martes, 15 de diciembre de 2020

Las 11 menos 3

Martín terminó de escribir el texto el lunes en la noche a las 10 menos 5. No fue fácil. Una página le había llevado varias horas y el relato completo todo el fin de semana. Imprimió a la carrera, bajó por la moto y a pesar de la intensa lluvia salió raudo por la calle 56. Media hora después estaba en la casa de Estela con las seis páginas impresas. Ella le había prometido esperar esas líneas antes de tomar cualquier decisión. Estaba en el mueble, a media luz, mirando por la ventana hacia el colegio vacío. El saludo fue más frío y más tenso que aquella noche de noviembre. Eran las 11 menos 30. 

Estela recibió el escrito, se puso los lentes y encendió la lámpara que estaba al lado del sofá. Martín se hizo en un rincón de la sala, sintiéndose un extra en la escena, se sentó en un mueble pequeño y decidió esperar con la poca paciencia que le quedaba después de luchar con cada línea de la escritura. Le sorprendió que ella no se mostrara trastornada. Después de leer, plenamente metida y absorta en el texto, ella levantó la mirada, suspiró profundamente, y soltó solo una frase mientras doblaba las seis hojas y las metía en una gaveta: "no me llena". Lo corto de la expresión, más que su contenido, le llenó la cara de desencanto a Martín. Sintió una gran desilusión. Eras las 11 menos 5. Tenían un acuerdo: si él lograba plasmar en el texto los sentimientos que ella le había expresado a lo largo de cuatro años, se quedaba. "No tienes por qué preocuparte", le dijo ella. "Fue lo que acordamos". Eran las 11 menos 3.       

domingo, 22 de noviembre de 2020

La carita triste

Santiago tiró la puerta de la oficina. Sabía que tenía poco tiempo. Carolina saldría del hotel a las 10:15 a tomar un taxi para ir a reunirse con sus amigas y él quería llegar justo antes de ese momento para sorprenderla. Eran las 9:52 en el reloj del carro; las 9:55 en el del celular. Cada que estaba de afán maldecía tenerlos descuadrados. Salió del parqueadero sin despedirse de Orlando, el portero, que siempre lo atajaba con un comentario futbolero. Afuera llovía fuerte. Estaba relativamente cerca, pero debía atravesar la zona rosa y le preocupaba encontrar un tráfico pesado. 

Hacía casi un año que no se veían. La última vez fue en el apartamento de ella, antes de que se fuera a vivir a Argentina. Aunque pareció una despedida para siempre, nunca perdieron el contacto gracias a las redes sociales. Toda la tarde hablaron por WhatsApp. Santiago le contó de su gran cantidad de trabajo y del proyecto que tenía que terminar esa noche. Carolina le habló de sus diligencias en el día, de la noche con sus amigas y del vuelo de regreso al día siguiente en la mañana. Había sido un viaje intempestivo para solucionar dos asuntos puntuales. "Estamos tan cerca, pero tan lejos", le dijo ella en el último mensaje, a las 9:36 p.m. y él le respondió con un emoticón de una carita triste. 

Santiago manejó lo más rápido que pudo, pitó más que de costumbre, se robó un semáforo en rojo y pensó en la posibilidad de volverla a ver justo ahora que tenía el corazón clarito. Subió por la 87 y giró a la derecha. Cuando estaba a dos cuadras miró por última vez el teléfono, pero no había más mensajes. Eran las 1:12 en el reloj del carro. Aceleró raudo los metros que faltaban. La vio saliendo por la puerta del hotel. Vestía la chaqueta que él le había regalado en la última navidad y tenía un paraguas gigante. Frenó casi frente a ella, pero no paró. Pasó lentamente, la miró y siguió de largo. En la esquina frenó para mandarle otra carita triste. 

                                                        

sábado, 1 de agosto de 2020

Tiquete de ida

Cuando llamaron el vuelo, María Adelaida siguió mirando su vaso. Cerró los ojos para ver nítida la imagen de él. Su figura siempre aparecía, consciente o inconscientemente, sin importar la hora, el lugar o el grado de alcohol. Pensó en llamarlo para suplicarle perdón y para pedirle que lo intentaran de nuevo; pero prefirió abrir los ojos. Para buscar el pasabordo puso el vaso sobre la pequeña maleta de mano en la que había empacado lo poco útil que tenía. Lo demás se había regalado a la pareja que le compró el apartamento. Bebió el último sorbo de Ron Medellín que le quedaba y con él apagó el único remordimiento que tenía. Abordó por la fila preferencial. 

