miércoles, 29 de abril de 2020

Infierno entre rones

Santiago llegó temprano y medio borracho. Valentina lloraba en la biblioteca, angustiada, después de leer uno de los 198 cuentos que tenía su página preferida. Santiago entró con una botella de ron ya destapada. Bebieron juntos de a dos tragos  antes de qué él le preguntara por qué lloraba. Ella le mintió respondiendo que no le dolía nada. Solo el alma, pensó; pero nunca lo dijo. 

Hacía ya tres años que Valentina se había desentendido de los negocios de su esposo. Era la mitad del tiempo en el que él se había distanciado del los problemas de ella. Sostuvieron una discusión que duró seis rones más, es decir, casi cuarenta minutos. Santiago, ya salido de casillas, le volvió a reprochar su llanto. Ella, ya entrada en un estado de ebriedad, volvió a mentirle. Insistió en la idea de que no tenía nada especial. Solo que se quemaba en un infierno sin que él lo notara, pensó; pero tampoco lo dijo.  Santiago se quedó dormido intentando hablar. A ella el calor no la dejó dormir.  

sábado, 25 de abril de 2020

Caída libre

Lunes en la noche. Enrique salió a cenar con unos políticos del Oriente. Le preguntó a Paola si quería acompañarlo, pero ella evidenció su falta de convicción. Se quedó sola. Se fumó un porro para tratar de alterar la visión que tenía de su realidad, pero el efecto fue contrario. La yerba le enfatizó las ideas de las que quería escapar.  Al efecto narcótico se le sumó la presión arterial, que la tenía bajita desde el viaje en avión de la mañana. El calor también la agobiaba. Tenía la sensación de estar metida en una pesadilla de la que no podía despertar. Pensó en Enrique y en sus amigos políticos. Se los imaginó planeando negocios corruptos. Se reía de ellos, pero luego lloraba por él. 

Se acordó del vacío en el avión. A Enrique le estaban proponiendo ser el candidato para salvar la ciudad. Prendió el aire acondicionado, pero al mismo tiempo abrió las ventanas. Se acordó de la cara de pánico de Enrique en el avión.  Quería saltar. Destapó una botella de ron que tenía en la nevera. Caminó varias veces de la biblioteca a la habitación. Se asomó por la ventana  y vio venir hacia el edificio a un hombre mal vestido. Se lo imaginó gritándole en un idioma extraño que saltara, pero el tipo no levantó la cabeza del piso. Venía llorando y arrastrando los pies. Sintió hambre. Fue por un sánduche a la nevera. Volvió a la ventana. Miró de nuevo al hombre en la calle. Tenía la ropa raída y algunas heridas en la piel. Era Enrique. Había saltado del avión y había caído muy bajo.  

domingo, 19 de abril de 2020

Merlot amargo

Los dos se habían trajeado para la ocasión. Era su primer encuentro. Se habían encontrado en un famoso y colmado restaurante del barrio Manila de Medellín. Mariana exhibía un vestido ceñido con un escote pequeño que resaltaba sus grandes curvas. Samuel llegó con un pantalón de dril, nuevo, azul oscuro y una camisa gris con cuello boton down. Pidieron una botella de un vino Merlot, recomendación de la casa. El mesero fue acomodando diferentes platos y en cada pasada servía las copas vacías, hasta terminar. Al fondo, como banda sonora del encuentro, el grupo del restaurante interpretó canciones de Morat, de Fito y de Joaquín Sabina. 

La cita era supuestamente para hablar de un grupo de investigación. Se contaron la vida, se confesaron secretos y se besaron despacio. Él estaba fascinado. La belleza de Mariana no lo deslumbraba sino que lo  estremecía. Rieron, hablaron de literatura, de música y se bebieron la botella completa. Cuando el primer taxi llegó, Samuel quiso despedirse con un acto de galantería. "A pesar de la hora", dijo, "mucho gusto, Samuel, pero puedes llamarme Samy". La frase golpeó en la mente borracha de Mariana, que respondió: "Mucho gusto, Mariana, pero puedes llamarme cuando quieras". Samuel intentó reír, pero no pudo. Algún gesto en el rostro de su casi nuevo amor le hizo perder el encanto. 

martes, 14 de abril de 2020

Engañados

María Fernanda siempre supo que Sebastián era un detective. Lo había investigado desde el día que lo conoció en la Universidad. Se sentía feliz de haberlo engañado en su oficio. Le hacía feliz saber que él nunca sospechó que ella lo supiera. Cada que ella salía de sus clases de noveno semestre, Sebastián la acechaba. Lo hizo durante dos meses. Según él, era el tiempo suficiente para conocer los secretos de sus perseguidos. Esa noche estarían de celebración. Habían pasado exactamente seis meses desde que se cruzaron por primera vez en la fila de la cafetería de la Facultad de Derecho.  La cita era en un bar de la calle 63, muy cerca a la Universidad.  

Ella se salió de la clase una hora antes de terminar. Caminó despacio por algunas calles del centro. Paseó para él. Coqueteó con su cabello en cada tienda en la que se detuvo a mirar vitrinas. Se sentía plena sabiendo que Sebastián se había condenado a seguirla. Intentó descubrirlo entre  la gente para saludarlo con sorpresa y cumplir una fantasía. Le admiraba que se escondiera tan bien. Llegó hasta el centro de un parque y le hizo una llamada. Dio un giro de 360 grados para tratar descubrirlo mientras hablaba con él. Nunca lo vio. Él le juró que llegaría a tiempo. Le dijo que estaba en la oficina de su padre, donde él era gerente comercial. Con una risa en los labios María Fernanda se fue al bar de la cita y allí lo esperó. No llegó esa noche. No volvió a aparecer. Había descubierto su engaño y nunca se lo perdonó. 

viernes, 10 de abril de 2020

Páginas faltantes

Catalina cerró el libro con algo de furia. Lo guardó en el bolso y a pico de botella se tomó otro vino. Mejor el licor que las píldoras, pensó. Encendió el carro, soltó el clutch rápidamente y salió del barrio bordeando el parque por detrás de la iglesia. En diez minutos llegó a su casa. Estaba agitada. Sin quitarse la chaqueta se sentó en el sofá blanco de la biblioteca y sacó el texto para retomar. Terminó el capítulo XII y cuando se disponía a leer el XIII descubrió que faltaban las dos páginas iniciales del apartado. Volvió a sentir rabia con Luis Eduardo. Le molestaba mucho que le controlara la vida y no quería permitir que le controlara las lecturas. Comenzó el capítulo incompleto y se imaginó la historia. No importa, pensó, "falta muy poco y ya tengo todo el contexto para entender lo que pasó en las páginas faltantes". Por esa misma razón decidió terminar la relación el mismo día que el libro. 

sábado, 4 de abril de 2020

Samuel era un chiste

A Luisa Fernanda le había gustado mucho el  chiste. Seguía riéndose mientras Samuel le lanzaba una mirada taladrante por no encontrarle la gracia. Tampoco se la encontraba al amor de ambos que ya sumaba ocho abriles.  Luisa solo le prestaba atención al programa de radio y a sus humoristas. A Samuel hace meses que lo ignoraba. Estaba a punto de comenzar un fin de semana largo. Samuel, con un tono indiferente en su voz, le dijo que no entendía por qué tanta risa con un chiste tan pendejo. Se fue a la cocina, se preparó un café, hizo cuatro llamadas de trabajo, miró la hora y sintió un vértigo extraño. Eran las 5:30 de la tarde. Quería dormir un rato, pero despertó en la mañana. La risa de Luisa retumbaba en toda la casa. el chiste había sido él.