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miércoles, 9 de abril de 2025

Una noche anormal

Melissa se bebió tres vasos más de ron, uno por cada disco de salsa que escuchó. Siembra de Willie Colón y Rubén Blades, Azúcar Pa´Ti de Eddie Palmieri y Comedia de Héctor Lavoe. Pensó que Andrés llegaría como siempre, pero la hora de cierre se acercaba y nunca apareció. No le dio importancia a la infructuosa espera y nunca miró el reloj. Escuchaba cada disco, reflexionaba sobre sus letras y disfrutaba el efecto del alcohol. 

Ensimismada en sus pensamientos, repetía sin cesar el coro de esa última canción: "Sé que se titula / Sufrimiento terrenal / Y entre el bien y el mal / Seguirá el amor". Llevaba puesta una camiseta verde de manga corta que le regaló su amiga Sara en su último cumpleaños y la minifalda de jean que tanto le gustaba a Andrés.  

 "El ron como que le sienta bien a la salsa", le dijo Nico, el mesero que había estado atento a ella toda la noche, mientras le agregó la Canada Dry a un ron que ella no había pedido y que sería el último trago del servicio. Al lado del vaso le puso la cuenta. Melissa miró con amabilidad y respondió: "También a la soledad".   

Como era hora de cierre, Felipe, el encargado de la música, que más que un DJ era un coleccionista metódico de la mejor salsa, bajó el volumen del equipo. A manera de susurro, la banda sonora de aquel final de jornada fue con Roberto Roena cantando "Sentémonos a pensar / La vida ha de continuar / Fingiendo amor donde no hay / Y fingiendo una sinceridad".

- "Hoy no vino con su acompañante habitual", le dijo Nico mientras le recibía el dinero de la cuenta. 

- "No. Es que está fuera de la ciudad", respondió Melissa con una frase que sonó a excusa mientras esquivaba su mirada. "Bueno, la verdad es que hemos decidido de mutuo acuerdo dejar de vernos", agregó para seguir con su mentira. Y continuó, apurando el ron que le quedaba en el vaso y volviendo a mirar a Nicolás a los ojos: "La verdad, es que él era solo eso que tú dijiste, mi acompañante habitual. Nunca nada más". 

- "Con todo respeto, yo siempre pensé que la de ustedes era una relación no muy normal", se animó a decir Nico mientras recogía el vaso y la botella de Canada Dry para llevarlas al mostrador. Había asumido la respuesta anterior como la indirecta que había esperado muchas noches, como una pequeña puerta abierta por la que debía entrar. "Bueno, más que la relación, creo que el anormal era él", apuntó antes de irse con las cosas recogidas. "Termino esto, entrego cuentas y vuelvo en cinco minutos", se animó a anunciar.   

A pesar de su borrachera, Melissa entendió que Nicolás intentaba coquetaerle y que quería prolongar la noche. Desde la primera vez que la atendió en aquel bar se había mostrado especial cuando Andrés estaba descuidado. El problema era ella, que a pesar de la rabia por el desplante solo tenía corazón y cabeza para Andrés, el anormal. 

 Tomó el celular, pidió un Uber, cogió su bolso y se apresuró a salir tambaleándose un poco. Justo en la puerta del bar vio a Nicolás, con cara expectante y listo para salir. Tomó aire, lo miró con gesto adusto y le sentenció: "Finalmente creo que la anormal soy yo. Y es mejor que vuelvas donde tu jefe, porque hoy las cuentas a ti no te dan". Pasó por su lado y vio el Uber esperando en la puerta. 

Cuando abordó el vehículo sonaba en la radio una canción de Rubén Blades que Melissa empezó a acompañar: "Cuidado que ahí vienen los anormales... y con straitjacket... oigan mi gente..."


miércoles, 19 de febrero de 2025

El existencialista

- "El existencialismo fue básicamente una respuesta a la incertidumbre y al caos del mundo", afirmó Manuel, mientras la miraba a los ojos y se tapaba un poco las piernas de ambos con el borde de la sábana, dejando los cuerpos desnudos. "Sartre, Camus y Simone de Beauvoir coincidieron al plantear que la existencia precede a la esencia", continuó en su disertación. 

Martina disfrutaba demasiado aquellos monólogos filosóficos un poco dispersos y la mayoría de las veces inútiles para ella, un arquitecta dedicada a la construcción de unidades residenciales de casas en el oriente del departamento. Muchas veces, no le entendía casi nada, pero el solo hecho de tener a Manuel tan cerca y saber que hablaba solo para ella le generaba una placer particular que no podía ocultar en su rostro. 

- "Es que los seres humanos no nacemos con un propósito definido; somos nosotros mismos los que le damos el sentido a nuestras vidas con nuestras decisiones y acciones. Y claro, es una libertad que tiene un costo muy alto que la pagamos en cuotas de angustia", continuó Manuel. 

- "¡Tú cómo sabes de cosas!", afirmó Martina en tono coqueto, mientras le acariciaba el cabello con las manos y acercaba sus labios húmedos al pecho del ensimismado filósofo. Daba lo mismo que le respondiera o no, la mayoría de las veces no lo hacía cuando ella lo interpelaba; pero ella amaba tanto sus palabras como sus desatenciones, sus rechazos y sus silencios. Estaba profundamente enamorada de aquel filósofo desarreglado y medio vago, que se la pasaba todos los días entre bibliotecas universitarias y bares bohemios del centro de la ciudad. 

Manuel terminó la cerveza que tenía en el vaso, ignoró la pregunta y continuó hablando. "Nacemos sin un propósito. Nos definimos a través de nuestras elecciones, ejerciendo nuestra libertad absoluta, que más que un privilegio es una carga". 

Martina era consciente de que se había enamorado de él por sus defectos, por su lado oscuro y por su parte más difícil: su fanatismo filósofo hasta en los momentos de intimidad. Tendida en la cama, siguió escuchando el discurso de Manuel, que empezó a caer en conceptos difusos para ella, que sabía que empezaba a amanecer y que muy pronto tendría que irse a su oficina en la constructora, al otro lado de la ciudad.

- "La vida es un absurdo porque los hombres queremos encontrarle sentido en un universo diferente",  expresó Manuel mientras subía el tono de la voz, "y es justamente la falta de respuestas es lo que nos sume en una profunda crisis existencial", sentenció. Era justo esa vehemencia con la que cerraba sus reflexiones lo que aumentaba la admiración de Martina. 

Lo contempló una vez más. Aprovechó el silencio contemplativo en que cayó él por unos minutos para repasarlo de la cabeza a los pies. Mientras lo miraba, entendió que realmente lo amaba sin una razón particular. Era muy poco lo sabía de él, excepto que tenía formación filosófica y que dictaba algunas clases de epistemología en las universidades del centro. 

Con sutileza, le quitó la sábana de los pies y empezó a acariciarlo en la parte baja del pecho. Se subió a su cuerpo, lo miró a los ojos y le dijo al oído: "no quiero saber más del existencialismo... Solo quiero que sepas que mi único deseo es existir en ti". Aquella mañana volvió a llegar tarde al trabajo oliendo a cerveza. 


domingo, 26 de enero de 2025

El asaltante

Juan Antonio nunca se imaginó que lo despedirían de la empresa. Cuando lo hicieron, nunca supo por qué. La decisión lo tomó por sorpresa y la asumió con buen humor. No se preocupó en lo mínimo, pues creía que con su hoja de vida y sus contactos no tendría problema en encontrar trabajo rápidamente en otro lugar. 

Estaba comprometido con Sara, una joven intelectual de 26 años de edad, negociadora internacional, que trabajaba con una empresa minera gigantesca. Él vivía en un pequeño apartamento en el Norte. Ella, en una mansión campestre con sus padres en las afueras de la ciudad. Faltaban 3 meses para la boda y la mamá de Sara ya había hecho toda la planeación con una empresa de wedding planners

Juan Antonio tenía 34 años de edad y trabajaba como contador en una empresa importadora de sillas y productos de plástico. Era un profesional destacado, con liderazgo en su equipo de trabajo y con el reconocimiento de todos en la empresa por su puntualidad, su caballerosidad y la calma con la que tomaba las decisiones en los momentos tensos. Su intempestiva salida de la compañía los sorprendió a todos. 

Con Sara, había acordado casarse después de que ella se graduara de la especialización en gestión aduanera que estaba terminando. Llevaban 4 años de novios. Un mes después de la salida de Juan de la trabajo, acordaron posponer la fecha mientras él volvía a organizar su vida laboral. 

