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viernes, 19 de abril de 2019

El viejo del bar


Nos quedamos en silencio unos minutos. Miré el reloj de la torre de la iglesia. Eran las 11 y 17 de la mañana. El bar estaba vacío. El pueblo también. Después del silencio prolongado aparecieron unas lágrimas que estaban contenidas. El viejo lloraba unas penas acumuladas durante años y yo lavaba mis culpas frente a él.

Ver llorar a un viejo es una sensación terrible, sobre todo cuando te sientes culpable culpable de su tristeza.

Dos horas después, el viejo se fue gimiendo por el callejón solitario que conducía al parque del pueblo. Nunca volvió. Yo me quedé sentado frente al bar, esperando a que lo abrieran para embriagar mi llanto. Nunca lo abrieron; el viejo se llevó la llave.