No podía creerlo. La misma chica rubia de cabello en cascada que él sentaba en sus rodillas cuando la adolescencia en explotaba su cuerpo era la misma mujer madura que ahora lo tenía acostado en el Diván tratando de encontrarle causas a su locura tardía de su cerebro otoñal.
No tuvo que contarle sus recuerdos de infancia. Tampoco tuvo que hablarle de sus antecedentes familiares. No hubo datos ni detalles; solo miradas y un pequeño quejido. Por primera vez en su vida, una sicóloga no le interpretó el pasado imposible. Se atrevió a soñarle el incierto futuro.