En el lugar que ocupó el deseo
toda la noche se metió un profundo vacío al amanecer. Cada que hacían el
amor, Lorenzo madrugaba angustiado y Mariana se sentía deshabitada. Llevaban
ocho años sintiendo lo mismo y ocultándoselo al otro. Curiosamente, el
despertador del celular de ambos estaba puesto a las 6:16 a.m. El sonido no los
sorprendió porque ambos habían abierto los ojos una hora antes, dándose la
espalda, sin mirarse y con la misma sensación extraña de todas las veces.
Ella simuló querer agregar unos
minutos más de sueño evasor. Él aprovechó para levantarse rápidamente y meterse
a la ducha. Lo que seguía ya era casi un ritual. Lorenzo salía de la ducha,
tomaba su teléfono para fingir hablar con dos o tres abogados de la firma,
darles instrucciones y recomendar acciones mientras él llegaba "lo antes
posible". Mariana se vestía rápidamente sin bañarse, se peinaba y se
maquillaba un poco, pedía un Uber y se despedía rápidamente porque según decía:
"el carro confirmó que en tres minutos llega".
El resto de la mañana siempre
era igual para los dos. Él llegaba a la oficina y ella al gimnasia donde
trabajaba y ambos sentían la necesidad de un poco más "de algo" que o
sabían qué era. Lorenzo tomaba café cada media hora y Mariana comía maní salado
sin pausa.
Era miércoles. Lorenzo siempre
le decía a sus compañeros del despacho de abogados, que los miércoles eran los
días ideales para tomar las decisiones más importantes. Después del almuerzo y
de pensarlo desde el desayuno, decidió escribirle una nota breve, clara y
contundente a Mariana. Abrió el WhatsApp y digitó: "La paradoja de estar
contigo es que la felicidad de una buena noche se transforma siempre en un
desconsuelo eterno".
Mariana estaba dictando su
clase de spinning. Cuando terminó, se sentó en la cafetería del gimnasio y leyó
el mensaje. Volvió a sentirse desolada. Aunque lo dudó, respondió de inmediato
con otra sentencia breve: "No es paradoja aquello que es lógico. La vida
siempre es otra después de hacer el amor".
Lorenzo acababa de entrar a
otra de esas reuniones largas, tediosas y mal planeadas. Revisó el mensaje.
Pensó para responder algo rápido y apeló a un emoticón de una cara avergonzada.
A renglón seguido puso la frase de todos los miércoles en la tarde: "Nos
vemos el martes en la noche en el apartamento, para la otra vida".
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