Quiso mantener el nivel de vida que llevaba y empezó a gastarse el dinero que le dieron por la liquidación. Rápidamente le tocó empezar a vivir con lo que tenía ahorrado. Pasados 4 meses, decidió no volver a pagar el arriendo del apartamento en el Norte y pasarse a uno más pequeño en un barrio de estrato 3, en el occidente, a pesar del disgusto de Sara. 

La situación se le puso difícil, no tenía parientes en la ciudad y ninguno de sus pocos amigos pudo o quiso ayudarle. Le pidió ayuda a algunos de sus excompañeros de trabajo hasta que descubrió que estaba absolutamente solo. Al quinto mes vendió todo lo que tenía: la ropa, la moto, los relojes, los muebles, la cadena que había heredado de su papá, el celular y el escudo de oro que le habían dado cuando cumplió los cinco años de servicio en la importadora. Sara no volvió a contestarle las llamadas que empezó a hacerle desde el teléfono minutero de la farmacia y tiempo después, una vez que le marcó al número de la casa, le dejó la razón de que no la volviera a molestar más.       

El día que llegó la policía al barrio a buscarlo con una orden de desalojo por incumplimiento de pago no supo qué hacer. Aceptó que era demasiado difícil encontrar un empleo formal. Para conseguir algo de dinero empezó a vender cosas en la calle: lapiceros, galletas, confites y bolsas de basura. Recolectó cartones y botellas para venderlos como reciclaje y empezó a dormir en pensiones en las que pagaba la noche. 

Al séptimo mes la situación se le volvió caótica e inmanejable. Se le empezaron a dañar los diente y ya no tenía ropa para cambiarse. Pensó en suicidarse pero le faltaron agallas, las mismas que sí tuvo para empezar a robar. Al principio, les robaba a los borrachos en las noches. Luego, siguió con las ancianas que madrugaban a los oficios religiosos. Después, empezó a hacerlo en las ciclorrutas y finalmente lo hizo en todo momento y a todo tipo de personas. 

Se asumió como delincuente profesional y en su nuevo oficio aplicó los conocimientos que tenía de contador. Administró el dinero que conseguía, se compró un revolver y una moto de alto ciclindraje, se arregló la dentadura, compró ropa lujosa y alquiló una habitación en un barrio de estrato 3. En el mundo del hampa se ganó rápidamente el respeto por su seriedad y la forma metódica como planeaba los asaltos. Lideró una banda y empezó a robar bancos y casas lujosas en las afueras de la ciudad. 

Después de haber asaltado la empresa importadora de plásticos y de dar el gran golpe al robar en las oficinas administrativas de una empresa minera gigantesca se enamoró de una de las mujeres de su banda llamada Sara y se fue a vivir con ella en una apartamento al norte de la ciudad. 


domingo, 5 de enero de 2025

Obsesiones

Pensé en ella muchos días. Quedé impactado con su figura esbelta, su lunar en la mejilla, los hoyuelos que generaba su sonrisa y su calidez al hablar. Luciano, mi primo, me la presentó cuando salíamos de jugar un partido en Itagüí y llegamos al parque para tomarnos una cerveza. Ellos se conocían porque estudiaban juntos una tecnología en logística y yo la conocí porque el destino nos cruzó 20 minutos que fueron muy especiales, pero finalmente, fugaces.

Por timidez o estupidez, que en cosas del amor son lo mismo, no le pedí su número. Ella se fue con su hermano en la moto y yo me quedé con los muchachos del equipo. Varias veces le pregunté a Luciano por ella, pero nunca me quiso dar su contacto; no sé si por celos, por cuidarla de mí, o simplemente porque cada que hablábamos de mujeres él terminaba haciendo chistes y burlas y desviando el tema.

Durante casi tres meses estuve yendo al mismo sitio en Itagüí los sábados en la tarde a tomarme una cerveza y a buscar a Salomé entre los numerosos transeúntes del parque. Nunca más la vi.

Ya pasaron 12 años desde aquel encuentro. El fútbol, los compañeros de aquel equipo y hasta mi primo Luciano hacen parte de mi pasado. Mi presente son los libros. Mi trabajo como editor encajó con mis pasiones y con mis estudios en Literatura y Filología. Viví solo, tengo una biblioteca gigante y un gato, no tengo redes sociales y siempre prefiero la soledad, la calma y el silencio.

Esta mañana salí caminando de mi apartamento para la editorial. Generalmente voy en la moto, pero hoy decidí irme a pie. Tomé la Calle 33 y luego la Avenida Nutibara. Al llegar al segundo semáforo una mujer que venía caminando en sentido contrario se quedó mirándome con sorpresa, sonrió y se paró frente a mí diciendo:

- “Juan Carlos… ¡Juan Carlos! 

La miré extrañado porque en un primer momento no la reconocí. Pensé que podría ser alguna excompañera del pregrado, una de esas vecinas del edificio que nunca te cruzas de frente, una de las vendedoras nuevas de la editorial o alguna prima lejana con las que uno no tiene contacto.

- “Sí, soy yo”, respondí con timidez mientras detenía mi paso. Y en tono respetuoso pregunté: “Disculpa, ¿tú eres…?”

- “Soy Salomé, Juan. ¿No me recuerdas? Nos presentó tu primo Luciano hace años en Itagüí”.

Era una mujer atractiva, con el cabello un poco desordenado y una pinta casual. Me fijé en su cara. Los hoyuelos de Venus eran un poco más marcados, el lunar se destacaba en su mejilla y su voz seguía teniendo la misma calidez.

-  “Perdón, perdón. Es que tengo una pésima memoria y ha pasado mucho tiempo, pero ya te ubiqué. Eres Salomé, ¡la que te fuiste en la moto con tu hermano!”, le dije, mientras miraba el reloj.

Me escuchó con atención y con una sonrisa inacabable. Se me acercó tanto que me sentí intimidado. Me miró fijamente y soltó una frase directa.

- “Sabes una cosa, nunca he dejado de pensar en ti”

No supe qué decir. Di un paso hacia atrás para sentirme seguro, volvía mirar el reloj y me afané a decir:

- “Qué rico saber de ti y volver a verte, pero te soy sincero, voy un poco retrasado. Tengo una reunión demasiado importante a dos cuadras de acá”. Saqué la libreta pequeña que siempre llevo en el bolsillo y un lapicero. “Dame tu número y te marco ahorita”.

- “Si quieres me haces una llamada perdida y ahí quedamos registrados”, dijo ella.

- “Mejor no, este celular mío es corporativo y está muy expuesto”, alcancé a responder. 

Ella ya tenía la libreta en su mano, procedió a escribir el número y dibujó un corazón al lado de su nombre. Me lo entregó y volvió a sonreír. 

- “Ojalá no te me pierdas otros 12 años, un mes y 17 días. Mucha suerte en tu reunión. Por si algo, voy al centro comercial y estaré allá toda la mañana”, dijo, mientras me daba un beso en la mejilla. Yo me despedí rápido y me fui caminando de prisa.

Al cruzar la siguiente calle, arranqué la página y tiré el papel con el número en el primer bote de basura que vi. y decidí no volver a pasar por esa calle en mi vida. Tengo claro que mis obsesiones ahora son literarias. 


domingo, 29 de diciembre de 2024

La cercanía de la muerte

Lucía abrió los ojos y sintió que estaba flotando sobre una mácula de luz. No se hallaba. Respiró profundo y miró a su alrededor para tratar de ubicarse espacialmente. Estaba en una habitación completamente blanca y fría, con los brazos amarrados y las piernas congeladas, con una trama de sondas y tubos que la perforaban y con los desechos de su cuerpo cubiertos de vendas. Se sintió inmóvil y lo recordó todo.

A su memoria llegaron los tragos que se tomó con Felipe, la discusión por la pasividad con la que él asumía la relación, la salida furiosa del apartamento, la autopista, la rabia, el exceso de velocidad y el camión en la curva. Justo cuando empezó a recordar uno a uno los detalles, miró al lado de la cama y se percató que esta vez, como tantas, él no estaba a su lado.

Extrañó su mirada para alentarla y sus manos para ayudarle a esconderse de sus fantasmas. No estaba su voz para decirle que todo iba a estar bien y no hubo palabras para repetirle que el dolor es solo una fantasía. Se pasó toda la tarde mirando el cajón del aire acondicionado en el techo de la habitación 802. 