Desde la ventanilla contó cada una de las líneas de demarcación de la pista mientras el avión decolaba. Siempre le había gustado el cosquilleo que se sentía al despegar. Esta vez no fue así. El pasar de la vía le recordó que a Cristian esa sensación lo mareaba. Le pareció verlo al lado de una de las luces de la pista. Sintió que se desvanecía. Solo había comprado tiquete de ida. Cuando el vuelo estaba en el aire, volvió a mirar por la ventana y supo que había visto el último atardecer de su vida en Colombia. Ella, que se había burlado del amor mil veces, estaba atrapada en él. Añoró otro ron. 

sábado, 18 de julio de 2020

Las 10:03 en el reloj de la pared

Candelabros encendidos, copas de vino servidas, meseros elegantes y grupo musical improvisando algo de jazz. El famoso reloj de pared del restaurante señalaba las 9:40 p.m. Escena perfecta en las afueras de la ciudad. Alejandro esperaba en la mesa a Verónica que se había ido al baño a retocarse el maquillaje. .  

En la mesa del lado, una pareja muy adulta saboreaba sendas copas de coñac mientras aguardaba la cena. Escuchar su conversación aparentemente trivial le ayudaba a Alejandro para no impacientarse por la espera. No entendía mucho, pero rápidamente descubrió que la señora, de nombre Carmen, le reclamaba a su acompañante su comportamiento en el pasado. Nunca le perdonaría su indecisión y su falta de carácter, le decía. Había tensión. El señor miraba para todos lados tratando de encontrar en el restaurante una explicación para replicar. Pasaron casi 15 minutos hasta que llegó la comida, justo cuando Carmen cerraba su monólogo con un "no te perdonaré nunca. De no ser porque ese sábado en el restaurante me dejaste esperando, yo me habría casado contigo". 

Verónica se demoró en regresar. Había tenido un problema con el cierre del vestido.Cuando llegó a la mesa, Alejandro no estaba. Vio a la pareja del lado cenando en silencio, los candelabros habían sido apagados, el grupo musical estaba en descanso y una de las copas estaba vacía. El reloj de pared marcaba las 10:03 p.m.

viernes, 3 de julio de 2020

La llamada en el jacuzzi

Con cierta precaución, para evitar que su compañera se enterara, contestó el teléfono, caminó unos pasos hacia la habitación, bajó el tono de la voz y hasta torció un poco la boca. Irene apagó con cuidado el jacuzzi y alcanzó a escuchar la voz un poco empalagosa de Diego que le decía a alguien a través de su móvil que le diese un rato nada más, que él iba para que se inventaran la noche. Los presentimientos de ella se transformaron en certezas. Del otro lado de la línea se escuchó una voz masculina muy alterada que gritaba una sentencia. Si no iba de inmediato se tendría que olvidar de él.    

Cuando Diego volvió al jacuzzi, notó que la espuma había desaparecido un poco. También pudo observar que Irene tenía la mirada perdida. Lo que no pudo percibir fue su corazón trastornado. Sin decir palabra y sin sospechar que ella lo había escuchado, él quiso retomar donde iban, pero ella, desesperada, y con la cara llena de soberbia, salió del agua y empezó a caminar en círculos por el amplio baño, tratando de seguir las caprichosas líneas que tenía el baldosín. Desnuda, mojada y exaltada, Irene le lanzó una última mirada cargada de desprecio, abrió la puerta y salió hacia a la habitación totalmente en silencio. Diego pensó que lo que la había incomodado era que él se hubiera demorado mucho rato en el teléfono. Permaneció en el jacuzzi 10 minutos, esperando que a ella se le pasara el enojo y pensando qué decirle para poderse ir. 

Entró a la habitación, ya vestido, haciéndose el enojado, tomó la chaqueta, miró a Irene tendida en la cama llorando una pena que nunca supo si era de rabia, de decepción, de tristeza, de ingenuidad, de cólera, de culpabilidad o de envidia. "Voy a comprar licor y a dar una vuelta para calmarme", le dijo, y salió tirando fuerte la puerta. Ella se quedó allí pasmada, resistiéndose a creer lo que había escuchado, esperando despertar de su pesadilla. Se tomó dos pastas y se quedó dormida. Cuando el despertador sonó, Diego no había regresado.  

domingo, 28 de junio de 2020

El reportaje del domingo

Lo asombró su belleza. La había imaginado muy diferente cuando lo contactó para la entrevista. La única referencia que tenía de ella era su columna semanal, en la que hacía críticas constantes y agudas a las nuevas tendencias. La cita era en un restaurante lujoso, escogido por el área de relaciones públicas del periódico solo por los buenos ambientes que ofrecía para las fotografías. Ambos llegaron vestidos para la ocasión: ella con un vestido azul rey, largo, con el cabello recogido y un escote inminente; él con un traje gris, corbata de pala angosta y zapatillas bien lustradas. Sandra llevaba solo tres años en el área de entretenimiento del periódico y no gozaba de mucho reconocimiento. Felipe cumplió 15 como el cantante más reconocido en el género de pop. En la mesa había una botella de Gato Negro, cortesía de la casa. Al fondo, un violinista solitario llenaba el ambiente con notas clásicas. 

