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domingo, 24 de noviembre de 2024

El proyecto

Aquella noche de noviembre fue la quinta y última ocasión en menos de un mes en que Alexandra, con un abrupto cambio de tema, le preguntaba por Gabriela. Estaban en la Pizzería Vesubio esperando el pedido, ya se estaban terminado las segundas cervezas, de fondo sonaba "Respect" de Aretha Franklin y justo en ese momento Ángel le estaba contando los detalles del nuevo proyecto de investigación que había presentado en la Facultad. 

- "¿Otra vez con el mismo tema?", preguntó Ángel un poco descompuesto por lo que consideró una interrupción indebida. "¡Ya veo que te quieres tirar la noche!".  

- "Ni lo uno ni lo otro. Yo solo quiero que me digas la verdad, que no evadas el tema, que me confieses si te gusta Gabriela. Siempre te sales por la tangente y eso es lo que me hace dudar", advirtió Alexandra mirándolo con sus ojos azul profundo. Y agregó: "Y no es otra vez, lo que pasa es que nunca me has respondido la pregunta. Te aseguro que si me respondes, la noche seguirá igual de especial, con cervezas, pizza y rock; la combinación que nos gusta". 

Ángel trató de evadir la mirada levantando la mano para llamar al mesero, preguntar por la pizza y pedir otras dos cervezas. 

- "¿Te hago dudar? Dudas me genera a mí la insistencia tuya con ese tema. Ya te he dicho y te he demostrado que Gabriela es solo una buena compañera de trabajo y nada más". 

Contrario a las cuatro veces anteriores en que había puesto el tema, Alexandra estaba muy calmada. Demasiado sospechosa, pensaba Ángel. Ella bajó la mirada por un momento y sorbió dos veces su cerveza. Respiró más despacio y preguntó nuevamente: "¿pero te gusta?"  

Sin dudarlo, y por primera vez en los cuatro años que llevaban juntos, Ángel le lanzó una respuesta directa y contundente.  

- "Bueno. Seré claro y espero que este tema termine acá. Gabriela no me gusta", afirmó Ángel. Hizo una pausa para jugar momentáneamente con la espuma de su cerveza y continuó: "No me gusta físicamente, solo me genera una atracción netamente intelectual". 

Alexandra bajó la guardia y la mirada. No esperaba una algo así.    

- "Te juro que es solo eso. Es una mujer demasiado inteligente. Físicamente no me provoca nada. ¿Está claro?", dijo Ángel, queriendo explicar más de lo necesario. 

En ese momento llegó la pizza Margarita partida en cuatro porciones grandes, como ellos la habían pedido. Alexandra tomó lentamente la espátula de forma triangular, levantó el primer pedazo y lo pasó al plato de Ángel. Con el mismo ritual, en silencio, tomó una rebanada más para ella. Paso seguido, tomó los condimentos: orégano, pimienta y sal de ajo, y procedió a echárselos a su pedazo. Comenzó a comer sin determinar a Ángel. 

De fondo sonaba «Stairway to Heaven», de Led Zeppelin. Alexandra terminó su pedazo y su última cerveza con una sincronía perfecta con la última frase de la canción: "And she's buying a stairway to Heavenel". Fue ahí cuando decidió retomar el diálogo. 

- "¿Y el proyecto de investigación es a uno o a dos años?", preguntó. 

- "Dos años. Y uno más, si los investigadores conseguimos la cofinanciación de una universidad francesa", respondió Ángel, extrañado por el extenso silencio de Alexandra y el nuevo cambio de tema.  

- "¿Conseguimos?, ¿Quiénes son los otros investigadores?"

- "Solo Gabriela y yo" 

No hubo más palabras esa noche, ni en las noches de los tres años siguientes. Cuando llegaron de la pizzería, Alexandra recogió sus cosas y se fue a vivir con su hermana. 

Ángel siguió su vida de investigador en la Facultad y recorre el mundo con Gabriela dictando conferencias, tomando cerveza, asistiendo a concierto de rock, comiendo pizza, haciendo el amor y presentando el libro que resultó del proyecto: "El concepto del amor verdadero en las mitologías nórdica, egipcia, griega y mesopotámica" por Gabriela Jaramillo y Ángel Flores. Hoy lo presentan en la Universidad París X Naterre. 


viernes, 5 de abril de 2024

Santa Bárbara bendita

Como solía hacerlo cuando su estado de ánimo decaía, aquella tarde de viernes Ángel tomó su vehículo y partió sin un destino determinado. Por la autopista Sur llegó hasta la variante de Caldas, siguió hacia el Alto de Minas y cuando bajaba hacia La Pintada decidió entrar a Santa Bárbara. Dejó el carro junto a la iglesia y se dedicó a recorrer los rincones del pueblo en busca de las mejores panorámicas. En los pueblos, pensó mientras miraba hacia el cañón del Río Cauca, uno deja de ser uno mismo, se convierte en un desconocido y eso le da cierta libertad para no ser responsable de todas sus acciones. 

Habló con algunos lugareños, tomó varias fotos, compró unos dulces y se dirigió por la carrera Bolívar hasta "La Sala del Zar", un pequeño bar en el que comenzó todo, como la mayoría de las historias oscuras de aquel pintoresco pueblo. 

Ya se había tomado tres aguardientes cuando vio entrar por la puerta a Zain Romero, un colega escritor con el que casualmente había compartido panel cuatro veces en los festivales literarios de Jericó. Con la ayuda del licor habían alegrado varios encuentros, que transformaron rápidamente de tertulia a fiesta y de fiesta a bacanal. Zain estaba de paso en el pueblo, rumbo a La Pintada, a pasar el fin de semana con Dayra, su amante, que lo esperaba en una finca. Tres aguardientes después, Zain lo había convencido de que fuera con él. 

Ángel dejó su carro en el pueblo y se montó en el de su amigo, que serpenteó raudo por la carretera mientras bajó por la cordillera. El viaje se le hizo eterno. Cuando pasaron por Farallones, ya se habían consumido casi una botella y Zain le había contado todos los detalles de su trágica vida sentimental con su esposa y de sus aventuras con su amante. A Ángel la cabeza le daba vueltas, producto de la combinación de licor, historias y carretera. En una de tantas curvas, prefirió dejarse vencer por el sueño y por la borrachera, mientras Zain seguía conduciendo como un loco y contándole sus historias. 

Lo despertaron los cantos de los pájaros y las caricias de Dayra. Ángel no se hallaba. Miró a su alrededor para ubicarse: estaba en un segundo piso, desnudo, todavía borracho, en una cama matrimonial, en una habitación con balcón, con una mesita en la que estaban sus dos novelas preferidas, una jarra de agua, zanahoria picada y una botella de aguardiente. Había luz de día y a su lado, también desnuda y borracha, y excesivamente cariñosa, estaba la amante de su amigo Zain. 

Se levantó desconcertado. Como pudo, se envolvió en una toalla, abrió la ventana y miró hacia abajo buscando alguna referencia. Había una piscina gigante y a su lado un letrero en un retablo gigante que decía "Hotel Santa Bárbara Bendita". En el agua estaba Zain, abrazado tiernamente con su esposa y acompañado de sus dos hijas. Desde allí su amigo lo saludó efusivo con una frase que Ángel utilizaría después para titular uno de sus cuentos: "¿Cómo están el ángel y la santa?".