Melissa
se bebió tres vasos más de ron, uno por cada disco de salsa que escuchó. Siembra de
Willie Colón y Rubén Blades, Azúcar Pa´Ti de Eddie Palmieri
y Comedia de Héctor Lavoe. Pensó que Andrés llegaría como
siempre, pero la hora de cierre se acercaba y nunca apareció. No le dio
importancia a la infructuosa espera y nunca miró el reloj. Escuchaba cada
disco, reflexionaba sobre sus letras y disfrutaba el efecto del alcohol.
Ensimismada en sus pensamientos, repetía
sin cesar el coro de esa última canción: "Sé que se titula
/ Sufrimiento terrenal / Y entre el bien y el mal / Seguirá el
amor". Llevaba puesta una camiseta verde de manga
corta que le regaló su amiga Sara en su último cumpleaños y la minifalda de
jean que tanto le gustaba a Andrés.
"El ron como que le sienta
bien a la salsa", le dijo Nico, el mesero que había estado atento a ella
toda la noche, mientras le agregó la Canada Dry a un ron que ella no había
pedido y que sería el último trago del servicio. Al lado del vaso le puso la
cuenta. Melissa miró con amabilidad y respondió: "También a la
soledad".
Como era hora de cierre, Felipe, el encargado de la música,
que más que un DJ era un coleccionista metódico de la mejor salsa, bajó el
volumen del equipo. A manera de susurro, la banda sonora de aquel final de
jornada fue con Roberto Roena cantando "Sentémonos a pensar / La
vida ha de continuar / Fingiendo amor donde no hay / Y fingiendo una
sinceridad".
- "Hoy no vino con su acompañante habitual", le
dijo Nico mientras le recibía el dinero de la cuenta.
- "No. Es que está fuera de la ciudad", respondió
Melissa con una frase que sonó a excusa mientras esquivaba su mirada.
"Bueno, la verdad es que hemos decidido de mutuo acuerdo dejar de
vernos", agregó para seguir con su mentira. Y continuó, apurando el ron
que le quedaba en el vaso y volviendo a mirar a Nicolás a los ojos: "La
verdad, es que él era solo eso que tú dijiste, mi acompañante habitual. Nunca
nada más".
- "Con todo respeto, yo siempre pensé que la de ustedes
era una relación no muy normal", se animó a decir Nico mientras recogía el
vaso y la botella de Canada Dry para llevarlas al mostrador. Había asumido la
respuesta anterior como la indirecta que había esperado muchas noches, como una
pequeña puerta abierta por la que debía entrar. "Bueno, más que la relación,
creo que el anormal era él", apuntó antes de irse con las cosas recogidas.
"Termino esto, entrego cuentas y vuelvo en cinco minutos", se animó a
anunciar.
A pesar de su borrachera, Melissa entendió que Nicolás
intentaba coquetaerle y que quería prolongar la noche. Desde la primera vez que
la atendió en aquel bar se había mostrado especial cuando Andrés estaba
descuidado. El problema era ella, que a pesar de la rabia por el desplante solo
tenía corazón y cabeza para Andrés, el anormal.
Tomó el celular, pidió un Uber, cogió su bolso y se
apresuró a salir tambaleándose un poco. Justo en la puerta del bar vio a
Nicolás, con cara expectante y listo para salir. Tomó aire, lo miró con gesto
adusto y le sentenció: "Finalmente creo que la anormal soy yo. Y es mejor
que vuelvas donde tu jefe, porque hoy las cuentas a ti no te dan". Pasó
por su lado y vio el Uber esperando en la puerta.
Cuando abordó el vehículo sonaba en la radio una canción de
Rubén Blades que Melissa empezó a acompañar: "Cuidado que ahí vienen los
anormales... y con straitjacket... oigan mi gente..."