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viernes, 23 de mayo de 2025

Herida profunda

Esteban tenía en su alma una herida tan profunda que ni el tiempo se atrevía a tocarla. Mariana había sido el amor de su vida. Con ella, los silencios no pesaban y el futuro se veía como un lugar acogedor. Habían materializado sueños y llevaban una vida ejemplar. Sin embargo, Él, en medio de su torpeza, la traicionó. No lo hizo con otra persona ni con un acto físico. Fue con algo peor: con una mentira que la decepcionó.

Mariana, con el corazón roto pero la dignidad intacta, se alejó totalmente sin mirar atrás. Él intentó buscarla, escribirle, pedir perdón, pero ella desapareció como una canción que no se vuelve a encontrar en la playlist.

Habían pasado casi tres años. Estaban había sobrevivido con una barba larga, un cabello enredado, un teletrabajo como corrector de estilo y pocas ganas de vivir. Cambió de ciudad, de trabajo, de amigos… pero no pudo cambiar de alma. Cada noche se dormía con la esperanza de olvidarla y cada mañana despertaba con el eco de su nombre latiéndole en el pecho.

Una tarde gris, en el invierno de mayo, Esteban subió a la terraza del edificio donde vivía decidido a todo. El cielo estaba pesado, como si también cargara culpas antiguas Esteban no lloraba, porque ya no le quedaban lágrimas. Sentía un silencio brutal por dentro. Había escrito una carta, no muy larga. En ella decía que “el amor, cuando se pierde por culpa de uno mismo, no se perdona jamás”.

Cuando dio el primer paso hacia el borde de la terraza, una voz lo detuvo. No era un grito, ni una advertencia. Era la voz de Mariana retumbando desde el fondo de la ciudad, en tono serio pero suave:

- “Sabes que mi amor por ti fue tan real como el tuyo. Si algo de eso queda en ti, vive, por lo que fuimos y ya no puede ser.”

Esteban se congeló. Nunca supo si era un sueño, una alucinación, una aparición o un recuerdo; pero esa voz era inconfundible. no podía inventársela. Cayó de rodillas, temblando. Lloró por primera vez en años. No por tristeza sino por esa chispa de vida que volvió a encenderse dentro de su pecho.  

El dolor de alma nunca se le fue. Comprendió que su verdadero castigo no era morir, sino todo lo contrario. Decidió vivir con dignidad, como ella le había enseñado. Empezó a escribir, a hablar con otros, a acompañar a quienes también estaban rotos. Nunca más volvió a amar, porque no quiso y porque no pudo. Un año más tarde empezó a preguntar por Mariana. Solo supo que canceló sus redes sociales, entregó el apartamento a la agencia, se desconectó de todos sus conocidos y desapareció para siempre. 

Sin embargo, desde aquella noche en la terraza, antes de dormir, Esteban siempre escuchaba la voz Mariana que le hablaba desde el fondo de la ciudad. Eso le bastaba para seguir. 


martes, 1 de octubre de 2024

Profundo vacío

En el lugar que ocupó el deseo toda la noche se metió un profundo vacío al amanecer. Cada que hacían el amor, Lorenzo madrugaba angustiado y Mariana se sentía deshabitada. Llevaban ocho años sintiendo lo mismo y ocultándoselo al otro. Curiosamente, el despertador del celular de ambos estaba puesto a las 6:16 a.m. El sonido no los sorprendió porque ambos habían abierto los ojos una hora antes, dándose la espalda, sin mirarse y con la misma sensación extraña de todas las veces. 

Ella simuló querer agregar unos minutos más de sueño evasor. Él aprovechó para levantarse rápidamente y meterse a la ducha. Lo que seguía ya era casi un ritual. Lorenzo salía de la ducha, tomaba su teléfono para fingir hablar con dos o tres abogados de la firma, darles instrucciones y recomendar acciones mientras él llegaba "lo antes posible". Mariana se vestía rápidamente sin bañarse, se peinaba y se maquillaba un poco, pedía un Uber y se despedía rápidamente porque según decía: "el carro confirmó que en tres minutos llega". 