-Lástima que todo lo haya cuadrado el periódico. Se anticipó a decir ella para evitar un saludo protocolario. Esta cita, señor López, responde más a mi interés personal por conocerlo que a una tarea periodística, que cualquiera de mis compañeras pudo hacer. 

Sorprendido por la sinceridad y por el sentimiento de admiración de la periodista, fascinado por su belleza física y asombrado porque ella tomó la iniciativa, Felipe pensó muy bien sus palabras de respuesta. Nunca le había sido fácil pensar y sonreír para la cámara del fotógrafo al mismo tiempo.   

- Sandra Milena,, Sandra Milena... un buen nombre compuesto. Sandra, de origen latino, derivado de Alessandra, la protectora. Y Milena, de origen eslavo, que significa la ilustre. Una ilustre protectora... y pausó su voz mientras los ojos se le fueron directo al escote. 

Rieron y bebieron el primer vino. Hablaron casi dos horas antes de pedir la comida y hasta que el fotógrafo se fue. Después, solo hubo tiempo para ocho tragos más, para dejar la mitad de la comida y para mirarse con una simpatía con visos de pasión. Eran las 11 de la noche cuando salieron. El reportaje del domingo ya estaba escrito. 

sábado, 20 de junio de 2020

Una llamada de control

Luciana se metió a la ducha todavía amodorrada por el breve sueño que se permitió en el sofá después de llegar del trabajo. Abrió la llave del agua caliente y cuando mojó las primeras partes de su cuerpo se dio cuenta de que tenía puesta la camiseta. No le importó. La noche era joven para preocuparse por insignificancias, pensó. Cuando salió, el frío que hacía en la ciudad se coló por una ventana medio abierta y le provocó un escalofrío momentáneo. En ese momento le entró una llamada de Said. 

Se quitó la camisa emparamada, se sentó en el borde de la cama y se envolvió en una toalla mientras miraba quién le estaba marcando. Se desilusionó, pero contestó. Al otro lado de la ciudad, en una bucólica y vetusta oficina de siquiatra, con la corbata a media asta, las mangas de la camisa remangadas y la cara de quien había trabajado en un caso complicado todo el día estaba él, su médico y confidente, al que a pesar de la insistencia ella nunca le permitió otra categoría. 

- "¿Qué quiere ahora el rey de las llamadas en momentos inapropiados?", preguntó Luciana sin siquiera saludar. 
- "Nada importante, como siempre. Sólo saber ¿por qué dejaste la ventana abierta? y ¿por qué te bañaste con la camiseta puesta?", replicó él. 

Luciana no dijo nada. Colgó y estalló en llanto. La descomponía totalmente que Said quisiera controlarle la vida. 

lunes, 15 de junio de 2020

la imagen del altar

Dieron por terminada la clase, aduciendo que la profesora estaba indispuesta. Salieron caminando rápido y se subieron al carro de Juan Pablo, que siempre parqueaba dos cuadras arriba de la universidad para evitar rumores y trancones. Ella metió su bolso debajo de la silla, como lo hacía siempre desde el día que se lo arrebataron desde una moto ante la mirada cómplice del taxista. Él cambió el protocolo del aula por la habitual informalidad del trato que usaban cuando estaban solos. "Ponte el cinturón, Vero, y guárdame diez minutos el beso que se te nota", le dijo Juan, mientras miraba a ambos lados de la vía.  En la acera de la izquierda, en una mesa de uno de los bares del sector, estaba sentado Julián, solitario como siempre, y con una cerveza en la mano. Ese día había cancelado la materia por faltas. 

El apartamento al que fueron era oscuro, con poca decoración, con una especie de altar sin santo en el pequeño patio de dos metros cuadrados que servía de aireador. Estaba ubicado en una calle amplia, cerca al centro y desierta a esa hora de la mañana. Ella se entregó a los juegos del placer mientras él reparaba de manera consciente los detalles del lugar. Al final, los dos jadearon y se dedicaron a fumar. luego vino un eterno silencio de doce minutos. Ella no quería desnudarle su alma con palabras. Él no quería interrumpir el efecto de sedación que le causaba el sexo. "Me voy en un taxi", dijo ella mientras se apuró a vestirse. "Tengo mucho que calificar, y creo que se rajó más de uno, y no hablo propiamente de Julián", agregó mientras cerraba la puerta. Juan se quedó un rato más tratando de adivinar cuál sería la imagen que había ocupado aquel altar. 
   

martes, 9 de junio de 2020

Un brindis académico

A Pamela le pasaba algo particular con las fiestas: se entusiasmaba demasiado cuando la invitaban, pero estando en ellas le entraba un desgano total. Era una constante desde las fiestas de quinces de sus amigas. Ya bordeaba los 53 años de edad. Su última relación seria había terminado hace nueve. Vivía sola en una pequeña finca a cuarenta minutos de la ciudad. Su única compañía eran sus gatos. Sentía que el tiempo y la soledad le pasaban sendas facturas que no tenía como pagar. La reunión de la Facultad esa noche no era la más adecuada para sacarla de sus preocupaciones. 

