Pensé en ella muchos días. Quedé
impactado con su figura esbelta, su lunar en la mejilla, los hoyuelos que
generaba su sonrisa y su calidez al hablar. Luciano, mi primo, me la presentó
cuando salíamos de jugar un partido en Itagüí y llegamos al parque para
tomarnos una cerveza. Ellos se conocían porque estudiaban juntos una tecnología
en logística y yo la conocí porque el destino nos cruzó 20 minutos que fueron
muy especiales, pero finalmente, fugaces.
Por timidez o estupidez, que en
cosas del amor son lo mismo, no le pedí su número. Ella se fue con su hermano
en la moto y yo me quedé con los muchachos del equipo. Varias veces le pregunté
a Luciano por ella, pero nunca me quiso dar su contacto; no sé si por celos,
por cuidarla de mí, o simplemente porque cada que hablábamos de mujeres él
terminaba haciendo chistes y burlas y desviando el tema.
Durante casi tres meses estuve
yendo al mismo sitio en Itagüí los sábados en la tarde a tomarme una cerveza y
a buscar a Salomé entre los numerosos transeúntes del parque. Nunca más la vi.
Ya pasaron 12 años desde aquel
encuentro. El fútbol, los compañeros de aquel equipo y hasta mi primo Luciano
hacen parte de mi pasado. Mi presente son los libros. Mi trabajo como editor
encajó con mis pasiones y con mis estudios en Literatura y Filología. Viví
solo, tengo una biblioteca gigante y un gato, no tengo redes sociales y siempre
prefiero la soledad, la calma y el silencio.
Esta mañana salí caminando de
mi apartamento para la editorial. Generalmente voy en la moto, pero hoy decidí
irme a pie. Tomé la Calle 33 y luego la Avenida Nutibara. Al llegar al segundo
semáforo una mujer que venía caminando en sentido contrario se quedó mirándome
con sorpresa, sonrió y se paró frente a mí diciendo:
- “Juan Carlos… ¡Juan
Carlos!
La miré extrañado porque en un
primer momento no la reconocí. Pensé que podría ser alguna excompañera del
pregrado, una de esas vecinas del edificio que nunca te cruzas de frente, una
de las vendedoras nuevas de la editorial o alguna prima lejana con las que uno
no tiene contacto.
- “Sí, soy yo”, respondí con
timidez mientras detenía mi paso. Y en tono respetuoso pregunté: “Disculpa, ¿tú
eres…?”
- “Soy Salomé, Juan. ¿No me
recuerdas? Nos presentó tu primo Luciano hace años en Itagüí”.
Era una mujer atractiva, con el
cabello un poco desordenado y una pinta casual. Me fijé en su cara. Los
hoyuelos de Venus eran un poco más marcados, el lunar se destacaba en su
mejilla y su voz seguía teniendo la misma calidez.
- “Perdón, perdón. Es que
tengo una pésima memoria y ha pasado mucho tiempo, pero ya te ubiqué. Eres
Salomé, ¡la que te fuiste en la moto con tu hermano!”, le dije, mientras miraba
el reloj.
Me escuchó con atención y con
una sonrisa inacabable. Se me acercó tanto que me sentí intimidado. Me miró
fijamente y soltó una frase directa.
- “Sabes una cosa, nunca he
dejado de pensar en ti”
No supe qué decir. Di un paso
hacia atrás para sentirme seguro, volvía mirar el reloj y me afané a decir:
- “Qué rico saber de ti y
volver a verte, pero te soy sincero, voy un poco retrasado. Tengo una reunión
demasiado importante a dos cuadras de acá”. Saqué la libreta pequeña que
siempre llevo en el bolsillo y un lapicero. “Dame tu número y te marco
ahorita”.
- “Si quieres me haces una
llamada perdida y ahí quedamos registrados”, dijo ella.
- “Mejor no, este celular mío
es corporativo y está muy expuesto”, alcancé a responder.
Ella ya tenía la libreta en su
mano, procedió a escribir el número y dibujó un corazón al lado de su nombre.
Me lo entregó y volvió a sonreír.
- “Ojalá no te me pierdas otros
12 años, un mes y 17 días. Mucha suerte en tu reunión. Por si algo, voy al
centro comercial y estaré allá toda la mañana”, dijo, mientras me daba un beso
en la mejilla. Yo me despedí rápido y me fui caminando de prisa.
Al cruzar la siguiente calle,
arranqué la página y tiré el papel con el número en el primer bote de basura
que vi. y decidí no volver a pasar por esa calle en mi vida. Tengo claro que
mis obsesiones ahora son literarias.