martes, 29 de diciembre de 2015

Historias a medias

Siempre que hablaban formaban la misma escena: ella sentada en posición de yoga, inclinada hacia adelante y mirándolo a los ojos; él sentado frente a ella, sin cruzar los pies, con el cuerpo hacia atrás, con su mano derecha apoyada en el suelo y sus ojos en dirección a la lámpara. La verdad, la que hablaba era Julia porque Luis solo escuchaba y asentía con la cabeza. Ambos bebían vino hasta que el reloj marcaba las 10:00. Justo a esa hora, ella interrumpía su monólogo y él se ponía de pie para un corto ritual de despedida. Las historias que contaba Julia, pensaba Luis, se parecían a sus relaciones... Nunca tenían el mismo libreto pero siempre se quedaban sin final. 

martes, 8 de diciembre de 2015

En el bar de la U

Hacía ocho meses que frecuentaban el mismo sitio: una de esas especies raras de bar-fotocopiadora-papelería-restaurante que hay al frete de cada universidad. Allí se sentaban todos los viernes después de las 6, en medio de sillas rojas, un ruido infernal, crispetas frías y más gente que espacio. Él, en tercer semestre de ingeniería, prefería hacerse siempre en el rincón debajo de las escalas de madera. Ella, en primero de sicología, se ubicaba a la entrada del bar, para hacer sus primeros pinitos de lo que llamaba "etnografía de la cotidianidad". En casi dos semestres, nunca se hablaron; se cruzaron todo tipo miradas y gestos que los hicieron amigos de ocasión, conocidos de la U y hasta confidentes silenciosos. La densidad de aquel sitio tenía energías concentradas, uno que otro fantasma escondido y algunas fotocopias de capítulos aislado de Ricour, Barbero y Levi-Strauss olvidadas en cualquier mesa. En ese antro del saber y la cerveza se estableció aquella relación sin palabras, que solo intimó cuando migró a los emoticones del whatsApp. 

jueves, 1 de octubre de 2015

Silencios

Se llamaba Eveline, con i latina como la de Joyce, y también era vendedora, como la del cuento; aunque ella insistía en que le reconocieran el rótulo de "ejecutiva de ventas", que en la práctica era lo mismo. Siempre estaba en el parque, sentada, en ropa deportiva, al final de las tardes. Desde el primer día, cuando él llegaba, empezaban todo tipo de conversaciones banales, que se prolongaban por horas. A ella parecía no importarle demasiado perder el tiempo con él hablando de todo y de nada. Un miércoles, en una tarde opaca, fue ella le que le propuso hablar de asuntos sustanciales.  Fue entonces cuando aparecieron los peligrosos y prolongados silencios. 

domingo, 20 de septiembre de 2015

El hombre del brandy

Entró al bar de siempre. Se sentó en el mismo sitio, al final de la barra, en la silla de madera. Aunque había mucha gente, por alguna extraña coincidencia, durante 12 largos años, la silla del rincón siempre estaba libre. No llovía, ni era época de invierno, pero como todos los viernes, repitió el ritual: descargó el paraguas, se quitó la chaqueta, pidió un brandy y se puso a tararear el mismo tema musical de los viernes a esa hora. Terminado el disco, el único que sonaba dos veces seguidas en aquel antro salsero, pagó en efectivo, tomó los billetes de la devuelta y dejó las monedas de propina. 

La chica que atendía la barra aquella noche era nueva y estaba en entrenamiento. No dijo nada, pero pensó en el hombre extraño del que le hablaban sus compañeras, el señor del paraguas que viene lo viernes y que cuando se va  deja su presencia. Dos horas más tarde le ocurrió lo que tanto le habían advertido: cada que miraba el rincón al final de la barra, tenía la incómoda sensación de que alguien levantaba la mano para pedir un brandy. 

sábado, 21 de marzo de 2015

La prueba

Los exámenes médicos debía hacérselos en ayunas. Sintió la madrugada, pues el laboratorio era al otro lado de la ciudad. Llevaba cinco años de inmunidad al dolor, desde aquella tarde en que Vanessa se fue. La enfermera bromeó sobre lo escondido de sus venas. La punzada no le dolió. Salió de los exámenes con ganas de caminar. Eran las 7 am. Pudo ver el decorado de prostitutas, vendedores, drogadictos, indigentes y trabajadores informales que a esa hora adornaban el centro de la ciudad. Estaba tan seguro del resultado positivo, como de la ausencia eterna de Vanessa. Así, en ayunas, decidió perderse entre esa multitud.

martes, 20 de enero de 2015

El contador de días

Eran las 3:00 de la mañana. Jairo miró por la ventana y solo vio la monotonía de la calle. Llevó a la biblioteca la novela que había terminado y la cual consideró tan pasiva como la ciudad de esa hora. Se sirvió un vino y lo sorbió intentando encontrar un sabor que lo sacara de aquel letargo. Nada qué hacer: la ciudad, la novel, el vino y su vida transcurrían sin novedad. Se sentó en el sillón y decidió esperar a que el tiempo pasara. Desde entonces s un simple contador de días.  

miércoles, 7 de enero de 2015

Cuentos iniciados

A Henry, como a todos, se le dificultaba escribir. Siempre que lo intentaba, tenía claro cómo empezar pero tras la primera línea sus ideas huían. Tenía una ventaja frente a los de su generación: era persistente. Lo intentaba a diario. Hacía bosquejos, ponía en el papel lluvias de ideas, anotaba cada cosa que se le venía a la cabeza y coleccionaba cuadernos en los que intentaba darle forma escrita a su imaginación. Todas sus ideas, en absoluto, se quedaban inconclusas. También tenía una desventaja frente a los de su grupo: su modus vivendi era la escritura; tenía que producir textos para poder vivir. Su único oficio era el de escritor. 

El año pasado, ante la premura de la editorial por una nueva publicación hizo un compendio con varios de sus cuadernos y se los mandó a su editor. En poco tiempo, "Cuentos iniciados" se convirtió en un Best Seller y Henry...   

viernes, 2 de enero de 2015

Otra noche de fútbol en la ciudad

Las 11:52. El sonido de los disparos se confundía con el de la pólvora. En la ciudad de la periferia celebraban los hinchas del equipo color marrón. En la ciudad central, lloraban los hinchas del equipo color rosa. En toda la ciudad, la gente corría espantada. Unos lo hacían de miedo a los gases de la policía, y otros por el afán de llegar a la casa a ver en televisión la repetición de los goles. En el colectivo rumbo a casa, dos señores con cara de abuelos jubilados, pero con pinta y salario de maestros discutían sobre el fenómeno: "Los fanáticos de fútbol son así. Amenazan a periodistas, directivos y jugadores", decía el más crítico de los dos. "Pero pasados unos días se matan entre ellos, en las tribunas o en las calles, da igual", sentenció el otro. "Así es, justo en ese momento, es cuando se olvidan de los periodistas; y viceversa", apunté yo, tratando de entrar en la conversación.