lunes, 15 de junio de 2020

la imagen del altar

Dieron por terminada la clase, aduciendo que la profesora estaba indispuesta. Salieron caminando rápido y se subieron al carro de Juan Pablo, que siempre parqueaba dos cuadras arriba de la universidad para evitar rumores y trancones. Ella metió su bolso debajo de la silla, como lo hacía siempre desde el día que se lo arrebataron desde una moto ante la mirada cómplice del taxista. Él cambió el protocolo del aula por la habitual informalidad del trato que usaban cuando estaban solos. "Ponte el cinturón, Vero, y guárdame diez minutos el beso que se te nota", le dijo Juan, mientras miraba a ambos lados de la vía.  En la acera de la izquierda, en una mesa de uno de los bares del sector, estaba sentado Julián, solitario como siempre, y con una cerveza en la mano. Ese día había cancelado la materia por faltas. 

El apartamento al que fueron era oscuro, con poca decoración, con una especie de altar sin santo en el pequeño patio de dos metros cuadrados que servía de aireador. Estaba ubicado en una calle amplia, cerca al centro y desierta a esa hora de la mañana. Ella se entregó a los juegos del placer mientras él reparaba de manera consciente los detalles del lugar. Al final, los dos jadearon y se dedicaron a fumar. luego vino un eterno silencio de doce minutos. Ella no quería desnudarle su alma con palabras. Él no quería interrumpir el efecto de sedación que le causaba el sexo. "Me voy en un taxi", dijo ella mientras se apuró a vestirse. "Tengo mucho que calificar, y creo que se rajó más de uno, y no hablo propiamente de Julián", agregó mientras cerraba la puerta. Juan se quedó un rato más tratando de adivinar cuál sería la imagen que había ocupado aquel altar. 
   

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