sábado, 19 de octubre de 2019

El clímax de la historia

4:17 de la madrugada. Sábado. Afuera caía una llovizna leve. Habían tenido una noche intensa y la madrugada los sorprendió conversando. Realmente la que hablaba era Ana. Víctor solamente se limitaba a escuchar, y a interrumpir el monólogo  con alguna pregunta corta que buscaba precisiones innecesarias en la historia. Él le asintió varias veces y hasta cerró los ojos un rato largo, con cara de escuchar con atención. 

El reloj mostró las 5:45 de la mañana. Era la hora de interrumpir el relato, que a esa altura iba por la mitad del recuerdo detallado que ella rememoraba. Víctor salió de la cama, recogió la ropa, se vistió rápidamente y se cepilló los dientes. Ana seguía con su narración, sin pausa, sin percatarse de que Víctor se estaba despidiendo. Lo acompañó hasta la puerta, le dio un beso en la frente, puso el cerrojo y lo observó desde la ventana hasta que se perdió en la calle que desemboca a la estación del Metro, protegido por su paraguas. Ella siguió hablando sola, estaba en el clímax de su historia. 

domingo, 13 de octubre de 2019

Cuento 181

Se miraron y entendieron que el deseo solo existía en los recuerdos. Nunca habían hablado del tema. Esa noche no fue la excepción. Guardaron un silencio tenso. Ambos sabían que habían cometido muchos errores. El más grande, evitarse, incluso cuando se volaban juntos los fines de semana a un pueblo del oriente. Sofía quería hablar, enumerarle los recuerdos, analizar cada vivencia, hacer un balance de los yerros cometidos, recapitular el tiempo compartido y pedirle perdón por no haber hecho su parte. Mateo solo quería un ron y escribir una historia. La botella quedó vacía. La habitación también. En el nochero se quedó una libreta con varios cuentos enumerados. El último se titulaba "cuento 181". 

viernes, 11 de octubre de 2019

Una sonrisa problema

Valentina abrió los ojos y la mancha de luz que entraba de frente por la ventana la encegueció un poco. En contraluz solo pudo ver la indescifrable sonrisa de Andrés. Nada gracioso estaba ocurriendo, pero él sonreía, como siempre. Para ella, solo se trataba de un despertar más. Se sintió extraña, incómoda, fastidiada y molesta. Él la miró un rato largo, en silencio, volvió a sonreír, cogió su mochila y salió de la habitación. Se fue a recorrer el mundo y nunca más regresó. Desde entonces, ella mira todos los días sus publicaciones en redes. La sonrisa en cada foto es el símbolo de su ausencia. 

miércoles, 9 de octubre de 2019

El camino es culebrero

El camino era largo. No tenía una sola recta. La carretera era plana, de tierra, estrecha e irregular. Siempre igual. A veces daba vueltas en u y parecía devolverse. A José le encantaban esos tramos, porque estaba convencido de que solo cuando daba la vuelta él descubría sus culpas y sus pecados. Él avanzaba rápido hacia la pequeña vereda de la que había salido hace 17 años, y en esos tramos extraños en que el camino parecía devolverse daba pasos lentos. Repasaba sus miedos y encontraba sus lados oscuros. Cuando la vía lo mandaba hacia el otro lado volvía acelerar. Quería llegar pronto. Tenía mucho que contar, pero también quería devolverse para ver sus fantasmas. Hacia adelante estaba lo seguro: volver a la tierra, encontrar su familia y quedarse allí para siempre. Hacia atrás estaban sus misterios, sus bajezas. Algo lo halaba hacia adelante, pero muchas cosas lo amarraban atrás. Corrió rápido y caminó lento. Cuando cayó la noche ya no sabía cuál era el camino correcto, si adelante o atrás. 

viernes, 4 de octubre de 2019

El maratonista

Amaneció más temprano. Nunca supe si la noche había sido corta o la mañana había llegado demasiado antes. Sentía un dolor agradable en las piernas, producto de la maratón del día anterior. Miré a mi alrededor. Las camas estaban vacías, pero curiosamente llenas de los recuerdos de ese último sueño. Fue ahí cuando supe que algo andaba bien, que la carrera del día anterior había sido distinta. A las 5:38 a.m. miré por la ventana  hacia la carrera. Desde la habitación del piso ocho no se veía la calle. Solo vi gente afanada en busca de la estación, muchos de ellos con máscaras blancas para evitar la contaminación o el frío, o simplemente para no dejar ver sus rostros angustiados. Caminaban, saltaban charcos, se chocaban unos contra otros, se empujaban y perdían el control en medio de su triste realidad. Cerré la ventana y soñé mientras me bañaba. Repasé cada paso y cada kilómetro. Abajo, en la calle, la gente corría por necesidad, atropellaba la vida sin fantasías.  Arriba estaba yo, mirando por la ventana, alucinando con la próxima prueba de largo aliento.    

martes, 1 de octubre de 2019

Amor perdido

Daniel tenía 26 años, había cursado media carrera en la universidad pública, trabajaba en las calles pintando rostros con crayón y vivía hace 4 en un apartamento pequeño en el barrio La Villa. Era un aparta-estudio modesto y decadente. Un cuarto piso, frío, un asilo de zancudos, que se movía de lado a lado cada que pasaba un camión por la estrecha calle. Al frente del viejo edificio había un bar que nunca cerraba, frecuentado por camioneros, matones de barrio, travestis, policías retirados y una que otra mujer de mirada fuerte y voz ronca. La música del bar era la banda sonora de todas las noches en la pequeña habitación. En ese agujero se le agotó el amor a Sofía en solo dos meses. Ese fue el tiempo que convivió con Daniel, antes de irse una tarde con uno de los jubilados que frecuentaban en bar.