domingo, 8 de octubre de 2023

La musa

Sophie era una mujer de mediana edad y de un alto nivel económico. Estaba acostumbrada a salirse con la suya. Su nombre era poco común en el pequeño pueblo en el que había decidido irse a vivir. Alfredo quería hablar con ella hace varias semanas, pero se le había dificultado. El viaje hasta allá debía ser por tierra, él sufría fuertes dolores en las piernas como herencia del mal manejo de sus lesiones cuando fue deportista de alto rendimiento, y ella, antes de bloquearlo, le había escrito que no tenía nada de qué hablar con él. Alfredo, escritor de oficio, solo quería pedirle una explicación y dejarla en paz, por eso le había pedido a Jairo que lo llevara hasta la remota población.  

De Manizales salieron a las 4:00 de la mañana. Llegaron a la plaza principal cuando las campanas de la iglesia citaban para el rosario de las 3:00 de la tarde. Hacía un frío terrible. Alfredo estaba ansioso y Jairo hambriento. En el kiosko pidieron dos empanadas grandes y un par de cervezas. Sophie estaba sentada leyendo en una hamaca en el antejardín de su casa en una de las esquinas del parque y no se percató de la presencia de los dos hombres que fueron su vecino y su amante en la capital durante casi 10 años.

Jairo le ayudó a Alfredo a ponerse de pie y lo acompañó hasta la casa de Sophie, que no supo cómo reaccionar cuando los vio juntos. Jairo saludó con cierta frialdad, acomodó a Alfredo en la sala, les dijo que regresaba en un rato, cerró la puerta y se fue a conocer el pueblo. Alfredo saludó con firmeza y antes de que Sophie dijera algo le advirtió que solo había ido por una breve explicación. 

- "Solo dime qué pasó, y me voy a la ciudad a seguir escribiendo", le dijo. 

- "¿Te importa si me quito el abrigo y me pongo cómoda?", preguntó ella con su voz un poco quebrada. "Recuerda que todo escritor necesita una buena musa y tú mismo me contaste que hasta el diablo tuvo una", agregó mientras sonreía coquetamente. 

- "¿Acaso eso todavía tiene importancia para ti?", contrapreguntó él.

- "Ya no", contestó ella, sacudiendo la cabeza, "pero no sobra rememorar los buenos tiempos", añadió.

Alfredo se encogió de hombros, la miró con rabia y comentó como si no fuera para ella: 

- "El día que me dejaste tirado no perdí la inspiración. Eso habría arruinado la historia. Querías joderme la vida y de paso, la profesión. Sí, estuve en las puertas del infierno, pero eso me sirvió para afinar la última novela".

 Sophie levantó la mano, llamando la atención. 

- "Procura no sonar pomposo, Alfred", ronroneó. 

- Él la miró con dureza, pero ella hizo caso omiso. Se quitó el cinturón y se desabrochó los botones del abrigo. Después, con un movimiento rápido, dejó caer la prenda al suelo. No llevaba nada debajo. Ladeó el cuerpo provocativamente en dirección a él. Dio una vuelta completa para exhibirse y se sentó. 

- "¿Lo ves Alfred?, ¿te gusta mi figura?, ¡Soy la musa perfecta! Y no hace falta que respondas", dijo Sophie mientras soltaba una carcajada. 

Alfredo asimiló toda la imagen con una sola mirada. Repasó su cuerpo de arriba a abajo pero se detuvo en los ojos. Se quedó mirándola por un instante eterno. 

- "Conozco muy bien esa mirada. La he visto en muchos hombres. Es la mirada maravillosa del que ve un cuerpo que conoce bien y que siempre ha deseado. Me miras a la cara queriendo parecer un educado intelectual pero estás pensando como animal desatado. ¿Cierto?". Dijo ella mientras seguía su concierto de risas. 

- Alfredo guardó silencio. Se sentía acalorado. 

- Sophie se puso de pie. Dio otra vuelta para exhibirse de nuevo. Se agachó despacio para recoger la abrigo del suelo. Lo sacudió, lo sostuvo unos segundos y con un movimiento rápido metió los brazos y se lo abotonó. Se volvió a sentar en el sofá y esta vez fue ella la que miró fijamente a los ojos a Alfredo. 

Alfredo sintió que salía de un trance. Sacudió un poco la cabeza y quiso empezar a hablar, pero Sophie nuevamente levantó la mano y lo interrumpió.

- "Lo siento, Alfred, tu musa se volvió a aburrir. La explicación que pedías ya fue evidente",  dijo, y agregó: "tú solo miras y después nada. Cuando la musa aparece tienes que dejar que la inspiración fluya, no te puedes quedar de brazos cruzados. Ahora tendrás que irte a otro pueblo a buscar otra musa. Ya sabes, búscala en las tardes,  mientras el pueblo está en misa aparecemos más fácil". 

Alfredo la miró más desconcertado que cuando llegó. Quiso decir algo, pero ya Sophie no estaba en la sala. Escuchó un momento el taconeo de sus zapatos en las escaleras y el grito desde el segundo piso: "ábrele a Jairo, que debe estar esperándote en la puerta. Él sabe muy bien y mejor que tú que si no hay inspiración, el tiempo es breve".