4:17 de la madrugada. Sábado. Afuera caía una llovizna leve. Habían tenido una noche intensa y la madrugada los sorprendió conversando. Realmente la que hablaba era Ana. Víctor solamente se limitaba a escuchar, y a interrumpir el monólogo con alguna pregunta corta que buscaba precisiones innecesarias en la historia. Él le asintió varias veces y hasta cerró los ojos un rato largo, con cara de escuchar con atención.
El reloj mostró las 5:45 de la mañana. Era la hora de interrumpir el relato, que a esa altura iba por la mitad del recuerdo detallado que ella rememoraba. Víctor salió de la cama, recogió la ropa, se vistió rápidamente y se cepilló los dientes. Ana seguía con su narración, sin pausa, sin percatarse de que Víctor se estaba despidiendo. Lo acompañó hasta la puerta, le dio un beso en la frente, puso el cerrojo y lo observó desde la ventana hasta que se perdió en la calle que desemboca a la estación del Metro, protegido por su paraguas. Ella siguió hablando sola, estaba en el clímax de su historia.