Al llegar la noche, sintió que abrieron la puerta con tanta suavidad. No era la enfermera que pasaba cada 20 minutos. Vio a Felipe entrar con cara de culpa. Se hizo la dormida por un instante y esperó a que él se acercara. 

- "Ni en los accidentes graves estás”, dijo ella, con voz pausada y suave, pero cargada de rabia. 

- "Juro que no me moví de tu lado", repicó él en tono fuerte, pero con cara de dudas. "No me viste ahora, porque fui al apartamento a cambiarme”, agregó.

- “Ilusa yo, que al despertar de la cirugía pensé que ibas a estar ahí para decirme que luchara por vivir", recriminó Lucía.

- “Estuve recluido tres días en la sala de espera de este piso sin recibir una sola información alentadora. Solo cuando me dijeron que ya salías de la UCI y que te iban a mandar a la habitación me fui un rato", agregó él excusándose. “Padecí la la operación como si me la hubieran hecho a mí”.

Cuatro días antes, cuando Lucía entró al quirófano, Felipe se marchó. La borrachera se le había pasmado cuando lo llamaron a darle la noticia. En algún momento se imaginó lo peor. Les tenía pánico a los hospitales y apenas supo de la cirugía prefirió huir a esperar en otro sitio. 

- “Nunca estuviste a mi lado. Te marchaste, como siempre. Prometiste que estarías conmigo en todo, y nunca lo hiciste. En los momentos difíciles siempre te enmudecías y te ibas”, sentenció ella con las manos temblorosas mientras empezaban a sonar los aparatos a los que la tenían conectada. 

El código azul se había activado. Mientras un grupo de enfermeras entró rápidamente a la habitación, Felipe salió por el pasillo caminando hacia el ascensor repitiendo una sola frase “la cercanía de la muerte es insoportable”.

domingo, 24 de noviembre de 2024

El proyecto

Aquella noche de noviembre fue la quinta y última ocasión en menos de un mes en que Alexandra, con un abrupto cambio de tema, le preguntaba por Gabriela. Estaban en la Pizzería Vesubio esperando el pedido, ya se estaban terminado las segundas cervezas, de fondo sonaba "Respect" de Aretha Franklin y justo en ese momento Ángel le estaba contando los detalles del nuevo proyecto de investigación que había presentado en la Facultad. 

- "¿Otra vez con el mismo tema?", preguntó Ángel un poco descompuesto por lo que consideró una interrupción indebida. "¡Ya veo que te quieres tirar la noche!".  

- "Ni lo uno ni lo otro. Yo solo quiero que me digas la verdad, que no evadas el tema, que me confieses si te gusta Gabriela. Siempre te sales por la tangente y eso es lo que me hace dudar", advirtió Alexandra mirándolo con sus ojos azul profundo. Y agregó: "Y no es otra vez, lo que pasa es que nunca me has respondido la pregunta. Te aseguro que si me respondes, la noche seguirá igual de especial, con cervezas, pizza y rock; la combinación que nos gusta". 

Ángel trató de evadir la mirada levantando la mano para llamar al mesero, preguntar por la pizza y pedir otras dos cervezas. 

- "¿Te hago dudar? Dudas me genera a mí la insistencia tuya con ese tema. Ya te he dicho y te he demostrado que Gabriela es solo una buena compañera de trabajo y nada más". 

Contrario a las cuatro veces anteriores en que había puesto el tema, Alexandra estaba muy calmada. Demasiado sospechosa, pensaba Ángel. Ella bajó la mirada por un momento y sorbió dos veces su cerveza. Respiró más despacio y preguntó nuevamente: "¿pero te gusta?"  

Sin dudarlo, y por primera vez en los cuatro años que llevaban juntos, Ángel le lanzó una respuesta directa y contundente.  

- "Bueno. Seré claro y espero que este tema termine acá. Gabriela no me gusta", afirmó Ángel. Hizo una pausa para jugar momentáneamente con la espuma de su cerveza y continuó: "No me gusta físicamente, solo me genera una atracción netamente intelectual". 

Alexandra bajó la guardia y la mirada. No esperaba una algo así.    

- "Te juro que es solo eso. Es una mujer demasiado inteligente. Físicamente no me provoca nada. ¿Está claro?", dijo Ángel, queriendo explicar más de lo necesario. 

En ese momento llegó la pizza Margarita partida en cuatro porciones grandes, como ellos la habían pedido. Alexandra tomó lentamente la espátula de forma triangular, levantó el primer pedazo y lo pasó al plato de Ángel. Con el mismo ritual, en silencio, tomó una rebanada más para ella. Paso seguido, tomó los condimentos: orégano, pimienta y sal de ajo, y procedió a echárselos a su pedazo. Comenzó a comer sin determinar a Ángel. 

De fondo sonaba «Stairway to Heaven», de Led Zeppelin. Alexandra terminó su pedazo y su última cerveza con una sincronía perfecta con la última frase de la canción: "And she's buying a stairway to Heavenel". Fue ahí cuando decidió retomar el diálogo. 

- "¿Y el proyecto de investigación es a uno o a dos años?", preguntó. 

- "Dos años. Y uno más, si los investigadores conseguimos la cofinanciación de una universidad francesa", respondió Ángel, extrañado por el extenso silencio de Alexandra y el nuevo cambio de tema.  

- "¿Conseguimos?, ¿Quiénes son los otros investigadores?"

- "Solo Gabriela y yo" 

No hubo más palabras esa noche, ni en las noches de los tres años siguientes. Cuando llegaron de la pizzería, Alexandra recogió sus cosas y se fue a vivir con su hermana. 

Ángel siguió su vida de investigador en la Facultad y recorre el mundo con Gabriela dictando conferencias, tomando cerveza, asistiendo a concierto de rock, comiendo pizza, haciendo el amor y presentando el libro que resultó del proyecto: "El concepto del amor verdadero en las mitologías nórdica, egipcia, griega y mesopotámica" por Gabriela Jaramillo y Ángel Flores. Hoy lo presentan en la Universidad París X Naterre. 


miércoles, 13 de noviembre de 2024

La verdad del viento

 - "Tienes que creerme", insistió Oscar. "Te he contado tres veces lo que pasó y no me crees", agregó, mientras caminaba con ella hacia la playa. 

- "Este habla por hablar", pensó Valeria con la mirada puesta en el infinito.  

- "Es como te lo conté. Yo estaba ahí y lo vi con mis propios ojos; que tú no me creas es otra cosa", agregó Oscar mientras se rascaba la punta de la nariz. 

Se quedaron callados esperando simultáneamente un apunte del otro. Se miraron fijamente. Ella pensó que a pesar de lo ocurrido, todavía seguían siendo pareja y estaban juntos, y eso era lo importante. Miró hacia la izquierda y vio cómo se juntaban el mar y el cielo en el infinito. Él solo repasaba en su mente lo que había visto, escena a escena, para insistirle a ella en su versión.

- "Te lo puedo jurar. Fui a preguntar por ella solo porque me habían dicho que era la única que podía ayudarme a desenredar lo de la cuenta de cobro. Sé la prevención que tienes contra ella, pero necesitaba solucionar ese tema. Por eso fui. Cuando llegué y vi lo que vi, me quedé pasmado. Me petrifiqué y dudé un momento. Ese fue mi error", continuó Oscar. 

Valeria suspiró incrédula. Sintió en su rostro el viento que venía del mar. Cerró los ojos por un minuto hasta que volvió a escuchar la voz de Oscar insistiendo en el "tienes que creerme" que le había dicho tantas veces en los últimos años. 

- "Te juro por lo más sagrado que yo no le insinué nada. Te lo repito: ella estaba sola en esa oficina. Se subió un poco la falda y se abrió el escote de la blusa".

- "No insinuaste, pero hiciste", murmuró Valeria mientras seguía absorta mirando hacia el mar.  

- "¡Que no!, mujer por Dios. Ella tenía todo preparado. Si miras bien la foto verás que solo me acerqué un poco y que tengo cara de desconcertado. Es lo único que se ve. Lo demás es una película que ella se inventó con maldad para acabar con lo nuestro, y tú caíste en su juego", afirmó Oscar con total seguridad. 