Cuando llegó, la cena estaba servida y y el decano ya había hablado. El encuentro era formal. Su traje negro y su escote en la pierna no pasaron desapercibidos. Su llegada tarde tampoco. Se sentó en una mesa junto a la ventana en la que solo se escuchaban lugares comunes. Elogios excesivos a una gestión que ella no compartía. A algunos profesores se les notaban los cuatro tragos que ya habían repartido. Intentó comer, pero la interrumpió el sonido de un violín con un remoto vals que la transportó a sus años de adolescencia. 

Dejó la cena, se inspiró en la música, y tomó una de las copas que sobrevivió de las rondas anteriores. Sintió un extraño calor en el pecho. Se fue al lado del violinista y lo interrumpió con sutileza. "Brindo por los que llegan tarde para evitar las farsas, por los que interrumpen la música que muchos no valoran y por los que se van temprano para quedar de tema", dijo. Se ruborizó un poco, pero salió despacio. En la finca la esperaban sus tres gatos que ronroneaban como nunca. 

martes, 2 de junio de 2020

Incomprensiblemente fantástica

Alina sintió que se mudaba al pasado de su propia historia. El frío de junio era terrible. Los recuerdos también. De alguna manera, sintió que en su vida se había roto el hilo del tiempo. Sentía que por alguna deuda pendiente que ya no quería recordar había regresado al 2 de junio de 9 años atrás. Se sentía bien, aunque lo que veía a su alrededor parecía irreal. En un sillón, sin percatarse de su presencia, leyendo, Luciano parecía esperarla con una impaciencia inusual en él. Se acercó, lo miró a los ojos y le susurró su nombre al oído. La impaciencia de él hizo que su voz se esfumara. 

La imagen la hizo sentirse desolada. Tenía al frente la misma puerta que tantas veces quiso abrir, pero que nunca pudo. Una vez más sintió que aunque lo intentara no iba a descifrar la clave. Habían pasado nueve años y solo esta regresión le permitió entender que ella nunca tuvo nada firme de qué aferrarse. Ver nuevamente el viejo apartamento, los libros regados en el piso, el gato durmiendo en un estante y al hombre que nunca la supo escuchar le generó sentimientos nuevos. No halló palabras para nombrarlos. Cerró los ojos unos segundos para respirar tranquila. Cuando los abrió vio que su presente era tan incierto como su pasado. Los dos tiempos se habían unido. La vida, pensó Alina, es incomprensiblemente fantástica. 


domingo, 24 de mayo de 2020

Salud por Sócrates

Muy temprano en la mañana, Antonela decidió podar el jardín del patio. Para ello siempre usaba unas tijeras viejas que rescató de la finca antes de entregarla. Mientras cortaba el rosal miró el busto de Sócrates que parecía guarecerse de la lluvia debajo de una teja pequeña. La casa, el busto y la teja eran herencia de su padre, un italiano que llegó a Colombia huyendo de una guerra mundial para morir en una guerra local. Aunque había vivido 35 años en esa casa, nunca había notado que las cavidades de los ojos del busto estaban vacías, por lo que era imposible saber hacia dónde miraba el filósofo. Un viento frío le golpeó las mejillas y en una mano le cayeron unas primeras goteras. Sintió un sensación de vació y prefirió entrar rápido a la casa.

Se metió a la biblioteca, que permanecía intacta desde hacía tres años cuando su padre fue asesinado. En un lado, había muchos libros. Todos viejos y empolvados, pero en buen estado. Al otro, un escritorio lleno de papeles y documentos jurídicos, con algo de moho por la humedad del lugar. Tomó uno de los libros de pasta dura, "Los filósofos y el amor", y buscó el viejo sofá. La filosofía, pensó, siguiendo a Sócrates, no es una especulación sobre el mundo sino un modo de ser en la vida por el cual es preciso, cuando sea necesario, hasta sacrificarla. Leyó un poco y lloró bastante. Sintió que el filósofo le reclamaba desde el jardín por no seguir  el único saber fundamental que existe: conocerse a sí mismo. Abrió el escritorio, destapó una botella, miró por la ventana hacia el jardín, brindó por Sócrates y bebió desaforada. Esperaba que fuera alguna cicuta olvidada en el cajón. 

martes, 19 de mayo de 2020

Volvió a llover

Todo el día el cielo fue una esponja que se exprimía cada dos o tres horas. Adrián estuvo conectado en su computador. Alexandra se pasó la jornada en el marco de la ventana del piso 7 mirando la solitaria calle entre la lluvia. Él, con la mente ocupada en su teletrabajo. Ella, con él en sus pensamientos.

