El viernes había sido un día de absoluto silencio. Llovió e hizo mucho frío. Para muchos, fue el cierre de una temporada invernal más; para Juan fue un extraño día de nostalgias y sollozos; uno de aquellos días de soledades necesarias y turbios recuerdos. Vio caer la tarde desde el patio, acostado en él y recibiendo en su cara cada gotera como si fuera una cachetada del pasado. En la noche, vagó por los callejones del barrio viejo cercano a su casa, compró una botella de vino casero y se embriagó hasta perder la noción del tiempo. Cuando despertó, ya había entrado un fuerte verano.
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