Mostrando entradas con la etiqueta Hotel. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Hotel. Mostrar todas las entradas

martes, 5 de abril de 2022

Otra noche de insomnio en el hotel

Luis Alberto se había despertado con la sensación de que el mundo había girado demasiado y él no se había dado cuenta. Sintió que llevaba dormido en vida demasiados años. Salió a caminar para despejarse.

Pensó en que su vida era hace mucho rato un viaje sin aventuras, que se resumía en sus noches de insomnio en una habitación de un hotel viejo en el centro de Bogotá y en largas jornadas de clases de epistemología y filosofía en algunas pequeñas universidades cercanas al hotel. 
 
En su caminata mañanera se fijó en el afán de la gente, en sus vestuarios gruesos, en la manera como las calles se llenaban rápidamente de carros mientras se desocupaban lentamente de drogadictos, borrachas, prostitutas y recicladores nocturnos. Cuando llegó a la habitación vio el post-it amarillo en la nevera que le recordó el cumpleaños de Ana Laura. Le marcó al celular tres veces mientras desayunaba un tinto en la cafetería, pero no le contestó. "Seguramente está haciendo balances", pensó.  

Era martes. Día de 5 clases. Las dictó todas. A las 8:00 de la noche salió de la última y volvió a marcarle a Ana Laura. Dos veces se fue buzón. Sabía que no había razón para inquietarse. Desde que él le terminó la relación formal hace 13 años con la rebuscada explicación de que la exactitud de los números y el orden rígido de ella no encajaban con las letras libres y los pensamientos en desorden de él, difícilmente le contestaba las llamadas. Llegó al hotel, se quitó los zapatos y subió a la habitación para un último intento. 

Al otro lado de la línea se escuchó la voz de una mujer ebria, firme y directa. Tres razones para dudar por un momento que fuera Ana Lau. Ella nunca se tomaba un trago. 

- ¿Estás bebiendo?
- ¡Mucho! No todos los días se cumplen 52.
- Pero tú nunca tomas. ¿O nunca tomabas?
- Nunca. Pero hoy quería ponerme al día. 
- ¿Y eso?
- Necesitaba recuperar parte del pasado que perdí, o que me quitaron en el camino.  
- Perdón, Ana Lau. Yo solo llamé para felicitarte. Esta mañana no me contestaste, pero supuse que estabas haciendo balances. No me contestaste en todo el día.  
- Sí, sí, sí. En eso estaba. En inventario de vida. 
- ¿Y cómo te fue?, si se puede saber, claro. 
- Había más en la lista del deber que del haber. 
- Ah, bueno. Creo que mejor hablamos otro día... Cuando termines tus cuentas...y tu celebración.   
- No, no. Ya terminé. Ahora solo me faltan dos tragos para cerrar los libros. 
- Bueno, igual mejor descansas y luego hablamos, como dices tú, para ponernos al día. 
- ¿Ponernos al día?, no. Recuerda que las deudas acumuladas en la adolescencia se pagan en cuotas altas desde que se llega a la adultez, y nunca terminan de pagarse.
- Epa! Recuerda que el filósofo en esta relación soy yo. Ja, ja, ja.
- Mejor recuérdalo tú...  que hace rato perdiste el don de la reflexión. 
- ¡Estás siendo dura conmigo!, mejor hablamos luego. Descansa.  
-  Sí, sí, sí... hablemos después... cuando ordenes tus pensamientos; o cuando apreses tus letras. 

Ana Laura colgó. Para Luis Alberto fue otra noche de insomnio en la habitación del viejo hotel.    

lunes, 24 de marzo de 2014

Llamada de advertencia...

El teléfono no paraba de repicar. Inicialmente quise ignorarlo, pretendiendo que se hubieran equivocado de habitación. 

Posteriormente, quise suponer que buscaban a la señora que hizo la habitación, pues hacía solo unos minutos acababa de salir; justo cuando yo entraba de la maldita cita en el juzgado de aquella enorme ciudad. Rápidamente recordé que la señora tenía consigo un walkie talkie por el que se comunicaban con ella de la administración. 

Por quincuagésima vez volvió a sonar. Ante la insistencia, quise jugar a las analogías comparando el repicar constante con el llanto de un niño recién nacido que solo reclama atención. Tampoco funcionó. Yo sabía que no requerían de mi atención, que no reclamarían mi presencia; sino que exigirían mi ausencia. 

No paraba de repicar. ¿Sería el mismo sujeto que trató de hablarme antes irme a declarar? Podía hacer lo mismo: contestar y guardar silencio, para volver a escuchar esa voz incierta, que en una sola línea se confundía entre la amenaza y la súplica en tono imperativo: "¿Rodriguez, está ahi?, ¡Rodriguez!, ¡Tengo que hablar con usted, sobre lo que va a declarar!, ¡Rodríguez!"...  Fue lo único que escuché. Un corto silencio en la línea, y yo salí raudo hacia los juzgados del centro. ¿Sería el mismo?, yo ya había declarado y no veía razón para que volviera a llamar.  

No quería contestar. El teléfono guardó silencio un momento, como para coger impulso. Nuevamente empezó a sonar. Hacía una hora había dicho ante un juez lo que realmente yo había visto. Tenía la tranquilidad de todo aquel que dice la verdad. Empaqué el maletín y me dispuse a salir. El teléfono nunca paró de sonar. Lo tenía resuelto, era cuestión de contestar y no hablar. "¡Rodríguez, escúche atentamente: no salga del hotel que lo van a matar, repito: no sala del hotel!". Salí raudo. Mi vuelo salía en 40 minutos y antes debía atender una ineludible cita con la muerte. "¿Rodríguez, escuchó, escuchó?", repetía la voz incierta en un teléfono distante cuando en la puerta del hotel recibí los primeros impactos. "¡Rodríguez, Rodríguez!"...