la manzana para volver a la puerta del edificio. 

Entró al apartamento y volvió a estremecerse, esta vez por el frío. Se sintió mezquino. Encendió el televisor en un canal de cualquier cosa, se tiró en el mueble y prestó atención a las noticias. Guerras, incendios, secuestros y crisis económicas. El mundo se se estaba acabando. El suyo también.   

martes, 27 de agosto de 2019

Un viernes en la mesa del rincón

Carolina terminó su último trago de cerveza justo cuando el disco de Mariah Carey llegó a su final. Ambos entendieron que era hora de regresar. Estaban a casi dos horas de la ciudad y la noche empezaba a caer. Cuando se despidieron, Julián le prometió que la llamaría el viernes. Nunca lo hizo. 

Carolina lo volvió a ver dos años después, en un restaurante de la zona rosa. Julián estaba cenando con Mary, la compañera de trabajo de Julián de la que ella siempre tuvo celos y de la que Julián siempre decía que era demasiado gruñona con él. Estaban en la mesa del rincón. Le causó mucha gracia ver que se dieron un beso apasionado, antes de que ella pagara la cuenta. Era viernes. 

martes, 20 de agosto de 2019

Estruendo de cubiertos

María Camila le dio un solo sorbo al vino. Se sentía sofocada. Miró a los lados y descubrió que el restaurante estaba lleno. Guardó silencio. Pensó que el ruido que hacían los comensales con los cubiertos le incomodaba más que las últimas palabras que había dicho Felipe. Hacía frío. Pasaron tres horas. Ninguno de los dos se atrevía a descongelar un silencio plano que se apoderó de la mesa. La conversación entre ambos había salido mal, pero a ella la comida le había caído bien. "Voy al baño", dijo, después de casi tres horas. Se paró de la mesa y salió. Mientras esperaba, Felipe dejó caer accidentalmente la cuchara que había reservado para el postre. El estruendo fue tal que alcanzó a retumbar en la cabeza de Maria Camila, ya metida en un taxi rumbo al aeropuerto. 

sábado, 17 de agosto de 2019

Invierno afuera del consultorio

Llevaba dos horas en el mismo consultorio de los últimos ocho meses. Salió para tomar aire y se encontró con el invierno. En los carros, los parabrisas funcionaban a tope. En la gente, los paraguas escaseaban. Era el primer aguacero que le tocaba después de tantas sesiones con el siquiatra. Salió corriendo hacia el parque. Luego, ya emparamado, tomó la ruta hacia la estación del metro. Después, hacia ninguna parte. Tenía la sensación de que todo ese tiempo donde el doctor había sido para hablar de Andrea y no de él. Estaba irritado. No paró de correr hasta que cayó la noche. Llevaba 32 miércoles visitando a un especialista que lo único que hacía era escucharlo. Y ya llevaba 6 horas corriendo. Estaba perdido y estaba furioso. No se puede hablar tanto tiempo de una mujer que solo habita en la mente. 

sábado, 10 de agosto de 2019

Mentiras en el parque

Los parques están llenos de falsedades: la señora que finge cuidar a su niño mientras se ocupa de cosas banales en el celular, los chicos que simulan hacer deporte mientras arman sus baretos para darse un vuelo, los enamorados que  se dicen palabras lindas para ocultar sus deseos desenfrenados y las palomas que se muestran dóciles y tiernas mientras cagan todo lo que sobrevuelan. Justo en el parque fue donde se conocieron Julián y Liz. Él le habló de su profesión de docente y ella de sus estudios avanzados en historia. Él, del encanto por los perros. Ella, de su pasión por los aeróbicos. Hablaron de fútbol, de las hamburguesas, del rock y de lo mucho que les gustaba ir al parque al final de la tarde. Bastaron tres encuentros para  descubrir que estaban hechos el uno para el otro. Necesitaron solo dos meses para descubrir que el mundo está lleno de mentiras, como los parques. 

jueves, 8 de agosto de 2019

Ataques de angustia

La zozobra le añadía a aquellos encuentros el descaro que a veces necesita el amor, pero esta vez todo tenía un aire especial. Era noviembre y llovía. La conversación no fluía más allá de algunas ideas cortas e inconexas. Las acostumbradas historias cargadas de detalles le dieron paso a pequeñas historias simples y sin decorado. Estaban sentados en el viejo bar.  En las mesas de los lados solo se veían pocillos de café vacíos y algunas migajas de cualquier pastel. 