Durante casi dos horas, Oscar continuó expresando sus argumentos mientras Valeria, sentada en la playa, decidió escuchar solamente el viento que venía del mar. "El viento", se dijo a sí misma, "sopla donde quiere y siempre dice la verdad". Oscar la miró tan absorta, que prefirió no seguir insistiendo y se retiró caminando despacio sin saber a dónde ir. Han pasado cinco semanas, ella sigue en la playa mientras él deambula por los rincones del pueblo tratando de encontrar a quién contarle su verdad. 


lunes, 7 de octubre de 2024

Amor sin cabida

Camila nunca había esperado una llamada con tanta ansiedad. Miguel le había prometido comprar una Sim Card y comunicarse con ella justo cuando regresara al país para "concretar todo". El vuelo, según le contó Julio, el hermano de Miguel, debía haber aterrizado a la media noche.  

 Eran las 6:00 de la tarde. La intranquilidad vivida a lo largo del día la había obligado a tomarse nueve cafés. Estaba acelerada. Al fin y al cabo, caviló en medio de la angustia, a los cuarenta y tres años de edad ya no solo es urgente resolver el amor en la piel sino también en el bolsillo y en el corazón.  

 Por segunda vez en su vida se le había avivado la esperanza de que la casualidad de conocer a alguien se transformara en una relación estable y "para toda la vida". La primera vez, con Alberto, todo terminó en una ilusión. Después de 5 años de relación, hicieron todos los planes de la boda, contrataron el salón, hicieron la lista de invitados y hasta compraron los vestidos, pero una semana antes de la fecha fijada él prefirió irse a Panamá de urgencia con la excusa de la enfermedad de su hermana. Nunca regresó. 

 Esta vez sentía que con Miguel iba a ser diferente. Se conocieron en un bar de rock en la calle 29. En los primeros dos años, vivieron con intensidad muchas noches de rumba, moteles, música y alcohol. Después, cuando él comenzó a estudiar su maestría pasaron a una vida menos convulsionada donde abundaron las conversaciones y los diálogos largos de corte filosófico en el balcón del apartamento de él. El sentimiento de culpa en Hegel, el existencialismo de Heidegger, la metafísica de la muerte y el amor mirado por la filosofía desde Platón hasta Barthes. Camila era una abogada recién graduada, pero tenía un gusto particular por la filosofía cultivado en múltiples lecturas y varios podcasts. Después del grado de él, y antes del viaje de él a España, para su último año del doctorado, hablaron del futuro y de los planes para hacer una vida juntos. 

Antes del viaje vivieron noches tiernas y llenas de amor. En los últimos dos meses, las videollamadas diarias habían adquirido un tono de discusión y pelea. Camila reconocía que el instinto que había desarrollado como abogada para interpretar los casos a la luz de las leyes no le servía para nada en asuntos del corazón. A las 10:00 p.m. no se aguantó más y le mandó un mensaje de audio a Julio, preguntándole si sabía algo de Miguel. La respuesta llegó a la media noche: "llegó, pero se ocupó en otros asuntos".  

 Esa noche tuvo un sueño extraño del que despertó con la certeza de que el amor con Miguel no tendría cabida ni en la piel ni el alma.  Por segunda vez en su vida la ruta de la existencia fue totalmente opuesta a la de sus anhelos. 



martes, 1 de octubre de 2024

Profundo vacío

En el lugar que ocupó el deseo toda la noche se metió un profundo vacío al amanecer. Cada que hacían el amor, Lorenzo madrugaba angustiado y Mariana se sentía deshabitada. Llevaban ocho años sintiendo lo mismo y ocultándoselo al otro. Curiosamente, el despertador del celular de ambos estaba puesto a las 6:16 a.m. El sonido no los sorprendió porque ambos habían abierto los ojos una hora antes, dándose la espalda, sin mirarse y con la misma sensación extraña de todas las veces. 

Ella simuló querer agregar unos minutos más de sueño evasor. Él aprovechó para levantarse rápidamente y meterse a la ducha. Lo que seguía ya era casi un ritual. Lorenzo salía de la ducha, tomaba su teléfono para fingir hablar con dos o tres abogados de la firma, darles instrucciones y recomendar acciones mientras él llegaba "lo antes posible". Mariana se vestía rápidamente sin bañarse, se peinaba y se maquillaba un poco, pedía un Uber y se despedía rápidamente porque según decía: "el carro confirmó que en tres minutos llega". 

El resto de la mañana siempre era igual para los dos. Él llegaba a la oficina y ella al gimnasia donde trabajaba y ambos sentían la necesidad de un poco más "de algo" que o sabían qué era. Lorenzo tomaba café cada media hora y Mariana comía maní salado sin pausa. 

Era miércoles. Lorenzo siempre le decía a sus compañeros del despacho de abogados, que los miércoles eran los días ideales para tomar las decisiones más importantes. Después del almuerzo y de pensarlo desde el desayuno, decidió escribirle una nota breve, clara y contundente a Mariana. Abrió el WhatsApp y digitó: "La paradoja de estar contigo es que la felicidad de una buena noche se transforma siempre en un desconsuelo eterno". 

Mariana estaba dictando su clase de spinning. Cuando terminó, se sentó en la cafetería del gimnasio y leyó el mensaje. Volvió a sentirse desolada. Aunque lo dudó, respondió de inmediato con otra sentencia breve: "No es paradoja aquello que es lógico. La vida siempre es otra después de hacer el amor". 

Lorenzo acababa de entrar a otra de esas reuniones largas, tediosas y mal planeadas. Revisó el mensaje. Pensó para responder algo rápido y apeló a un emoticón de una cara avergonzada. A renglón seguido puso la frase de todos los miércoles en la tarde: "Nos vemos el martes en la noche en el apartamento, para la otra vida".


jueves, 26 de septiembre de 2024

El final de la carta

Danny se sentó frente al escritorio de la habitación del hotel. Tomó la carta que había empezado para Helena. Releyó lo que ya había redactado y sintió que solo le faltaba un párrafo concluyente. Tomó el bolígrafo, una hoja en blanco y trató de terminar así: 

“Nunca imaginé que el amor doliera de esta forma…”, comenzó.

Repasó la frase mentalmente, le pareció un lugar común y la tachó.

"Es cierto que el amor es un salto al vacío...", volvió a iniciar. Cuando iba a tachar esta idea, tuvo que interrumpir para atender el celular. Era Luisa. Habían quedado de verse hacía dos días, pero él le había vuelto a quedar mal. Esta vez, se había inventado como excusa una cita urgente con un editor nuevo para cancelarle a ella con un frío mensaje de WhatsApp unos minutos antes de la hora del encuentro.

- "¡Aló, Luisa!", contestó. Y se dirigió al balcón. 
- "Hola"
- "Debes estar furiosa y lo entiendo, pero como te dije la última vez que nos vimos en Cartagena, los escritores somos así, nos desaparecemos para buscar las historias".
- "Pues solo llamé a decirte que tú y tus historias ya no me importan. Solo era eso". 

 Luisa colgó y Danny sintió más alegría que pena. Desde el balcón del piso 9 miró la ciudad que se extendía hacia abajo y volvió al escritorio para tratar de retomar. 

 "Es cierto que el amor es un salto al vacío y el nuestro lo fue en su momento. Ambos disfrutamos la adrenalina, el vértigo y la emoción de algo tan intenso que parecía eterno; pero que después de estos 12 años no fue así. Cada historia de amor es única y la nuestra lo fue, pero no logramos perpetuarla. Gracias por todo y por tanto. Un beso. Danny".

 Repasó lentamente. Algo no encajaba en el texto, pero en ese momento no sabía qué. Esta vez lo interrumpió el teléfono de la habitación.

 -"¿Aló?"

- "Don Daniel, de acá de la recepción. Vino a buscarlo la señora Helena. Dice que usted la está esperando". 

- "Claro, claro", respondió extrañado y con sorpresa. "Dígale que por favor suba". 

- "Con gusto, don Daniel".

 Dejó el medio párrafo sobre el escritorio y corrió a mojarse la cara. Entró al baño, se miró al espejo y descubrió que estaba sudando. Se arregló el cuello de la camisa y se echó un toque de loción. Cuando sintió el taconeo de Helena en el pasillo abrió la puerta de la habitación. La miró acercarse y la leyó entre furiosa y decidida, aunque ella llegó como si nada hubiese pasado. 

