viernes, 2 de abril de 2021

Dora a las 10:00

Llevaban cuatro días sin salir del apartamento de la calle 54. Juan Ignacio había agotado sus historias y sin darse cuenta repetía algunas solo para no caer preso en las preguntas capciosas que a veces María Belén le disparaba. Ella lo escuchaba sin interrumpir y aunque ya conocía los finales siempre soltaba una carcajada natural que le permitía a él alimentar su ego. Entre cuento y cuento, le interpelaba con interrogantes que él volvía a evadir para comenzar otra larga historia. La repetida inquietud de "¿cuándo es que me vas a contar tu rollo con Dora?" quedaba en el aire. Los blackout enrollables se mantenían abajo haciendo que todas las horas parecieran de noche. 

El café en exceso no le ayudaba a Nacho a aclarar sus ideas cada vez más turbias. Cuando se enredaba, María Belén aprovechaba para volver con sus dudas. La respuesta siempre era un silencio prolongado, el inicio de una historia ya contada, una mirada al techo, una llamada telefónica para pedir un domicilio, un capítulo nuevo de una serie o un nuevo momento íntimo en las tinieblas del apartamento en el piso 16. Dora vivía en el 18 y era amiga de María Belén desde hace seis años cuando se conocieron en el gimnasio. Nacho la conocía hacía desde mucho tiempo atrás. 

Pasaron dos días más hasta que se agotó el café. Ignacio miró la hora. Eran las 9:56 p.m. No quiso pedir un domicilio y ante una mirada atónita de Belén, tomó las llaves y dijo que regresaba en un momento. Iba por café a la tienda del primer piso, le dijo. Después de que se subió al ascensor todo fue un rollo. Eran las 10:00. 

martes, 23 de febrero de 2021

Palabras y sonrisas

Una sonrisa le copó todo el rostro a Luciana. Aunque las palabras de Paulo no habían sido ni un cumplido ni un piropo, las asumió como tal. Ella era demasiado apuesta para fascinarle a él, un hombre práctico, de escasos recursos verbales y poco soñador. Paulo solo le hizo una observación sobre el vestido corto que llevaba, que le pareció pertinente porque empezaba la época de lluvias. Él estaba seguro de que no le había dicho ningún embuste, que su intención era solo de servicio y que sus palabras no llevaban el propósito de agradarle o buscar su aceptación. Ella lo entendió y lo asumió diferente. Su mirada coqueta así lo evidenciaba.  

Paulo abrió el paraguas y le ofreció su brazo para cruzar la calle. Luciana se aferró con fuerza y le habló con sutileza. Tenían que sortear los seis carriles de la Avenida, el tráfico era alto y en Medellín ningún conductor de vehículo respeta las cebras peatonales. Venían de la reunión con el cliente, a solo tres cuadras del hotel donde se alojaba Luciana, y donde Paulo había dejado su carro. Por eso decidieron caminar. Cuando llegaron al otro lado de la calle, ella lo miró fijamente, esperando que tomara la iniciativa. No lo hizo. La dejó en la puerta del hotel, se despidió con diplomacia y se fue rápidamente al parqueadero por su carro. Durante varios días, Luciana se quedó sin palabras. 

miércoles, 27 de enero de 2021

El libro en el consultorio

Danna comenzó a recordarlo con fuerza a raíz de un libro que ojeó en el consultorio odontológico mientras esperaba su cita para la extracción de su última muela cordal. Le llamó la atención de entrada que Lisa, la protagonista de "Bajo el cielo de Dublín", era diseñadora gráfica como ella, y que abandonó todo por el amor de Antón, como ella en su momento por el de Emilio. No sabía de él desde hacía cinco años, cuando en una discusión sin sentido, en un arrebato, se armó de un valor racional, decidió terminar la relación e irse a vivir a Bogotá aceptando una oferta laboral no muy buena. 

 En cinco años había pasado por tres empresas y desde hace seis meses se había independizado para trabajar como freelance. Le gustaba trabajar en la noche y aprovechaba el día para ir al gimnasio, cosa que nunca antes hacía, para visitar a sus clientes y para disfrutar la ciudad. En los días siguientes a la cita, por recomendación del odontólogo, permaneció inactiva en el apartamento. El tiempo se le hacía largo y los recuerdos afloraron en mayor cantidad. Pensó que encontrar ese libro había sido una casualidad, pero recordar a Emilio no. 

Una semana después retomó sus actividades normales y decidió no darle más vueltas al tema. Se le estaba volviendo una obsesión. Salió del gimnasio después de un entrenamiento fuerte decidida a hacer algo urgente. Cruzó el puente peatonal sobre la Avenida y entró a la librería. Necesitaba saber qué había pasado con Lisa.  