Carlos sintió un dolor en el pecho que le recordó el diagnóstico cardíaco recibido hace apeas dos días. Lina lo miró fijo y sin preguntarle nada le sacó una respuesta: "ataques de angustia. Eso fue lo que me dijo el doctor. Es lo que tengo", balbuceó mientras sonreía.  

viernes, 2 de agosto de 2019

Amores oscuros

Se metió entre las cobijas y guardó el libro en un cajón del nochero. Pensaba que no verlo le permitiría alejarse de él y conciliar el sueño. Eran las 4 de la mañana. Cerró los ojos. En su mente apareció de inmediato el rostro de Adiela. Trató de retenerlo, pero el rostro se transformó en el de Andrea. Luego, ambas caras se sobreponían tratando de ser una misma. Recordó que con ambas había compartido poemas, cervezas y tardes de amor. Sintió felicidad y aflicción al mismo tiempo. Ambas emociones se sobreponían como la presencia en su mente de los dos rostros. Despertó abruptamente, asustado. Sacó el libro del nochero y retomó la página 118: "Los amores oscuros de la juventud". 

viernes, 3 de mayo de 2019

La bicicleta oxidada

Dejó la bicicleta en la entrada. Era muy temprano para hacer ruido y muy tarde para pedir perdón. Le dolía el alma tanto como las piernas. Se sentó en el mueble grande de la sala en medio de la soledad y allí esperó por horas. Solo se movía para cambiar de posición y para secarse los ojos con la manga de la camiseta. Lo asustaban los otros muebles vacíos, la cortina oscura, la foto de la familia completa que estaba detrás de él y un pequeño hilo de viento que se colaba por el resquicio de la ventana. Se cruzó de manos y piernas. Llegó la noche y luego muchas noches más. Sigue ahí, sin hacer ruido y poder pedir perdón, esperando. La bicicleta oxidada y con las llantas desinfladas en la puerta es la señal para el mundo del tiempo que él ha estado allí. 

sábado, 20 de abril de 2019

Un lápiz para contar


Entré al pequeño salón y todos se callaron. Se miraron unos a otros. Sabían que alguno de los presentes no seguiría vivo al final de la tarde. Yo ignoraba todo. Éramos 7: Juan, el dueño del.camión; Andrea, la chica de la tienda;  don Jorge, el dentista, los tres hermanos Gómez, carpinteros; y yo.

Afuera hacía frío y el viento agitaba los frondosos árboles de la plaza. En el resto del pueblo habitaba la soledad. Todos se habían ido, presas del terror. 

Uno de los hermanos Gómez, el menor, se llevantó  mirando el piso. Caminó un poco, me evitó y miró por la ventana. Los otros dos hermanos hicieron el mismo ritual. un rato después lo hicieron Andrea y don Jorge.  El dueño del camión no lo hizo. No hizo nada. Solo esperó.

El reloj marcó las 4 de la tarde. El menor de los Gómez me habló sin mirarme. "A usted le toca contar la historia", dijo. Y luego agregó: "llévese el camión, hasta donde la gasolina le alcance". Así lo hice. Después caminé y busqué un lápiz.  

viernes, 19 de abril de 2019

El viejo del bar


Nos quedamos en silencio unos minutos. Miré el reloj de la torre de la iglesia. Eran las 11 y 17 de la mañana. El bar estaba vacío. El pueblo también. Después del silencio prolongado aparecieron unas lágrimas que estaban contenidas. El viejo lloraba unas penas acumuladas durante años y yo lavaba mis culpas frente a él.

Ver llorar a un viejo es una sensación terrible, sobre todo cuando te sientes culpable culpable de su tristeza.

Dos horas después, el viejo se fue gimiendo por el callejón solitario que conducía al parque del pueblo. Nunca volvió. Yo me quedé sentado frente al bar, esperando a que lo abrieran para embriagar mi llanto. Nunca lo abrieron; el viejo se llevó la llave.

lunes, 8 de abril de 2019

Un amor muerto de hambre

Se encontraban siempre a la salida del trabajo. Andrés salía más temprano y la esperaba un rato mirando vitrinas y antojándose de cosas que nunca iba a comprar. Susana llegaba cada día unos minutos más tarde que a él se le volvieron poco a poco horas de tedio. Él insistía en invitarla a su apartamento a cenar algo ligero. Ella era rápida para evadir la invitación con excusas que eran poco creíbles. Así fueron pasando citas, idas a cine, tomadas de cerveza y encuentros eventuales con amigos de la oficina de ella y compañeros del barrio de Andrés. Siempre salieron acompañados. Era como un ritual. Ella nunca le aceptó la invitación a cenar. Poco a poco el amor de Andrés por Susana se murió de hambre.
   

lunes, 1 de abril de 2019

Calor y frío

La fría noche de aquel barrio apacible se le metía por el resquicio de la cobija, mientras el calor de su cuerpo subía gracias a la evocación de la imagen de ella, que ya estaba grabada en su mente para siempre. La pensaba y añoraba, mientras ella dormía y soñaba con lucir hermosa para otro. Ella, su foto, sus ideas, sus estados, sus curvas, sus sueños, su distancia, su indiferencia... Todo junto, reunido en una sola noche.