Ver desde afuera la larga fila que había en la oficina del banco fue motivo suficiente para desesperarse. Se descompuso de tal forma que vociferó improperios contra todo el sistema financiero. Media hora después salió a la calle con la certeza de que su entierro no sería una carga económica para su familia. En los 30 minutos más largos de su vida, había pagado en efectivo el costo de su funeral. Ahora solo la faltaba esperar en una fila mucho más larga, pero con ningún orden lineal, el momento de su muerte.