En el sexto aguacero, cuando cayó la tarde, Alexandra vio venir a un hombre protegido con un paraguas grande. Parecía enfurecido. Vociferaba en medio de la lluvia. Maldecía y manoteaba. Desde su lugar era imposible identificarlo. Por un momento creyó que era su Adrián. Desde la calle hacía el gesto de apuntarle con el paraguas. Reflexionó rápidamente. Él no tenía motivos para estar bravo. No había mostrado interés para ir hacia aquella calle. Ni siquiera sacaba tiempo para ella. Miró al hombre del paraguas y mientras él la ofendía con palabras y gritos, ella le agradeció lanzándole un beso. Justo en ese momento volvió a llover.

jueves, 14 de mayo de 2020

310 cuadras

Tardó mucho en anochecer. Samuel David no paró de caminar. Salió de su oficina en Belén, subió por la carrera 30, cruzó toda la 80 hasta La Aguacatala y luego por la Avenida Las Vegas llegó hasta el parque de Envigado. Compró una botella de agua y siguió rumbo al municipio de La Estrella. Subió casi hasta la casa de María Paula. Para no pensar en el camino contó cada una de las cuadras.  Tres veces se desconcentró y creyó perder la cuenta. Empezó un nuevo conteo desde el sitio en que le llegaba la duda. El sudor le recorría todo el cuerpo, pero el viento frío y el amago de lluvia le golpeaban la cara y lo refrescaban. 

María Paula había sido reina. Después, estudió ingenería. Tiempo después trabajó en el edificio contiguo al de la oficina de Sammy. Él nunca se atrevió a cruzar la frontera que significó la relación formal que ella tenía desde su época de universitaria. Ahora vivía más lejos, pero él la sentía más cerca. Esa noche estaba seguro de haber dado un gran paso cuando le respondió el mensaje. Se sentó en el parque a refrescar sus ideas y a mirar un buen rato el balcón del fondo. Volvió a caminar. Según sus cálculos, sumando los tres intentos de conteo, llevaba unas 310 cuadras. El recorrido fue casi igual de extenso. Los últimos pasos los dio casi dormido cuando llegaba a su casa en en el barrio San Javier. Sintió que le faltaba mucho camino. 

sábado, 9 de mayo de 2020

Tema para rato

Un momento de duda que pareció una eternidad. Pilar se quedó perpleja, sin parpadear, durante unos segundos. No quería moverse. Algo dentro de ella le impulsaba a no quebrar la escena. Pablo y Laura parecían hipnotizados. Él lanzó su mano en busca del vaso, cambió de postura y aprovechó rápidamente para tomar distancia. Ella recogió el celular de la mesa y abrió el WhatsApp para simular que revisaba los mensajes. Pilar siguió mirando en actitud de estatua y entre los tres se creó una línea de tensión fuerte y silenciosa. 

- "¿Hay algo entre ustedes que yo deba saber?", preguntó Pilar después de espabilar dos veces y cambiar la mirada de sorpresa por una de inspectora.  
- "Nada que no sepas", respondió Laura agachando la cabeza ante su mejor amiga, con la que hacía muchos años no tenía secretos.
Pablo terminó su trago y se fue a la cocina por más hielo. El que tenían en los vasos estaba roto y tenían tema para rato.   

domingo, 3 de mayo de 2020

La sonrisa de Katia

Domingo extraño. Las actividades de las personas no evidenciaron el carácter festivo del día. Hacía 40 días que el mundo estaba entre paréntesis. Katia era la única que tenía razones suficientes para sonreír. Sabía que la mente de Jair se ocupaba de ella, que su cuerpo también. Ella se tomó la tarde dominical como un descanso activo. Se olvidó de su computador y se dedicó a mirar la calle del pueblo desde su ventana. La soledad que vio le inspiró recuerdos de 14 años atrás. La curvatura de sus labios se arqueó por horas.  

Jair no tuvo domingo. Desde hace varios años todos sus días le parecían lunes. Entre tarea y tarea, había pensado 200 veces en los rizos de Katia. Días atrás, sin pudores, ella le había expresado su admiración y sus palabras le habían generado vértigo. Habían quitado un stand by entre ambos, pero el mundo los había forzado nuevamente a suspender. Miró por su ventana y no se pudo inspirar. Apretó la boca y volvió a trabajar. La ciudad estaba vacía. En cuarentena. Era domingo, pero para él, en su portátil, estaba terminado otro lunes laboral.      

miércoles, 29 de abril de 2020

Infierno entre rones

Santiago llegó temprano y medio borracho. Valentina lloraba en la biblioteca, angustiada, después de leer uno de los 198 cuentos que tenía su página preferida. Santiago entró con una botella de ron ya destapada. Bebieron juntos de a dos tragos  antes de qué él le preguntara por qué lloraba. Ella le mintió respondiendo que no le dolía nada. Solo el alma, pensó; pero nunca lo dijo. 