El resto de la mañana siempre era igual para los dos. Él llegaba a la oficina y ella al gimnasia donde trabajaba y ambos sentían la necesidad de un poco más "de algo" que o sabían qué era. Lorenzo tomaba café cada media hora y Mariana comía maní salado sin pausa. 

Era miércoles. Lorenzo siempre le decía a sus compañeros del despacho de abogados, que los miércoles eran los días ideales para tomar las decisiones más importantes. Después del almuerzo y de pensarlo desde el desayuno, decidió escribirle una nota breve, clara y contundente a Mariana. Abrió el WhatsApp y digitó: "La paradoja de estar contigo es que la felicidad de una buena noche se transforma siempre en un desconsuelo eterno". 

Mariana estaba dictando su clase de spinning. Cuando terminó, se sentó en la cafetería del gimnasio y leyó el mensaje. Volvió a sentirse desolada. Aunque lo dudó, respondió de inmediato con otra sentencia breve: "No es paradoja aquello que es lógico. La vida siempre es otra después de hacer el amor". 

Lorenzo acababa de entrar a otra de esas reuniones largas, tediosas y mal planeadas. Revisó el mensaje. Pensó para responder algo rápido y apeló a un emoticón de una cara avergonzada. A renglón seguido puso la frase de todos los miércoles en la tarde: "Nos vemos el martes en la noche en el apartamento, para la otra vida".


domingo, 19 de abril de 2020

Merlot amargo

Los dos se habían trajeado para la ocasión. Era su primer encuentro. Se habían encontrado en un famoso y colmado restaurante del barrio Manila de Medellín. Mariana exhibía un vestido ceñido con un escote pequeño que resaltaba sus grandes curvas. Samuel llegó con un pantalón de dril, nuevo, azul oscuro y una camisa gris con cuello boton down. Pidieron una botella de un vino Merlot, recomendación de la casa. El mesero fue acomodando diferentes platos y en cada pasada servía las copas vacías, hasta terminar. Al fondo, como banda sonora del encuentro, el grupo del restaurante interpretó canciones de Morat, de Fito y de Joaquín Sabina. 

La cita era supuestamente para hablar de un grupo de investigación. Se contaron la vida, se confesaron secretos y se besaron despacio. Él estaba fascinado. La belleza de Mariana no lo deslumbraba sino que lo  estremecía. Rieron, hablaron de literatura, de música y se bebieron la botella completa. Cuando el primer taxi llegó, Samuel quiso despedirse con un acto de galantería. "A pesar de la hora", dijo, "mucho gusto, Samuel, pero puedes llamarme Samy". La frase golpeó en la mente borracha de Mariana, que respondió: "Mucho gusto, Mariana, pero puedes llamarme cuando quieras". Samuel intentó reír, pero no pudo. Algún gesto en el rostro de su casi nuevo amor le hizo perder el encanto. 

miércoles, 18 de marzo de 2020

La angustia acogedora

La conversación no fluía. Había llegado abril con sus lluvias y la tarde comenzaba a caer. El viejo bar, frecuentado solo por ancianos que tomaban tinto, estaba lleno. Juan David y Mariana daban la sensación de ser los nietos angustiados de alguno de los presentes. Las frases de él no encontraban sentido. Las miradas de ella no tenían destinatario. Estaban incómodos. Divagaron, hablaron cosas sin sentido y estuvieron desorientados durante casi una botella de vino. Mariana guardó un respetuoso silencio que duró dos eternos minutos. Se puso de pie como pudo y le propuso a Juan que salieran del bar. Llovía mucho y corrieron hacia el carro de Juan. Los vidrios estaban empañados y ellos, mojados y felices. La angustia se convirtió en una sensación acogedora.