sábado, 1 de agosto de 2020

Tiquete de ida

Cuando llamaron el vuelo, María Adelaida siguió mirando su vaso. Cerró los ojos para ver nítida la imagen de él. Su figura siempre aparecía, consciente o inconscientemente, sin importar la hora, el lugar o el grado de alcohol. Pensó en llamarlo para suplicarle perdón y para pedirle que lo intentaran de nuevo; pero prefirió abrir los ojos. Para buscar el pasabordo puso el vaso sobre la pequeña maleta de mano en la que había empacado lo poco útil que tenía. Lo demás se había regalado a la pareja que le compró el apartamento. Bebió el último sorbo de Ron Medellín que le quedaba y con él apagó el único remordimiento que tenía. Abordó por la fila preferencial. 

Desde la ventanilla contó cada una de las líneas de demarcación de la pista mientras el avión decolaba. Siempre le había gustado el cosquilleo que se sentía al despegar. Esta vez no fue así. El pasar de la vía le recordó que a Cristian esa sensación lo mareaba. Le pareció verlo al lado de una de las luces de la pista. Sintió que se desvanecía. Solo había comprado tiquete de ida. Cuando el vuelo estaba en el aire, volvió a mirar por la ventana y supo que había visto el último atardecer de su vida en Colombia. Ella, que se había burlado del amor mil veces, estaba atrapada en él. Añoró otro ron. 

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