Hacía ya tres años que Valentina se había desentendido de los negocios de su esposo. Era la mitad del tiempo en el que él se había distanciado del los problemas de ella. Sostuvieron una discusión que duró seis rones más, es decir, casi cuarenta minutos. Santiago, ya salido de casillas, le volvió a reprochar su llanto. Ella, ya entrada en un estado de ebriedad, volvió a mentirle. Insistió en la idea de que no tenía nada especial. Solo que se quemaba en un infierno sin que él lo notara, pensó; pero tampoco lo dijo.  Santiago se quedó dormido intentando hablar. A ella el calor no la dejó dormir.  

sábado, 25 de abril de 2020

Caída libre

Lunes en la noche. Enrique salió a cenar con unos políticos del Oriente. Le preguntó a Paola si quería acompañarlo, pero ella evidenció su falta de convicción. Se quedó sola. Se fumó un porro para tratar de alterar la visión que tenía de su realidad, pero el efecto fue contrario. La yerba le enfatizó las ideas de las que quería escapar.  Al efecto narcótico se le sumó la presión arterial, que la tenía bajita desde el viaje en avión de la mañana. El calor también la agobiaba. Tenía la sensación de estar metida en una pesadilla de la que no podía despertar. Pensó en Enrique y en sus amigos políticos. Se los imaginó planeando negocios corruptos. Se reía de ellos, pero luego lloraba por él. 

Se acordó del vacío en el avión. A Enrique le estaban proponiendo ser el candidato para salvar la ciudad. Prendió el aire acondicionado, pero al mismo tiempo abrió las ventanas. Se acordó de la cara de pánico de Enrique en el avión.  Quería saltar. Destapó una botella de ron que tenía en la nevera. Caminó varias veces de la biblioteca a la habitación. Se asomó por la ventana  y vio venir hacia el edificio a un hombre mal vestido. Se lo imaginó gritándole en un idioma extraño que saltara, pero el tipo no levantó la cabeza del piso. Venía llorando y arrastrando los pies. Sintió hambre. Fue por un sánduche a la nevera. Volvió a la ventana. Miró de nuevo al hombre en la calle. Tenía la ropa raída y algunas heridas en la piel. Era Enrique. Había saltado del avión y había caído muy bajo.  

domingo, 19 de abril de 2020

Merlot amargo

Los dos se habían trajeado para la ocasión. Era su primer encuentro. Se habían encontrado en un famoso y colmado restaurante del barrio Manila de Medellín. Mariana exhibía un vestido ceñido con un escote pequeño que resaltaba sus grandes curvas. Samuel llegó con un pantalón de dril, nuevo, azul oscuro y una camisa gris con cuello boton down. Pidieron una botella de un vino Merlot, recomendación de la casa. El mesero fue acomodando diferentes platos y en cada pasada servía las copas vacías, hasta terminar. Al fondo, como banda sonora del encuentro, el grupo del restaurante interpretó canciones de Morat, de Fito y de Joaquín Sabina. 

La cita era supuestamente para hablar de un grupo de investigación. Se contaron la vida, se confesaron secretos y se besaron despacio. Él estaba fascinado. La belleza de Mariana no lo deslumbraba sino que lo  estremecía. Rieron, hablaron de literatura, de música y se bebieron la botella completa. Cuando el primer taxi llegó, Samuel quiso despedirse con un acto de galantería. "A pesar de la hora", dijo, "mucho gusto, Samuel, pero puedes llamarme Samy". La frase golpeó en la mente borracha de Mariana, que respondió: "Mucho gusto, Mariana, pero puedes llamarme cuando quieras". Samuel intentó reír, pero no pudo. Algún gesto en el rostro de su casi nuevo amor le hizo perder el encanto. 

martes, 14 de abril de 2020

Engañados

María Fernanda siempre supo que Sebastián era un detective. Lo había investigado desde el día que lo conoció en la Universidad. Se sentía feliz de haberlo engañado en su oficio. Le hacía feliz saber que él nunca sospechó que ella lo supiera. Cada que ella salía de sus clases de noveno semestre, Sebastián la acechaba. Lo hizo durante dos meses. Según él, era el tiempo suficiente para conocer los secretos de sus perseguidos. Esa noche estarían de celebración. Habían pasado exactamente seis meses desde que se cruzaron por primera vez en la fila de la cafetería de la Facultad de Derecho.  La cita era en un bar de la calle 63, muy cerca a la Universidad.  