 

 
   

martes, 19 de enero de 2021

Es mejor que no te quedes

Cuando salieron de cine eran las 11:00 de la noche. "Demasiado temprano para regresar a casa y demasiado tarde para pensar en otro plan", pensó Marcelo. Mientras comentaron la película caminaron por la Avenida El Poblado rumbo al apartamento de Sonia, que vivía a ocho  cuadras. "Demasiado cerca para tomar un taxi y demasiado lejos para los zapatos altos que traje", pensó ella. 

Mantuvieron la típica conversación entre universitarios de quinto semestre en su segunda cita. Discutieron sobre la trama, el papel de Linda Cardellini y el tratamiento al racismo que le dio el director Peter Farrelly. "Siempre quise ser pianista, como el protagonista", pensó él. "La madre si no es la misma actriz de Scooby-Doo", pensó ella. Conversaron sobre sus carreras, el encuentro casual en la plazoleta de la Universidad el día que se conocieron y los gustos musicales y literarios de ambos. "Lástima que no le gusta la salsa clásica", pensó él. "Si lee a Ishiguro a Murakami no es tan básico", pensó ella. La conversación se animó más de lo previsto por ambos y cuando llegaron a la Unidad Residencial alargaron la charla casi una hora sentados en la zona de los juegos infantiles.  

"Ya es media noche y mejor me voy porque tengo un partido con la Facultad mañana", dijo él mientras se despedía. "Aunque quisiera quedarme", pensó. "En la portería te piden el taxi y no se demora nada", le respondió Sonia y le dio un beso en la mejilla muy cerca a la boca. Aunque sus miradas se encontraron y Marcelo se sentía demasiado atraído, se avergonzaba de no tener la valentía para admitirlo y salió caminando hacia la portería con sus remordimientos. "Me llamas la otra semana si quieres ir a ver Bohemian Rhapsody" le gritó ella mientras recogía sus zapatos para irse al apartamento. "Es mejor que no te quedes", pensó. 

miércoles, 13 de enero de 2021

La dueña de los libros

 Entró al bar, eligió la última silla de la barra, se sentó, se quitó la chaqueta, templó la voz, le pidió una Corona a Luis, sacó un libro de la mochila y se dispuso a leer. "Pasado perfecto" de Leonardo Padura, una novela negra que le había regalado Lucía. Pasó una hora y apenas logró darle dos sorbos a la cerveza. Estaba inmerso en el texto. Luis le trajo unas crispetas, las descargó sutilmente, y con cierta timidez le interrumpió la lectura para preguntarle si quería otro trago. "Cualquier ron. Solo con hielo. Es hora de cambiar", dijo Giovanni, sin quitar la mirada del texto. Era su quinta visita al bar en dos semanas, el tercer libro que Luis le veía,  y la primera vez que pedía un segundo trago en la noche.  

El resto de la historia ya lo conocían en el bar. Leyó otros 50 minutos, miró el reloj dos o tres veces, se levantó de la silla, cerró el libro, lo metió a la mochila, se puso la chaqueta, se tomó el ron de un solo envión y pagó la cuenta con un billete de 50.000. Como de costumbre, con un gesto sutil de la mano le indicó a Luis que dejara la devuelta de propina. Esta vez fue mucho menos, por el valor del ron. "Hoy tampoco fue el día. Ya son las 9:00 y hoy tampoco vendrá", dijo antes de salir.  Cuando se marchó, Luis se metió de lleno en su trabajo, sin dejar de mirar a ratos la última silla de la barra. Tenía la sensación de que alguien seguía allí leyendo toda la noche, esperando a la dueña de los libros... que nunca vendrá.   

viernes, 8 de enero de 2021

Compartir almohada

Alesssandro siempre creyó que el secreto de los sueños estaba en las almohadas. Lo leyó en un poema de Benedetti. Creía ciegamente en esta idea. Tenía más de 40 almohadas en su apartamento y era capaz de anticipar el sueño que tendría según la que usara. 

Las almohadas siliconadas le hacían soñar con visitas, las de material viscoelástico eran para los sueños lúcidos, las de plumas las usaba cuando quería sueños dulces, las de fibra lo llevaban a sueños profundos difíciles de recordar, y las de gel le provocaban sueños premonitorios. Durante los 15 años que vivió en su apartamento de soltero, cada noche escogió sus sueños. 

En navidad, Alessandro le propuso a Gabriela irse a vivir juntos. Su regalo fue una argolla. Ella aceptó sin dudarlo y se mudó dos días después, con la idea de recibir el año juntos. Desde entonces, Alessandro sufre de insomnio. Desde que ella llegó, él no puede escoger la almohada a su gusto. La decisión tiene que ser consensada. Nunca se imaginó que compartir la almohada implicaría compartir los sueños.