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sábado, 31 de agosto de 2019

Invierno en la calle

El agua cubría la calle. Salimos del hotel en el auto de Luisa. Aunque puso las plumillas en la velocidad más alta se veía muy poco. Caía granizo. Tomamos la avenida principal para buscar la salida hacia la capital. La calle estaba vacía, sin vida. Se percibía un silencio triste. Lo único que se movía afuera eran las copas del los árboles, mecidas por un ventarrón. Llegamos al semáforo de la carrera 15. Cambió a verde, como si nos esperara. 

El frío nos había contagiado y ninguno de los dos se animaba a hablar. Presentí que a pesar del silencio ella estaba de buen humor, como si intuyera que algo agradable podría ocurrir. Me miró y sus ojos brillaron. Sentí que quería decirme algo, pero le advertí que ya lo habíamos dicho todo. "Venimos de un aguacero de emociones y ya empezó a escampar", le dije. "En invierno solo escampa para cargar nuevamente las nubes", replicó. Justo en ese momento, perdió el control de auto. 

domingo, 14 de octubre de 2012

Fenómeno de la niña

La lluvia de la tarde se confundía con su llanto. Eran las seis, el aguacero comenzó a la una y ella lloraba desde las tres. Pensó que su nombre no era casual. Después de una larga temporada calurosa, el corazón de Magdalena estaba azotado por un frío invernal. Ya no amaba, sino que sufría. Ya no ardía de pasión sino que sentía que su cuerpo congelaba sus deseos. Esa tarde, mirando la lluvia pertinaz, lamentó vivir en el trópico, donde no había estaciones; sino fenómenos infantiles. 

lunes, 25 de julio de 2011

Cuarto de siglo

Habían pasado 25 años y por primera vez él, lleno de sinceridad y despojado del orgullo que lo caracterizó toda la vida, reconocía sus sentimientos. Mientras tanto, ella  seguía esperando en silencio a que el rosal del patio floreciera en invierno.

domingo, 24 de abril de 2011

Invierno

Las primeras goteras cayeron sobre mi frente. La lluvia se llevó el paseo dominical de los habitantes de los estratos altos y el techo de los que el fin de semana viven  en los estratos bajos con la misma angustia de los días llamados normales. El fuerte aguacero de aquella tarde en Medellín inundó muchos de los barrios de las laderas de la ciudad al tiempo que despejó mis dudas y mis pensamientos frente a la decisión tomada la noche anterior.  Hacer justicia por mi propia cuenta era mi cometido y la pertinaz lluvia que cayó hasta la media noche colaboró con el toque lúgubre al ambiente en el que cometí el delito. A la mañana siguiente, mientras los organismos de socorro recogían a más de un damnificado, un grupo de fiscales levantaba el cadáver de la mujer que jugó con los sentimientos de un hombre del que desconocía su instinto asesino.