domingo, 24 de mayo de 2020

Salud por Sócrates

Muy temprano en la mañana, Antonela decidió podar el jardín del patio. Para ello siempre usaba unas tijeras viejas que rescató de la finca antes de entregarla. Mientras cortaba el rosal miró el busto de Sócrates que parecía guarecerse de la lluvia debajo de una teja pequeña. La casa, el busto y la teja eran herencia de su padre, un italiano que llegó a Colombia huyendo de una guerra mundial para morir en una guerra local. Aunque había vivido 35 años en esa casa, nunca había notado que las cavidades de los ojos del busto estaban vacías, por lo que era imposible saber hacia dónde miraba el filósofo. Un viento frío le golpeó las mejillas y en una mano le cayeron unas primeras goteras. Sintió un sensación de vació y prefirió entrar rápido a la casa.

Se metió a la biblioteca, que permanecía intacta desde hacía tres años cuando su padre fue asesinado. En un lado, había muchos libros. Todos viejos y empolvados, pero en buen estado. Al otro, un escritorio lleno de papeles y documentos jurídicos, con algo de moho por la humedad del lugar. Tomó uno de los libros de pasta dura, "Los filósofos y el amor", y buscó el viejo sofá. La filosofía, pensó, siguiendo a Sócrates, no es una especulación sobre el mundo sino un modo de ser en la vida por el cual es preciso, cuando sea necesario, hasta sacrificarla. Leyó un poco y lloró bastante. Sintió que el filósofo le reclamaba desde el jardín por no seguir  el único saber fundamental que existe: conocerse a sí mismo. Abrió el escritorio, destapó una botella, miró por la ventana hacia el jardín, brindó por Sócrates y bebió desaforada. Esperaba que fuera alguna cicuta olvidada en el cajón. 

martes, 19 de mayo de 2020

Volvió a llover

Todo el día el cielo fue una esponja que se exprimía cada dos o tres horas. Adrián estuvo conectado en su computador. Alexandra se pasó la jornada en el marco de la ventana del piso 7 mirando la solitaria calle entre la lluvia. Él, con la mente ocupada en su teletrabajo. Ella, con él en sus pensamientos.

En el sexto aguacero, cuando cayó la tarde, Alexandra vio venir a un hombre protegido con un paraguas grande. Parecía enfurecido. Vociferaba en medio de la lluvia. Maldecía y manoteaba. Desde su lugar era imposible identificarlo. Por un momento creyó que era su Adrián. Desde la calle hacía el gesto de apuntarle con el paraguas. Reflexionó rápidamente. Él no tenía motivos para estar bravo. No había mostrado interés para ir hacia aquella calle. Ni siquiera sacaba tiempo para ella. Miró al hombre del paraguas y mientras él la ofendía con palabras y gritos, ella le agradeció lanzándole un beso. Justo en ese momento volvió a llover.

jueves, 14 de mayo de 2020

310 cuadras

Tardó mucho en anochecer. Samuel David no paró de caminar. Salió de su oficina en Belén, subió por la carrera 30, cruzó toda la 80 hasta La Aguacatala y luego por la Avenida Las Vegas llegó hasta el parque de Envigado. Compró una botella de agua y siguió rumbo al municipio de La Estrella. Subió casi hasta la casa de María Paula. Para no pensar en el camino contó cada una de las cuadras.  Tres veces se desconcentró y creyó perder la cuenta. Empezó un nuevo conteo desde el sitio en que le llegaba la duda. El sudor le recorría todo el cuerpo, pero el viento frío y el amago de lluvia le golpeaban la cara y lo refrescaban. 

María Paula había sido reina. Después, estudió ingenería. Tiempo después trabajó en el edificio contiguo al de la oficina de Sammy. Él nunca se atrevió a cruzar la frontera que significó la relación formal que ella tenía desde su época de universitaria. Ahora vivía más lejos, pero él la sentía más cerca. Esa noche estaba seguro de haber dado un gran paso cuando le respondió el mensaje. Se sentó en el parque a refrescar sus ideas y a mirar un buen rato el balcón del fondo. Volvió a caminar. Según sus cálculos, sumando los tres intentos de conteo, llevaba unas 310 cuadras. El recorrido fue casi igual de extenso. Los últimos pasos los dio casi dormido cuando llegaba a su casa en en el barrio San Javier. Sintió que le faltaba mucho camino. 

sábado, 9 de mayo de 2020

Tema para rato

Un momento de duda que pareció una eternidad. Pilar se quedó perpleja, sin parpadear, durante unos segundos. No quería moverse. Algo dentro de ella le impulsaba a no quebrar la escena. Pablo y Laura parecían hipnotizados. Él lanzó su mano en busca del vaso, cambió de postura y aprovechó rápidamente para tomar distancia. Ella recogió el celular de la mesa y abrió el WhatsApp para simular que revisaba los mensajes. Pilar siguió mirando en actitud de estatua y entre los tres se creó una línea de tensión fuerte y silenciosa. 

- "¿Hay algo entre ustedes que yo deba saber?", preguntó Pilar después de espabilar dos veces y cambiar la mirada de sorpresa por una de inspectora.  
- "Nada que no sepas", respondió Laura agachando la cabeza ante su mejor amiga, con la que hacía muchos años no tenía secretos.
Pablo terminó su trago y se fue a la cocina por más hielo. El que tenían en los vasos estaba roto y tenían tema para rato.   

domingo, 3 de mayo de 2020

La sonrisa de Katia

Domingo extraño. Las actividades de las personas no evidenciaron el carácter festivo del día. Hacía 40 días que el mundo estaba entre paréntesis. Katia era la única que tenía razones suficientes para sonreír. Sabía que la mente de Jair se ocupaba de ella, que su cuerpo también. Ella se tomó la tarde dominical como un descanso activo. Se olvidó de su computador y se dedicó a mirar la calle del pueblo desde su ventana. La soledad que vio le inspiró recuerdos de 14 años atrás. La curvatura de sus labios se arqueó por horas.  

Jair no tuvo domingo. Desde hace varios años todos sus días le parecían lunes. Entre tarea y tarea, había pensado 200 veces en los rizos de Katia. Días atrás, sin pudores, ella le había expresado su admiración y sus palabras le habían generado vértigo. Habían quitado un stand by entre ambos, pero el mundo los había forzado nuevamente a suspender. Miró por su ventana y no se pudo inspirar. Apretó la boca y volvió a trabajar. La ciudad estaba vacía. En cuarentena. Era domingo, pero para él, en su portátil, estaba terminado otro lunes laboral.