Domingo extraño. Las actividades de las personas no evidenciaron el carácter festivo del día. Hacía 40 días que el mundo estaba entre paréntesis. Katia era la única que tenía razones suficientes para sonreír. Sabía que la mente de Jair se ocupaba de ella, que su cuerpo también. Ella se tomó la tarde dominical como un descanso activo. Se olvidó de su computador y se dedicó a mirar la calle del pueblo desde su ventana. La soledad que vio le inspiró recuerdos de 14 años atrás. La curvatura de sus labios se arqueó por horas.
Jair no tuvo domingo. Desde hace varios años todos sus días le parecían lunes. Entre tarea y tarea, había pensado 200 veces en los rizos de Katia. Días atrás, sin pudores, ella le había expresado su admiración y sus palabras le habían generado vértigo. Habían quitado un stand by entre ambos, pero el mundo los había forzado nuevamente a suspender. Miró por su ventana y no se pudo inspirar. Apretó la boca y volvió a trabajar. La ciudad estaba vacía. En cuarentena. Era domingo, pero para él, en su portátil, estaba terminado otro lunes laboral.
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