Entré al pequeño salón y todos se callaron. Se miraron unos a otros. Sabían que alguno de los presentes no seguiría vivo al final de la tarde. Yo ignoraba todo. Éramos 7: Juan, el dueño del.camión; Andrea, la chica de la tienda; don Jorge, el dentista, los tres hermanos Gómez, carpinteros; y yo.
Afuera hacía frío y el viento agitaba los frondosos árboles de la plaza. En el resto del pueblo habitaba la soledad. Todos se habían ido, presas del terror.
Uno de los hermanos Gómez, el menor, se llevantó mirando el piso. Caminó un poco, me evitó y miró por la ventana. Los otros dos hermanos hicieron el mismo ritual. un rato después lo hicieron Andrea y don Jorge. El dueño del camión no lo hizo. No hizo nada. Solo esperó.
El reloj marcó las 4 de la tarde. El menor de los Gómez me habló sin mirarme. "A usted le toca contar la historia", dijo. Y luego agregó: "llévese el camión, hasta donde la gasolina le alcance". Así lo hice. Después caminé y busqué un lápiz.