No había diván, pero Augusto no paraba de hablar. Le contó todos los detalles de la discusión que tuvo con Juliana la noche anterior. Le detalló día a día los tortuosos tres años que llevaba viviendo con ella. Le habló de sus incomprensiones, del día que tuvo que amarrarla porque quería herirlo con un puñal y del problema en que según él se había vuelto todo. Finalmente, le confesó sus reincidentes intenciones entre suicidas y asesinas, y le detalló todo lo ocurrido. Cuando paró de hablar, miró al frente. Allí seguía ella, escuchándolo sin intervenir, con una grabadora en la mesa, un diploma de abogada en la pared y un letrero traslúcido en la puerta que decía: "Fiscal 4". No había diván.
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