Ella se salió de la clase una hora antes de terminar. Caminó despacio por algunas calles del centro. Paseó para él. Coqueteó con su cabello en cada tienda en la que se detuvo a mirar vitrinas. Se sentía plena sabiendo que Sebastián se había condenado a seguirla. Intentó descubrirlo entre  la gente para saludarlo con sorpresa y cumplir una fantasía. Le admiraba que se escondiera tan bien. Llegó hasta el centro de un parque y le hizo una llamada. Dio un giro de 360 grados para tratar descubrirlo mientras hablaba con él. Nunca lo vio. Él le juró que llegaría a tiempo. Le dijo que estaba en la oficina de su padre, donde él era gerente comercial. Con una risa en los labios María Fernanda se fue al bar de la cita y allí lo esperó. No llegó esa noche. No volvió a aparecer. Había descubierto su engaño y nunca se lo perdonó. 

viernes, 10 de abril de 2020

Páginas faltantes

Catalina cerró el libro con algo de furia. Lo guardó en el bolso y a pico de botella se tomó otro vino. Mejor el licor que las píldoras, pensó. Encendió el carro, soltó el clutch rápidamente y salió del barrio bordeando el parque por detrás de la iglesia. En diez minutos llegó a su casa. Estaba agitada. Sin quitarse la chaqueta se sentó en el sofá blanco de la biblioteca y sacó el texto para retomar. Terminó el capítulo XII y cuando se disponía a leer el XIII descubrió que faltaban las dos páginas iniciales del apartado. Volvió a sentir rabia con Luis Eduardo. Le molestaba mucho que le controlara la vida y no quería permitir que le controlara las lecturas. Comenzó el capítulo incompleto y se imaginó la historia. No importa, pensó, "falta muy poco y ya tengo todo el contexto para entender lo que pasó en las páginas faltantes". Por esa misma razón decidió terminar la relación el mismo día que el libro. 

sábado, 4 de abril de 2020

Samuel era un chiste

A Luisa Fernanda le había gustado mucho el  chiste. Seguía riéndose mientras Samuel le lanzaba una mirada taladrante por no encontrarle la gracia. Tampoco se la encontraba al amor de ambos que ya sumaba ocho abriles.  Luisa solo le prestaba atención al programa de radio y a sus humoristas. A Samuel hace meses que lo ignoraba. Estaba a punto de comenzar un fin de semana largo. Samuel, con un tono indiferente en su voz, le dijo que no entendía por qué tanta risa con un chiste tan pendejo. Se fue a la cocina, se preparó un café, hizo cuatro llamadas de trabajo, miró la hora y sintió un vértigo extraño. Eran las 5:30 de la tarde. Quería dormir un rato, pero despertó en la mañana. La risa de Luisa retumbaba en toda la casa. el chiste había sido él. 

martes, 31 de marzo de 2020

La rutina

Como todas las noches de los últimos cuatro años, Martín comenzó su  ritual. Miró la lavadora, la nevera y el horno. Se detuvo en la colección de tarros de la alacena, los imanes con los teléfonos para los domicilios y un pequeño calendario con figuras de gatos. Apagó la luz, salió de la cocina y atravesó el pasillo a tientas, totalmente a oscuras. Entró a la habitación de los niños y los arropó lentamente mientras escuchaba el sonido de la lluvia  más allá de la ventana. Se tomó la pastilla y regresó a su dormitorio. Ana Lucía había cambiado de posición. Su cuerpo le daba la espalda. Se acostó junto a ella, la tomó por la cintura y le susurró algo al oído. Luego, apagó el televisor y cerró los ojos. Entró en un estado en el que se repetía el mismo sueño que lo agobiaba y lo perseguía todas las noches. Al otro día su mujer salió muy temprano y le dejó una nota en el escritorio de la biblioteca. Se iba porque sentía que todo se había vuelto una triste rutina. 

domingo, 29 de marzo de 2020

Amor tal

Ángel David llevaba 7 meses encerrado. Se acuarteló para escribir. Soñaba con terminar su primera novela y había decidido que la soledad fuera su única compañía. Su decisión le costó el enojo del amor de su vida. Escribía sin parar, sin comer, sin salir, sin revisar las redes sociales, sin llamar a nadie, sin dormir. Su novela de ficción se convirtió en su única realidad. Cuando comenzó el capítulo seis trató de recordar los rostros de Luciana y de Salomé, pero se le confundieron. Eran sus dos protagonistas. Al principio, sus caras se superponían. Después, trataba de recordar a la primera y le aparecía el rostro de la segunda. Se trocaban, se amalgamaban, se robaban espacio. Una habitaba en la otra. De ese punto en adelante, la historia se tornó confusa. En el capítulo final, Ángel quería que uno de sus dos personajes principales muriera. No pudo matar a ninguna, pues ya no sabía cual era cual. 

Esa noche, después de poner un punto final con cierre confuso, y tras enviarle el texto a su editor, quiso volver a la calle. Llamó a Sofía, su novia, para invitarla a una cerveza. No estaba. La habían matado los recuerdos de un amor cerrado abruptamente.  

miércoles, 18 de marzo de 2020

La angustia acogedora

La conversación no fluía. Había llegado abril con sus lluvias y la tarde comenzaba a caer. El viejo bar, frecuentado solo por ancianos que tomaban tinto, estaba lleno. Juan David y Mariana daban la sensación de ser los nietos angustiados de alguno de los presentes. Las frases de él no encontraban sentido. Las miradas de ella no tenían destinatario. Estaban incómodos. Divagaron, hablaron cosas sin sentido y estuvieron desorientados durante casi una botella de vino. Mariana guardó un respetuoso silencio que duró dos eternos minutos. Se puso de pie como pudo y le propuso a Juan que salieran del bar. Llovía mucho y corrieron hacia el carro de Juan. Los vidrios estaban empañados y ellos, mojados y felices. La angustia se convirtió en una sensación acogedora.  

