Santiago llegó temprano y medio borracho. Valentina lloraba en la biblioteca, angustiada, después de leer uno de los 198 cuentos que tenía su página preferida. Santiago entró con una botella de ron ya destapada. Bebieron juntos de a dos tragos antes de qué él le preguntara por qué lloraba. Ella le mintió respondiendo que no le dolía nada. Solo el alma, pensó; pero nunca lo dijo.
Hacía ya tres años que Valentina se había desentendido de los negocios de su esposo. Era la mitad del tiempo en el que él se había distanciado del los problemas de ella. Sostuvieron una discusión que duró seis rones más, es decir, casi cuarenta minutos. Santiago, ya salido de casillas, le volvió a reprochar su llanto. Ella, ya entrada en un estado de ebriedad, volvió a mentirle. Insistió en la idea de que no tenía nada especial. Solo que se quemaba en un infierno sin que él lo notara, pensó; pero tampoco lo dijo. Santiago se quedó dormido intentando hablar. A ella el calor no la dejó dormir.
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