martes, 19 de septiembre de 2023

Clientela fija

 El calor era insoportable. Elkin caminó por la Avenida, bañado en sudor y con un poco de asfixia, tratando de no pensar más en Cecilia. El Bar de Willy estaba casi al final, después de los dos supermercados y la tienda de mascotas. Cuando llegó a la puerta vio que no había espacio en la media docena de mesas que se ubican en la calle. El Bar de Willy se había ampliado gracias a una disposición del alcalde, que peatonalizó varios sectores del populoso barrio.  

El interior del bar era estrecho, con poca iluminación, con las mesas apiñadas y una barra en la que solo cabían cuatro sillas. En las paredes había una mezcla de afiches de fútbol, fotos de cantantes de salsa, pósters de grupos de rock, un cuadro del Che Guevara y publicidad de algunos candidatos a la alcaldía. Era un local sin identidad, pero con clientela fija. Elkin iba sin falta cada ocho días, los jueves, casi siempre con un desencanto amoroso diferente. Esta vez, el de Cecilia, la mujer que conoció el jueves anterior, cuando salió borracho del bar.

El interior estaba en penumbra. Elkin parpadeó para que sus ojos se adaptaran al contraste de la luz. Las cuatro sillas de la barra estaban vacías. Se sentó en la del rincón y pidió lo de siempre, un ron doble con limón y mucho hielo. Recordó que tenía muy poco efectivo en el bolsillo y que la tarjeta de crédito estaba sin cupo desde el fin de semana intenso que vivió con Cecilia. Pidió un segundo ron doble y se lo tomó tan rápido como el primero. Se sintió mejor. Pagó la cuenta y salió rápido por la Avenida. 

Dos cuadras arriba del bar, en el mismo sitio de ocho días atrás, lo estaba esperando Cecilia. Tenía el mismo vestido verde, el mismo peinado y  la misma sonrisa inocente. Elkin trató de evitarla, pero los  rones ya le habían hecho efecto. Ocho días después, en el Bar de Willy, Elkin volvió a maldecirla.