Tras el escritorio de Claudia, en una oficina tapizada al estilo antiguo y con muebles pasados de moda, había un inmenso cuadro con su diploma de abogada. Frente a él, se sentó Jorge, tratando de retomar una conversación que habían interrumpido hace tres años. Él miraba el escritorio donde ella hacía círculos con su dedo índice mirando hacia la ventana.
Afuera se vivía una especie de carnaval. Un grupo afro bailaba, cantaba y saltaba ante la indiferencia, solo aparente, de la demás gente. Claudia le dio la vuelta al escritorio y salió. Ella quería estar afuera y no ahí sentada, como lo estuvo tres horas, escuchando hablar a un hombre que se le había convertido en un círculo vicioso.
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