 Notó que Helena venía vestida con una falta corta, poco habitual en ella, y una camiseta blanca ceñida, de las que usaba siempre. Tuvo la tentación de saludarla, de abrazarla o darle un beso pasional, pero le pareció que todo esto ya carecía de interés. Solo atinó a invitarla a seguir. 

 - "Solo espero que no tengas a una de esas amigas tuyas escondidas en el baño o en el closet de esta habitación,", dijo ella con tono irónico.

- "El problema no soy yo ,Helena. Son tus fantasmas; siempre lo fueron. Cuando no aparecen tú los andas buscando".

- "Pues mis fantasmas nunca me han traicionado. Y te soy sincera, prefiero estar con ellos que con un monstruo al que desconozco después de haberlo amado tantos años", afirmó Helena.

- "¿A eso viniste?, ¿a continuar con lo mismo?, ¿no crees que ya fue demasiado?", replicó Danny.

 Helena guardó silencio. Repasó visualmente la habitación y caminó lentamente hasta el escritorio. Le llamó la atención la hoja con el medio párrafo manuscrito y lo leyó en voz baja.  

 - "¡Un salto al vacío!"... vea usted. En el que uno al final se da duro contra el suelo. Déjame decirte que es una metáfora floja y muy lugar común, yo cambiaría esa frase. ¿Es algo para tu nueva novela?"

- "Por supuesto", dijo Danny. Es la parte final de una especie de carta con la que se cierra la novela, o con la que se abre, aún no lo sé. 

- "Patético", calificó ella. 

- "¿Por qué en vez de criticar no propones algo menos pa-té-ti-co y menos lu-gar co-mún?"

- "Yo empezaría el párrafo con una frase más original” sentenció ella mientras se dirigía a la puerta de la habitación. Con algo como: "Nunca imaginé que el amor doliera de esta forma...".

 Abrió la puerta y agregó: “Y le pondría al principio una especie de destinataria directa, algo como: mi muy amada Luisa". 

 Helena sacó de su cartera un sobre, lo tiró al piso de la habitación y mientras se dirigía al ascensor, gritó:

 - "Y relájate Danny. Entre escritores nos entendemos, pero mientras buscas tus historias ten cuidado con dejar salir tus personajes". 


viernes, 14 de junio de 2024

Los silencios de Jero

 Al llegar al aeropuerto El Dorado, los recibió un hombre joven, alto, recién afeitado, con un letrero de papel en la mano que decía "Lina y Jero". Afuera caía la misma llovizna de todos los días en Bogotá a las 5:36 de la tarde.  

"Bienvenidos a la capital. Me llamo Willy. El doctor Felipe Zuluaga me pidió que viniera a recogerlos y que los llevara al hotel. Él mismo les reservó en el Dann. Van a estar muy cómodos allí".  

"Gracias", dijo a secas Lina, sin mirarlo a la cara, mientras repasaba los mensajes de su WhatsApp. 

"Ok", adviritó Jero, mientras buscaba unos chiclets en su morral.  

"Permítame les recibo las maletas", dijo William, extrañado por la parquedad de ambos. El elegante traje oscuro con corbata del coductor cargando las maletas contrastaba con los jeanes viejos, los tenis sucios y los buzos con letreros en inglés de la pareja. Después de ocho años viviendo juntos, lo único nuevo y limpio que tenían eran sus dispositivos móviles.      

10 minutos después, viajaban en una camioneta Toyota Tundra  por la calle 26. El recorrido hasta el hotel fue un largo silencio. Willy intentó hacer comentarios cortos sobre el tráfico pesado y el clima, pero al mirarlos por el retrovisor solo vio dos caras adustas e inexpresivas con la vista clavada cada una en su teléfono celular. Con desazón,  le puso volumen al radio en un emisora donde analizaban las noticas y se dedicó a cumplir con su tarea.

Cuando tomaron la autopista hacia el Norte, Lina miró por la ventana y pensó: "esta es la ciudad que gobierna el país. Aquí es donde reside el gran poder. Lo bueno es que yo voy a tener una buena parte de él". 

"¿Cuándo veremos a Felipe?", preguntó Lina, cuando ya estaban cerca al hotel.

"El d-o-c-t-o-r Zuluaga los verá en la mañana", respodió brevemente William. Zuluaga era el secretario de despacho estrella en la administración del Distrito y un firme candidato por su partido para la futura alcaldía. Había trabajado en el sector privado varios años como gerente exitoso de empresas petroleras, pero desde que pasó al sector público su ambición desmedida había encajado a la perfección con las jugadas de la política.       

"Para mí, será un g-u-s-t-o conocerlo en persona", murmuró Jero con tono irónico.

El Dann de la 93 es un hotel grande, con piscina cubierta, centro fitness, un buen restaurante, decoración clásica, zona de estar amplia y habiraciones cómodas. El botones subió el equipaje y se marchó sin propina alguna. Jero se recostó en la cama furioso. Estaba incómodo desde hacía 15 días cuando Lina le llegó con la noticia de que su amigo Felipe, el político bogotano, les mandaría los tiquetes para que fueran a saludarlo a la capital. Había guardado silencio y distancia. Cuando Lina empezó a desempacar, sonó el teléfono de la habitación. Jero saltó y se apresuró a contestar. 

"Sí, aló".

"Estoy abajo y quiero verte solo cinco minutos".  Jero reconoció de inmediato la voz de Diana y no supo cómo actuar. 

"No me preguntes cómo hice para ubicarte ni por qué estoy en Bogotá", continuó afirmando la interlocutora mientras Jero incómodo, vacilaba qué cara poner. 

"Estaré en el café que queda al lado del hotel, sobre la 93, hasta que lo cierren. Y no pienso irme sin hablar contigo; así sea la última", sentenció Diana. 

Jero hizo un intento por disimular su sorpresa y para ello, respondió de inmediato. 

- "Entiendo. No hay lío. Bajo en dos minutos y firmo. Gracias". Mientras colgaba el teléfono y miraba por la ventana para evitar la mirada de Lna, se apresuró a explicarle. 

- "Voy y vuelvo. Se nos olvidó firmar algo en la recepción. Aprovecho y me pido un café de cuenta de muestro a-m-i-g-o, Felipe". Sin esperar respuesta, salió raudo hacia el ascensor. 

Lina lo conocía demasiado. Sabía que no le gustaba dejar nada pendiente. A ella tampoco; en eso eran iguales. Los que sí los diferenciaba era el gusto de él por el café. Verificó que el ascensor hubiera llegado al primer piso y de inmediato cogió el celular que había puesto a cargar y marcó el número de Felipe.  

"Todo salió a la perfección. Te cuento que no dudó en bajar de inmediato. Mándame unas buenas fotos de esos dos, dale las gracias a Diana de mi parte y sube esta noche cuando lo veas salir a él con su maleta. No tardaré muchó en hacer mi parte. Te amo, mi Pipe".    

viernes, 5 de abril de 2024

Santa Bárbara bendita

Como solía hacerlo cuando su estado de ánimo decaía, aquella tarde de viernes Ángel tomó su vehículo y partió sin un destino determinado. Por la autopista Sur llegó hasta la variante de Caldas, siguió hacia el Alto de Minas y cuando bajaba hacia La Pintada decidió entrar a Santa Bárbara. Dejó el carro junto a la iglesia y se dedicó a recorrer los rincones del pueblo en busca de las mejores panorámicas. En los pueblos, pensó mientras miraba hacia el cañón del Río Cauca, uno deja de ser uno mismo, se convierte en un desconocido y eso le da cierta libertad para no ser responsable de todas sus acciones. 

Habló con algunos lugareños, tomó varias fotos, compró unos dulces y se dirigió por la carrera Bolívar hasta "La Sala del Zar", un pequeño bar en el que comenzó todo, como la mayoría de las historias oscuras de aquel pintoresco pueblo. 

Ya se había tomado tres aguardientes cuando vio entrar por la puerta a Zain Romero, un colega escritor con el que casualmente había compartido panel cuatro veces en los festivales literarios de Jericó. Con la ayuda del licor habían alegrado varios encuentros, que transformaron rápidamente de tertulia a fiesta y de fiesta a bacanal. Zain estaba de paso en el pueblo, rumbo a La Pintada, a pasar el fin de semana con Dayra, su amante, que lo esperaba en una finca. Tres aguardientes después, Zain lo había convencido de que fuera con él. 

