Para Ángela, la voz de Javier era la banda sonora de su vida. Lo conoció cuando tuvo uso de razón. Creció jugando con él por las calles del pueblo. En la adolescencia fueron los mejores amigos. Estudiaron juntos en el liceo; iban a conciertos, a paseos y a partidos de fútbol. Eran amigos alcahuetas. Cuando ella se casó, Javier fue el que ofreció el brindis. Cuando se divorció, él estuvo a su lado para las vueltas notariales. Javier siempre tuvo las palabras adecuadas para amenizar sus mejores momentos y para acompañar sus dramas.
La tarde del segundo domingo de diciembre, sin ella saber por qué, Javier dejó de hablarle. Desapareció de su vida. La bloqueó en las redes sociales y en el teléfono celular. Dejó su apartamento vacío. Esa misma semana, preguntando por él en la oficina de profesores del colegio en el que trabajaba, Gustavo, su compañero de rumbas, le dijo que hace ocho días después de tomarse unos tragos, de una manera apresurada y extraña, Javier se había ido del país. Que únicamente había dejado una nota con un postit en la pantalla del computador. Ángela miró la pantalla y vio el papelito pegado. "Con mi música a otra parte", decía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario