Valentina llegó apresurada. Como siempre, había llegado tarde. El café estaba lleno, pero la mesa del rincón, la que siempre ocupaban, estaba libre. Miró hacia los lados y se sentó a revisar el celular. Esta vez, extrañamente, Juan David no estaba. Su puntualidad era única. Desde el martes en la noche, él no le respondía los mensajes y las llamadas se iban al buzón. Ella llegó esperanzada, convencida de que a pesar de las discusión de aquella noche, la cita de los viernes en el café para escuchar al violinista era religiosa para Juan.
Esperó y se desesperó. El violinista tocó sus 10 temas y se fue. Cuando empezaban a recoger las mesas para cerrar, Juan llegó ebrio y con media botella de vino tinto en la mano. Valentina estaba descompuesta y lo recibió con varias preguntas fuertes. La hora, el vino, su estado, los mensajes, las llamadas que no contestó. Fueron muchos los interrogantes. Juan le dio un beso apasionado en la boca y se marchó. Ella pasó la noche en vela pensando que los besos nunca son respuestas.
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