Ángel dejó su carro en el pueblo y se montó en el de su amigo, que serpenteó raudo por la carretera mientras bajó por la cordillera. El viaje se le hizo eterno. Cuando pasaron por Farallones, ya se habían consumido casi una botella y Zain le había contado todos los detalles de su trágica vida sentimental con su esposa y de sus aventuras con su amante. A Ángel la cabeza le daba vueltas, producto de la combinación de licor, historias y carretera. En una de tantas curvas, prefirió dejarse vencer por el sueño y por la borrachera, mientras Zain seguía conduciendo como un loco y contándole sus historias. 

Lo despertaron los cantos de los pájaros y las caricias de Dayra. Ángel no se hallaba. Miró a su alrededor para ubicarse: estaba en un segundo piso, desnudo, todavía borracho, en una cama matrimonial, en una habitación con balcón, con una mesita en la que estaban sus dos novelas preferidas, una jarra de agua, zanahoria picada y una botella de aguardiente. Había luz de día y a su lado, también desnuda y borracha, y excesivamente cariñosa, estaba la amante de su amigo Zain. 

Se levantó desconcertado. Como pudo, se envolvió en una toalla, abrió la ventana y miró hacia abajo buscando alguna referencia. Había una piscina gigante y a su lado un letrero en un retablo gigante que decía "Hotel Santa Bárbara Bendita". En el agua estaba Zain, abrazado tiernamente con su esposa y acompañado de sus dos hijas. Desde allí su amigo lo saludó efusivo con una frase que Ángel utilizaría después para titular uno de sus cuentos: "¿Cómo están el ángel y la santa?".  

miércoles, 20 de marzo de 2024

La próxima estación

Habían pasado 23 años desde que Marcelo emigró a Portugal huyendo de todo: de una ciudad que le quedaba pequeña, de la violencia en las calles del barrio, de la falta de oportunidades laborales, de una familia destruída y principalmente de Carolina, la mujer con la que creyó que lo había vivido todo. 

Estaba de paso fugaz por Colombia. Debía cerrar dos negocios en Bogotá como subgerente de la empresa de telecomunicaciones en la que lleva ya doce años trabajando. Llegó en la noche, y en una sola jornada bien trabajada dejó todo listo. Tenía tiquete de regreso a Lisboa para el día siguiente al inicio de la noche. Nunca supo cuál fue la razón real, pero aprovechó para volarse a Medellín. madrugó en el vuelo del sábado a las 7:00 a.m. y compró tiquete de regreso para las 4:00 de la tarde. Así le daría la escala sin problemas. 

La tarde sabatina en su natal Medellín estaba lluviosa. Era la 1:38 p.m. cuando tomó el Metro en la estación de La Estrella, municipio en el visitó a su Tía Rosalba en el hogar gerontológico, para saludarla y despedirse para siempre de la única persona a la que le guardaba algún cariño en esta ciudad. Su destino era bajarse en la estación Exposiciones y tomar un vehículo hacia el aeropuerto, con la idea de no volver nunca más. 

Aprovechó la poca cantidad de pasajeros para pasearse por varios vagones, como lo hacía en sus años de universitario. En el vagón que abordó iban una pareja dedicada a los besos, cuatro jóvenes con uniforme color naranja, integrantes de algún equipo de microfútbol y un adulto con uniforme de las Empresas Públicas de la Ciudad. Pasó al vagón siguiente y vio en él a un anciano de sombrero, a una adolescente con pinta de metalera y a una familia completa, con los dos padres y tres niños en escalera, de unos 5, 7 y 9 años. Cuando llegó al tercer vagón ya habían pasado 4 estaciones. 

Repasó visualmente. En el rincón, sentado frente a Marcelo, estaba un hombre, que lo miró con inquietud, vestido con unas botas y un buzo verde ceñido al cuerpo. Al fondo del vagón, se veía una anciana con un bastón en la mano y a su lado una niña de unos 11 años y dos mujeres cuarentonas, que incluso sentadas, tomaban por el brazo a la abuela. El hombre de las botas se bajó en la estación Poblado. 

Cuando Marcelo llegó al cuarto vagón sintió un aire extraño. En el ambiente había un olor que no identificaba pero que le resultaba evocador.  Siguió con su ejercicio. Al lado izquierdo, sentados, iban dos cuarentones discutiendo por un tema de fútbol. Al frente de ellos, viajaban tres mujeres con falda larga, el cabello suelto y cada una con una biblia en la mano. Junto a la puerta de la izquierda, iba recostado un albañil con un maletín de cuero a sus pies en los que se asomaban algunas de las herramientas de su oficio. Marcelo se fijó en la almadana y el cincel que se asomaban por el deteriorado cierre y de inmediato clavó con sorpresa la mirada en una mujer que estaba parada junto a la puerta de la derecha, la más lejana al lugar donde él estaba, esperando la próxima estación. La vio desde un costado y sintió un remesón.       

Una mujer de esa estatura, con un porte elegante, de cabello rubio, de pómulos altos, con un rostro alargado como su cuerpo, con ojos brillantes, ensimismada en la música que escuchaba en sus audífonos grandes, con unos senos prominentes y un pequeño lunar en el antebrazo cerca al codo no podía ser otra que Carolina. Repasó su figura. Después de un instante de duda, se puso a mirarla fijamente. Recordó que su Carolina siempre usaba el reloj en la mano derecha. El lunar, el reloj y su cara delgada fueron las pistas determinantes. 

Marcelo se quedó inmóvil unos segundos. Pasaron 23 segundos. Mientras decidía si gritarle o cruzar el vagón para hablar con ella, el tren llegó a la estación Industriales. Carolina bajó del vagón caminando con prisa, como si esta vez fuera ella la quería huir de todo. Marcelo caminó hacia la salida, pero la puerta se cerró frente a él.  Mientras siguió con la vista a Carolina, que subía las escalas, escuchó por el parlante: "próxima estación: Exposiciones". 

jueves, 14 de marzo de 2024

Lectura entre líneas

En la sala de la cabaña, la chimenea estaba encendida desde las 5:00 de la tarde. El frío era tan fuerte que no quisieron seguir caminando la ciudad en invierno, como se lo habían propuesta cuando programaron el viaje. Converesaron frente al fuego hasta que a ella se le empezaron a cerrar los ojos. 

Se la habían pasado hablando de "autores universales", una categoría imprecisa que les permitía debates eternos. Carla insistía en que Kafka tenía que estar encabezando esa lista y Martín no paraba de discutirle que nunca habría argumentos para ponerlo al lado de Hesse, de Poe, de Dickens o incluso de Hemingway. Ella insistió con el argumento de que el alemán fue pionero en la mezcla del realismo con la ficción y Martín le alegó que un escritor tan perfeccionista y obsesivo se vuelve muchas veces inentendible para muchos tipos de público. Se pasaron horas discutiéndolo hasta que el tema estuvo agotado sin llegar a ninguna conclusión. 

Hablaron de autores, de textos y de géneros. Casi a la media noche,  mientras la nevada arreciaba afuera, a Martín se le ocurrió plantear el tema del invierno en la literatura. Carla ya había recostado en el mueble, pero escuchó atentamente el resumen copioso que él hizo de "la tormenta de nieve" de Tolstoi, después de algunos apuntes que ella aportó sobre "Orlando", de Virginia Woolf. 

Aunque la madera encendida en la chimenea iluminaba con una luz tenue toda la sala y le daba un ambiente romántico a la escena, contrario a sus otros viajes por el mundo esta vez la intelectualidad había superado la sexualidad que ambos se despertaban. Martín pensó sin decirlo que el invierno no solo se había apoderado de la conversación sino de sus cuerpos. 

Ella tuvo la mente clara hasta que la empezó a atacar el sueño y él firme intención de seguir conversando hasta que se le atravesó la idea de que el fuego entre ambos había desaparecido. Un silencio largo se apoderó de la sala.