miércoles, 4 de marzo de 2020

Noche de Preguntas

Valentina llegó apresurada. Como siempre, había llegado tarde. El café estaba lleno, pero la mesa del rincón, la que siempre ocupaban, estaba libre. Miró hacia los lados y se sentó a revisar el celular. Esta vez, extrañamente, Juan David no estaba. Su puntualidad era única. Desde el martes en la noche, él no le respondía los mensajes y las llamadas se iban al buzón. Ella llegó esperanzada, convencida de que a pesar de las discusión de aquella noche, la cita de los viernes en el café para escuchar al violinista era religiosa para Juan. 

Esperó y se desesperó. El violinista tocó sus 10 temas y se fue. Cuando empezaban a recoger las mesas para cerrar, Juan llegó ebrio y con media botella de vino tinto en la mano. Valentina estaba descompuesta y lo recibió con varias preguntas fuertes. La hora, el vino, su estado, los mensajes, las llamadas que no contestó. Fueron muchos los interrogantes. Juan le dio un beso apasionado en la boca y se marchó. Ella pasó la  noche en vela pensando que los besos nunca son respuestas. 

miércoles, 26 de febrero de 2020

La ley del encanto

La duda duró un instante corto; pero la sensación de estar en suspenso se hizo larga para Emilio. Él no quiso moverse, permaneció mudo, para no romper la duración de ese momento. Para él ya era mágico estar viendo en el contraste claro oscuro de su teléfono a la doctora de sus sueños. Hubiese sido una sensación eterna, con los astros jugando a su favor, si Dulce María hubiese guardado un silencio prolongado. Ella, como si no supiera de encantamientos, puso el brazo en el sofá y le habló de leyes, de artículos y parágrafos. Fue justo en ese instante cuando Emilio sintió que el hechizo estaba legalmente roto y colgó. 

lunes, 24 de febrero de 2020

la novela inacabada

Santiago sintió que las palabras para Luciana se le habían acabado al mismo tiempo que el sentimiento que sentía por ella. Ya no la soñaba. Tampoco la añoraba. Cuando la veía, lo llenaba un sentimiento de culpa. No quería hablarle. Ella también sentía que estaba aferrada él solo por nostalgia, pero no quería decírselo. Trabajaban en la misma oficina, salían a la misma hora, y aunque ambos inventaran excusas para evitarse, por alguna coincidencia extraña, terminaban saliendo juntos. Se miraban, se cruzaban monosílabos y pasaban la noche juntos. 

El último lunes del mes, Santiago decidió dar el paso que ambos estaban esperando. Sin dramas y sin muchas explicaciones, le terminó. Luciana sonrió, bajo la mirada, le dijo que entendía perfectamente la decisión y le pidió que le dejara como recuerdo el libro grueso que tenía en su mesa de noche. Desde ese mismo día no volvió a la oficina. Renunció al trabajo. Se sentó en su cuarto a ver pasar las letras de una novela que nunca terminará de leer.

jueves, 20 de febrero de 2020

La carta del martes

Era martes cuando Julián abrió el sobre. Había salido de la reunión semanal con el jefe. Estaba malgeniado,  como cada ocho días, los martes en la mañana, después de la cita para revisar los resultados. Era el único día de la semana que iba a la oficina. Habían pasado varios martes desde que llegó la carta de Amanda, pero nunca la había leído. Según él, por lo malhumorado que salía de la oficina del director. Según ella, porque ya había perdido cualquier interés. Para él, esta vez ya no importaba el enojo, pues había decidido que  la cita con el superior había sido la última. 

Julián recogió sus cosas y cuando antes de subirse al ascensor decidió abrir el sobre, que estaba un poco roto, por el descuido y el paso del tiempo. En papel papel arrugado, Amanda le rogaba que volviera. Julián decidió calmarse y volver donde el jefe el próximo martes. 

miércoles, 19 de febrero de 2020

Círculo vicioso

Tras el escritorio de Claudia, en una oficina tapizada al estilo antiguo y con muebles pasados de moda, había un inmenso cuadro con su diploma de abogada. Frente a él, se sentó Jorge, tratando de retomar una conversación que habían interrumpido hace tres años. Él miraba el escritorio donde ella hacía círculos con su dedo índice mirando hacia la ventana.

Afuera se vivía una especie de carnaval. Un grupo afro bailaba, cantaba y saltaba ante la indiferencia, solo aparente, de la demás gente. Claudia le dio la vuelta al escritorio y salió. Ella quería estar afuera y no ahí sentada, como lo estuvo tres horas, escuchando hablar a un hombre que se le había convertido en un círculo vicioso.