- "El existencialismo fue básicamente
una respuesta a la incertidumbre y al caos del mundo", afirmó Manuel,
mientras la miraba a los ojos y se tapaba un poco las piernas de ambos con el
borde de la sábana, dejando los cuerpos desnudos. "Sartre, Camus y Simone
de Beauvoir coincidieron al plantear que la existencia precede a la
esencia", continuó en su disertación.
Martina disfrutaba demasiado aquellos
monólogos filosóficos un poco dispersos y la mayoría de las veces inútiles para
ella, un arquitecta dedicada a la construcción de unidades residenciales de
casas en el oriente del departamento. Muchas veces, no le entendía casi nada,
pero el solo hecho de tener a Manuel tan cerca y saber que hablaba solo para
ella le generaba una placer particular que no podía ocultar en su rostro.
- "Es que los seres
humanos no nacemos con un propósito definido; somos nosotros mismos los que le
damos el sentido a nuestras vidas con nuestras decisiones y acciones. Y claro,
es una libertad que tiene un costo muy alto que la pagamos en cuotas de
angustia", continuó Manuel.
- "¡Tú cómo sabes de
cosas!", afirmó Martina en tono coqueto, mientras le acariciaba el cabello
con las manos y acercaba sus labios húmedos al pecho del ensimismado filósofo.
Daba lo mismo que le respondiera o no, la mayoría de las veces no lo hacía
cuando ella lo interpelaba; pero ella amaba tanto sus palabras como sus
desatenciones, sus rechazos y sus silencios. Estaba profundamente enamorada de
aquel filósofo desarreglado y medio vago, que se la pasaba todos los días entre
bibliotecas universitarias y bares bohemios del centro de la ciudad.
Manuel terminó la cerveza que
tenía en el vaso, ignoró la pregunta y continuó hablando. "Nacemos sin un
propósito. Nos definimos a través de nuestras elecciones, ejerciendo nuestra
libertad absoluta, que más que un privilegio es una carga".
Martina era consciente de que
se había enamorado de él por sus defectos, por su lado oscuro y por su parte
más difícil: su fanatismo filósofo hasta en los momentos de intimidad. Tendida
en la cama, siguió escuchando el discurso de Manuel, que empezó a caer en
conceptos difusos para ella, que sabía que empezaba a amanecer y que muy pronto
tendría que irse a su oficina en la constructora, al otro lado de la ciudad.
- "La vida es un absurdo porque
los hombres queremos encontrarle sentido en un universo diferente",
expresó Manuel mientras subía el tono de la voz, "y es justamente la falta
de respuestas es lo que nos sume en una profunda crisis existencial",
sentenció. Era justo esa vehemencia con la que cerraba sus reflexiones lo que
aumentaba la admiración de Martina.
Lo contempló una vez más.
Aprovechó el silencio contemplativo en que cayó él por unos minutos para
repasarlo de la cabeza a los pies. Mientras lo miraba, entendió que realmente
lo amaba sin una razón particular. Era muy poco lo sabía de él, excepto que
tenía formación filosófica y que dictaba algunas clases de epistemología en las
universidades del centro.
Con sutileza, le quitó la
sábana de los pies y empezó a acariciarlo en la parte baja del pecho. Se subió
a su cuerpo, lo miró a los ojos y le dijo al oído: "no quiero saber más
del existencialismo... Solo quiero que sepas que mi único deseo es existir en
ti". Aquella mañana volvió a llegar tarde al trabajo oliendo a
cerveza.