- "Ya te estás durmiendo", dijo él. "Discúlpame por extender la conversación. La verdad, me genera un placer intelectual hablar de libros. Duerme tranquila, que ya es tarde".  La tomó en sus brazo, la llevó a la habitación y la acostó en la cama entre edredones, cobijas y almohadas. Regresó a la sala y agregó en voz baja: "tarde no; es demasiado tarde... para los dos". Esa fue su lectura. 

sábado, 3 de febrero de 2024

La presencia de Daniela

Mateo atravesó caminando el llamado "barrio de los obreros" y bajó por un largo callejón. Al final del mismo estaba el portón verde y pesado de "El viejo bar". Buscaba un refugio para estar lejos todo, en especial de Daniela, quien fuera la mujer de su vida, pero también la causante de su gran dolor. El bar era un antro de licor y música pesada. Abrió el gigante portón y entró a ese sitio oscuro, escondido, habitado por el humo y perdido en la ciudad. Cruzó entre las mesas buscando el rincón. Escuchó las voces y reparó los rostros de los asistentes. Había grupos de amigos que hablaban fuerte y reían a carcajadas, una que otra pareja que se hablaban suave y se besaban, y algunos solitarios ensimismados que tarareaban la canción que sonaba en el bar. Cada uno estaba en lo suyo, hasta Mateo, que solo quería beber y olvidar.   

Se dirigió al rincón. Cuando llegó a la última mesa se sorprendió al ver allí a Daniela, sentada, con una botella de aguardiente destapada de la que ya se había consumido algunos tragos. No supo qué hacer. Permaneció estático, en silencio, mientras ella le sonrió coquetamente y le habló. 

"He llegado antes que tú. Sabes que te conozco demasiado bien. Sí te vas al fin del mundo sabría dónde encontrarte. Y también conozco mejor que tú el camino a este bar. Hasta me sé un atajo" le dijo, mientras levantaba la copa y brindaba en el aire. Ante el silencio de Mateo, ella continuó: "Recuerda que no es de un caballero dejar una conversación en punta. Y menos irse enojado cuando todavía hay tragos en la botella". Mateo rechazó con un gesto de desprecio el trago que Daniela le ofreció. "Siempre habrá una explicación clara para cada cosa que hacemos. Siéntate por favor, bebe conmigo y terminemos de aclarar el tema que te tiene aquí", dijo ella.  

Mateo se quedó de pie, la miró fijamente, respiró profundo, dejó salir un suspiro de resignación, dio un paso y pensó sin decirlo: "Si me conocieras tn bien sabrías que no soy tan caballero". Se retiró caminando hacia atrás y atravesó rápidamente el bar para volver a salir por el portón. Cuando subió los 200 metros hasta lo alto del callejón, Daniela lo estaba esperando sentada en la acera, como lo hacía desde hace tres años cuando él la dejó en medio de una fuerte discusión. La botella de aguardiente que tenía en la mano ya estaba vacía.  

domingo, 8 de octubre de 2023

La musa

Sophie era una mujer de mediana edad y de un alto nivel económico. Estaba acostumbrada a salirse con la suya. Su nombre era poco común en el pequeño pueblo en el que había decidido irse a vivir. Alfredo quería hablar con ella hace varias semanas, pero se le había dificultado. El viaje hasta allá debía ser por tierra, él sufría fuertes dolores en las piernas como herencia del mal manejo de sus lesiones cuando fue deportista de alto rendimiento, y ella, antes de bloquearlo, le había escrito que no tenía nada de qué hablar con él. Alfredo, escritor de oficio, solo quería pedirle una explicación y dejarla en paz, por eso le había pedido a Jairo que lo llevara hasta la remota población.  

De Manizales salieron a las 4:00 de la mañana. Llegaron a la plaza principal cuando las campanas de la iglesia citaban para el rosario de las 3:00 de la tarde. Hacía un frío terrible. Alfredo estaba ansioso y Jairo hambriento. En el kiosko pidieron dos empanadas grandes y un par de cervezas. Sophie estaba sentada leyendo en una hamaca en el antejardín de su casa en una de las esquinas del parque y no se percató de la presencia de los dos hombres que fueron su vecino y su amante en la capital durante casi 10 años.

Jairo le ayudó a Alfredo a ponerse de pie y lo acompañó hasta la casa de Sophie, que no supo cómo reaccionar cuando los vio juntos. Jairo saludó con cierta frialdad, acomodó a Alfredo en la sala, les dijo que regresaba en un rato, cerró la puerta y se fue a conocer el pueblo. Alfredo saludó con firmeza y antes de que Sophie dijera algo le advirtió que solo había ido por una breve explicación. 

- "Solo dime qué pasó, y me voy a la ciudad a seguir escribiendo", le dijo. 

- "¿Te importa si me quito el abrigo y me pongo cómoda?", preguntó ella con su voz un poco quebrada. "Recuerda que todo escritor necesita una buena musa y tú mismo me contaste que hasta el diablo tuvo una", agregó mientras sonreía coquetamente. 

- "¿Acaso eso todavía tiene importancia para ti?", contrapreguntó él.

- "Ya no", contestó ella, sacudiendo la cabeza, "pero no sobra rememorar los buenos tiempos", añadió.

Alfredo se encogió de hombros, la miró con rabia y comentó como si no fuera para ella: 

- "El día que me dejaste tirado no perdí la inspiración. Eso habría arruinado la historia. Querías joderme la vida y de paso, la profesión. Sí, estuve en las puertas del infierno, pero eso me sirvió para afinar la última novela".

 Sophie levantó la mano, llamando la atención. 

- "Procura no sonar pomposo, Alfred", ronroneó. 

- Él la miró con dureza, pero ella hizo caso omiso. Se quitó el cinturón y se desabrochó los botones del abrigo. Después, con un movimiento rápido, dejó caer la prenda al suelo. No llevaba nada debajo. Ladeó el cuerpo provocativamente en dirección a él. Dio una vuelta completa para exhibirse y se sentó. 

- "¿Lo ves Alfred?, ¿te gusta mi figura?, ¡Soy la musa perfecta! Y no hace falta que respondas", dijo Sophie mientras soltaba una carcajada. 

Alfredo asimiló toda la imagen con una sola mirada. Repasó su cuerpo de arriba a abajo pero se detuvo en los ojos. Se quedó mirándola por un instante eterno. 

- "Conozco muy bien esa mirada. La he visto en muchos hombres. Es la mirada maravillosa del que ve un cuerpo que conoce bien y que siempre ha deseado. Me miras a la cara queriendo parecer un educado intelectual pero estás pensando como animal desatado. ¿Cierto?". Dijo ella mientras seguía su concierto de risas. 

- Alfredo guardó silencio. Se sentía acalorado. 

- Sophie se puso de pie. Dio otra vuelta para exhibirse de nuevo. Se agachó despacio para recoger la abrigo del suelo. Lo sacudió, lo sostuvo unos segundos y con un movimiento rápido metió los brazos y se lo abotonó. Se volvió a sentar en el sofá y esta vez fue ella la que miró fijamente a los ojos a Alfredo. 

Alfredo sintió que salía de un trance. Sacudió un poco la cabeza y quiso empezar a hablar, pero Sophie nuevamente levantó la mano y lo interrumpió.

- "Lo siento, Alfred, tu musa se volvió a aburrir. La explicación que pedías ya fue evidente",  dijo, y agregó: "tú solo miras y después nada. Cuando la musa aparece tienes que dejar que la inspiración fluya, no te puedes quedar de brazos cruzados. Ahora tendrás que irte a otro pueblo a buscar otra musa. Ya sabes, búscala en las tardes,  mientras el pueblo está en misa aparecemos más fácil". 

Alfredo la miró más desconcertado que cuando llegó. Quiso decir algo, pero ya Sophie no estaba en la sala. Escuchó un momento el taconeo de sus zapatos en las escaleras y el grito desde el segundo piso: "ábrele a Jairo, que debe estar esperándote en la puerta. Él sabe muy bien y mejor que tú que si no hay inspiración, el tiempo es breve". 

martes, 19 de septiembre de 2023

Clientela fija

 El calor era insoportable. Elkin caminó por la Avenida, bañado en sudor y con un poco de asfixia, tratando de no pensar más en Cecilia. El Bar de Willy estaba casi al final, después de los dos supermercados y la tienda de mascotas. Cuando llegó a la puerta vio que no había espacio en la media docena de mesas que se ubican en la calle. El Bar de Willy se había ampliado gracias a una disposición del alcalde, que peatonalizó varios sectores del populoso barrio.  

El interior del bar era estrecho, con poca iluminación, con las mesas apiñadas y una barra en la que solo cabían cuatro sillas. En las paredes había una mezcla de afiches de fútbol, fotos de cantantes de salsa, pósters de grupos de rock, un cuadro del Che Guevara y publicidad de algunos candidatos a la alcaldía. Era un local sin identidad, pero con clientela fija. Elkin iba sin falta cada ocho días, los jueves, casi siempre con un desencanto amoroso diferente. Esta vez, el de Cecilia, la mujer que conoció el jueves anterior, cuando salió borracho del bar.

