sábado, 27 de enero de 2024

Días que no terminan

A las 6:45 de la mañana, José Antonio aún no llegaba a su apartamento. Era viernes, pero el jueves aún no terminaba para él. Tenía en su cuerpo los efectos de varios aguardientes en los que se excedió y en su mente el vacío que aparece después de una intensa noche de placer. Era un bohemio desvelado. La ansiedad lo carcomía. Necesitaba algo más sin saber de qué. 

Maria Elena, en cambio, había preferido el reposo esquivo, a las 8:15 había llamado al trabajo para indiciar que llegaría más tarde aludiendo problemas familiares y permanecía en la cama combinando recuerdos agradables con sentimientos cuilpógenos. Se hizo la mejor amiga de José Antonio en la época de la Universidad y aunque siempre supo que lo amaba con locura prefirió el rol de celestina, que según ella le permitiría conocerlo mucho más. 

Las luces del amaneecer le habían encandilado un poco la vista a José Antonio y la botella de aguardiente que se terminó en el carro le nubló un poco las ideas. Tenía frío, pero no quiso ponerse la chaqueta. Estaba impregnado del olor de Maria Elena en la ropa y en la piel. La sensación de vaguedad se intensificó. Unas horas más tarde, con el pesado tráfico de la autopista, salió en silencio hacia la pequeña finca que tenía en San Rafael y de la que nunca le había hablado a nadie.  

Cuando Maria Elena se levantó eran las 11:47 de la mañana. La cabeza le daba vueltas, tenía mucha sed y la pantalla del celular le notificaba las 15 llamadas que no había respondido: 12 de la oficina, un prestigioso bufete de abogados en la ciudad; dos de Carlos, su esposo, en viaje de negocios en Santiago; y una de Karla, su compañera de trabajo y novia actual de José Antonio. No quiso responder ninguna. Tampoco contestó en el resto del día. Se la pasó en el balcón, tomando limonada, mirando la ciudad y esperando la única llamada que quería recibir. La incertidumbre le duró todo el fin de semana, hasta que el domingo en la noche vio uan publicación de Jose Antopnio en su cuenta de instagram. Era la foto de un atardecer en la que se veían varios árboles y una frase que rezaba: "el verdadero amor se ve en los detalles desapercibidos". Era domingo, pero el viernes no había terminado para ella.