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sábado, 2 de abril de 2022

Los planes inundados

Fue una conversación que vació todos los recuerdos del pasado. Se habían encontrado por casualidad a las 4:00 de la tarde cuando Isadora entró al café con su jefe para tomarse un tinto antes de irse para su apartamento. Vicente estaba allí desde las 2:00, se había tomado dos expresos y ya iba en la mitad de la revisión de un texto que estaba corrigiendo y que nunca terminó. El café cerraba a las 10:30 p.m. y todavía les quedaban dos tragos de vino en la botella, ninguna historia por contar y muchas explicaciones por entregar de parte y parte. Justo en ese momento aparecieron los silencios. 

Para Isadora había solo dos opciones: desaparecer o asumir que el tinto con el que cerraba la jornada todos los días jugaba a su favor por primera vez en siete años. Para Vicente la situación estaba más clara: su curiosidad de ahora era más fuerte que sus miedos de siempre. Ella hablaba con los ojos e insinuaba con sus sonrisas; él sacaba todos sus interrogantes con las manos mientras la miraba con sutileza. Vicente se ofreció a llevarla, pero Isadora se negó. La culpa que tenía guardada en su piel y que había heredado de la férrea formación católica de sus padres la atacó repentinamente. Los silencios fueron mayores.    

Cuando salieron a la calle, los recibió un fuerte e inesperado aguacero. Bastó una última mirada para entender que los planes imaginados por Vicente habían quedado inundados. 

lunes, 23 de septiembre de 2019

El expreso en el café

Alejandra cerró el cuaderno y lo guardó en su bolso, al lado del periódico y de los informes que había dejado pendientes para entregarle a su jefe a la mañana siguiente. Sabía que iba a ser una noche larga, revisando y corrigiendo los números de la empresa. Sintió que sudaba más de lo normal y que el tiempo se le acababa. Pidió otro café expreso. Encogió los hombros como dándole una explicación a alguien que estuviera sentado al frente de ella. Recordó la última tarde que había estado con Juan en ese mismo café. Se estremeció un poco. Estaba sola, tenía clase a las 6:00 y solo le quedaban cinco minutos. Decidió no entrar. También resolvió dejar las cuentas de la empresa como estaban. Se la pasó toda la noche en la misma mesa dando explicaciones con los hombros y tomando café.  

viernes, 1 de marzo de 2013

Aroma de café

El primer café se lo tomaba a las 5 de la mañana y siempre tenía efecto literario: le traía a la memoria al Coronel de Gabo esperando eternamente el anuncio de su pensión.

En muchas cosas, su vida se parecía a la de la novela que tantas veces leyó: el café, la pobreza, la monotonía y la espera de una noticia que nunca llegó. Eso sí, había una diferencia fundamental: a él lo habían mandado a comer mierda antes de empezar a tomar café.