El interior estaba en penumbra. Elkin parpadeó para que sus ojos se adaptaran al contraste de la luz. Las cuatro sillas de la barra estaban vacías. Se sentó en la del rincón y pidió lo de siempre, un ron doble con limón y mucho hielo. Recordó que tenía muy poco efectivo en el bolsillo y que la tarjeta de crédito estaba sin cupo desde el fin de semana intenso que vivió con Cecilia. Pidió un segundo ron doble y se lo tomó tan rápido como el primero. Se sintió mejor. Pagó la cuenta y salió rápido por la Avenida. 

Dos cuadras arriba del bar, en el mismo sitio de ocho días atrás, lo estaba esperando Cecilia. Tenía el mismo vestido verde, el mismo peinado y  la misma sonrisa inocente. Elkin trató de evitarla, pero los  rones ya le habían hecho efecto. Ocho días después, en el Bar de Willy, Elkin volvió a maldecirla. 

miércoles, 23 de agosto de 2023

La falta de calle

 Ricardo saltó de la calle y se subió rápido al taxi para ir al Hotel Garden Inn, donde estaba hospedado hacía dos semanas. El tráfico era terrible, como siempre en Bogotá incluso antes de que comenzaran las obras del Metro. Estaba a solo 11 cuadras de distancia, pero el malgenio tras la última y definitiva discusión con María Eugenia y la pertinaz llovizna de la tarde lo obligaron a tomar el transporte público. El conductor de gesto adusto avanzó mediante aceleraciones abruptas, frenazos en seco, adelantamientos forzados y casi 100 pitazos en el corto trayecto. Se tardó 45 minutos en el corto trayecto. 

- "Se hubiera demorado lo mismo si hubiera manejado tranquilo y recto don Euclides. De todos modos mil gracias", le dijo Ricardo al conductor después de ver su nombre en la tarjeta que colgaba en la silla y antes de pagarle la carrera. 

- "Como se nota que a usted le falta calle", le respondió el taxista, mientras él se bajaba del auto. 

Sin prestar atención al portero, que tenía intención de decirle algo, Ricardo subió rápidamente las escalas y cruzó la puerta giratoria para entrar al hotel. El vestíbulo estaba repleto de gente. Gambeteó varias maletas frente a la recepción y se dirigió rápido al restaurante-bar del primer piso para buscar un trago. Lo único que quería era olvidarse de aquella tarde, quitarse el olor a calle bogotana y tomarse un ron antes de encerrarse en la habitación 804 a trabajar en el presupuesto del proyecto. Lo tenía que entregar a primera hora y lo había descuidado los últimos días por andar entre riñas y noches de placer con su cómplice capitalina.  

Se sentó en la barra. Cuando llamó al mesero para pedirle su trago, éste llegó con el ron ya servido en la mano. 

- "Cortesía de la dama de la mesa de al lado", dijo con cara de compinche. 
- "Gracias", dijo Ricardo, mientras miró sorprendido. María Eugenia estaba allí, sentada, sola, sin el abrigo grueso que tenía once cuadras atrás y con media botella de ron casi vacía. 

- "¿Qué haces aquí?, ¿Cómo llegaste?, ¿ cuánto tiempo llevas acá?", preguntó Ricardo frunciendo el ceño y sin saludar. 
María Eugenia no dijo nada y se volvió hacia el camarero.
-"Alberto, ¿tiene algo dulce?, ¿un postre, un cheesecake?". 
- "De frutos rojos. Es el mejor de la ciudad", respondió el mesero. 
- "Tráigale uno a mi amigo. La vida se le volvió muy amarga esta tarde desde que un taxista le dijo la verdad, y necesita endulzarla. Lo carga a mi cuenta, Más tarde le pago". Inmediatamente se puso de pie, se tomó el último trago de ron a pico de botella y se marchó. 

Ricky se quedó solo en su mesa. Cogió el vaso de ron y mientras le temblaba la mano miró la calle por la ventana del restaurante.   

     

viernes, 18 de agosto de 2023

El baúl de los recuerdos

 Hacía casi 8 años que Raúl no bajaba al sótano. El olor a moho siempre le pareció repugnante y fue su excusa para evadir la insistencia de Luisa de organizar aquel piso bajo. Cuando abrió la puerta para bajar las 13 escalas, frunció la nariz y sintió un extraña opresión en el pecho. Bajó con cuidado. Todo el tiempo se sintió escoltado, no acompañado, por la mujer con la que convivía hace 15 años. 

El calor del  verano era insoportable, señal directa de un cambio climático irreversible. A Raúl le pareció que la temperatura alta concentraba aún más el aroma añejo que salía desde las cajas que estaban apiladas en un caótico desorden en el piso de aquella pequeña habitación. Se preguntó la razón por la que había evitado tanto tiempo volver a ese oscuro sótano. Cuando estaba a punto de responderse, encontró el interruptor y prendió el bombillo pelado que iluminó tenuemente el silencioso sótano. 

Lo primero que vio Raúl fueron las ocho cajas, las tres sillas rotas, algunos libros, las dos bicicletas oxidadas y el pequeño baúl que estaban en el piso. Todo estaba cubierto de polvo y lleno de telarañas. Lo segundo, la cara inquisidora de Luisa, que parada a la izquierda suya, paneó con rabia la habitación de lado a lado. Lo tercero, las sombras que se proyectaban por todas partes y que ocultaban algunas carpetas con papeles olvidados en el piso. Para él, todo en aquella habitación, excepto el pequeño baúl, estaba en la categoría de "cosas viejas, reunidas en el tiempo, posiblemente útiles y valiosas, pero fácilmente botables". Para ella, no había más que basura y un baúl que nunca había visto". 

- "Qué hay en ese baúl?", preguntó Luisa. 
-  "Solo recuerdos que ya no importan", respondió Raúl.
- "Has dedicado tu vida a acumular cosas que no valen la pena", repuntó ella mientras subía las escalas para salir. Y desde la puerta, agregó: "Pide un camión y manda a botar todo esto, hasta tus recuerdos inútiles". 
-  "De acuerdo. Lo haré mañana a primera hora. Que se lleven todas estas cajas...". Y después de una pausa, mientras ponía el candado en la puerta, agregó: "Todo menos el baúl. Los recuerdos allí guardados son contigo, y algún día  podríamos necesitarlos". 


 

sábado, 16 de abril de 2022

Dolor en el pecho

 Lo despertó un fuerte dolor en el pecho. Uno más. Los venía sintiendo desde hace casi seis meses y cada vez eran más frecuentes. El cardiólogo le realizó varios exámenes y había descartado cualquier problema coronario. Eran las 4:15 de la mañana, estaba solo en la habitación, el televisor seguía prendido y al fondo solo se escuchaban las sirenas habituales de una ciudad convulsionada. Fue al espejo del frente y mató un zancudo que estaba allí. 

Una vez más, pensó que su vida era monótona, insípida, sin una gran historia para contar. Mentalmente llamó a lista a sus compañeros del bachillerato: Jiménez, un importante banquero; Rodríguez fue concejal; Alvarado, comerciante de telas; García, futbolista profesional; Pérez, sacerdote y obispo en Argentina; Rivera, médico y político; Nuñez escritor.  ¿Y él?  Una página en blanco. El dueño de una vida fantasmal.  

Caminó de lado a lado en el pequeño apartamento del piso 15 en la calle 15, herencia forzada de su padre. Sintió rabia. Quería despejarse. El dolor en el pecho se hizo más intenso. Lo entendió como una alarma para despertar de la vida en sueño que llevaba. Tenía que hacer algo, pero no sabía qué. Miró por la ventana hacia la calle y solo vio a un madrugador reciclador que separaba los residuos. Abrió la ventana y le gritó dos veces con fuerza: "No esculques más, que la verdadera basura soy yo".  

Se quedó sentado una hora en la habitación mirando la misma pared blanca que ocupaba su atención desde hacía varios años. La luz del amanecer lo sorprendió. Estaba loco, imaginó. El dolor en el pecho ya era inaguantable. Sintió que se moría. Se tiró en la cama a esperar el momento. Contó del 1 al 15. Mientras la muerte llegaba por él se acordó de su médico y también de Alicia, la única mujer que lo amó. No podía ser un infarto. Ella le había reprochado muchas veces que era un hombre sin corazón.