Las 11:52. El sonido de los disparos se confundía con el de la pólvora. En la ciudad de la periferia celebraban los hinchas del equipo color marrón. En la ciudad central, lloraban los hinchas del equipo color rosa. En toda la ciudad, la gente corría espantada. Unos lo hacían de miedo a los gases de la policía, y otros por el afán de llegar a la casa a ver en televisión la repetición de los goles. En el colectivo rumbo a casa, dos señores con cara de abuelos jubilados, pero con pinta y salario de maestros discutían sobre el fenómeno: "Los fanáticos de fútbol son así. Amenazan a periodistas, directivos y jugadores", decía el más crítico de los dos. "Pero pasados unos días se matan entre ellos, en las tribunas o en las calles, da igual", sentenció el otro. "Así es, justo en ese momento, es cuando se olvidan de los periodistas; y viceversa", apunté yo, tratando de entrar en la conversación.
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