lunes, 11 de marzo de 2024

Amor inteligente y amor desconocido

- ¿Te sirvo otro vino?, preguntó Antonella. 

Por enésima vez, no hubo respuesta. Esa noche celebraban el viaje a Europa al que lo enviaría la empresa a él para una capacitación técnica en la casa matriz de la compañía en Luxemburgo. Después de un silencio breve, Alexander continuó con la historia que le estaba contando antes de que ella se levantara a buscar la botella. 

"A Luis XIII le decían El Justo. Imagínate que fue al mismo tiempo Rey de Francia y de Navarra. Fue uno de los seis hijos de Enrique IV de Francia con María de Médici. Los otros hijos de su padre los tuvo por fuera del matrimonio y por eso los tildaban de hijos bastardos..."

Pasaron la noche en el apartamento de él. Antonella sirvió el tercer vino. Volvió a recostarse en su pecho y lo siguió oyendo con atención. Ella es de esas mujeres a las que les gusta más escuchar que ser escuchadas. Disfrutaba de los conocimientos profundos, dispersos, variados y muchas veces inservibles de su novio.  

- ¿Cómo sabes todo eso?, preguntó ella, aprovechando una pausa en el relato de Alexander. 

La habitación solo tenía encendida la luz de la pequeña lámpara del nochero. Él seguía inmerso en su relato y nuevamente obviaba e ignoraba las pequeñas interrupciones. Para Antonella, daba lo mismo que le contestara o no. Amaba tanto sus historias como sus silencios. 

"Como su padre fue asesinado cuando él tenía nueve años de edad y era demasiado joven para poder reinar, su madre asumió la regencia en nombre de su hijo. Estando en el poder, pactó la paz con España y para hacerlo casó primero a su hija Isabel de Borbón con el infante Felipe, y después a su hijo Luis XIII con la infanta Ana de Habsburgo, que también era hija del rey Felipe III". 

Antonella se perdía en las historias. La enganchaban un rato, pero lo extenso de los relatos y los efectos del vino la hacían perder el hilo. A las 3:30 de la mañana sirvió su sexto vino, el último al que le llevó la cuenta. 

- Esa reina me cae bien, alcanzó a murmurar Antonella mientras desocupaba rápidamente la copa.   

"Imagínate que las decisiones de la reina la metieron en muchos líos. El problema mayor es que no tenía buenas relaciones con su hijo, que era el heredero legítimo de la corona. Cómo sería, que Luis XIII organizó en 1617 un golpe de Estado y exilió a su madre".

A Antonella le atraía su perfeccionismo tanto como su egocentrismo, pero le aburría la monotonía. Admiraba muchísimo el rigor que Alex tenía con los datos y la precisión que manejaba en los detalles con los que armaba sus historias, pero los monólogos que asumía por horas le daban sueño y le causaban tedio. 

- ¿Dejamos para mañana el resto de la historia?, preguntó Antonella con voz gangosa y arrastrada. 

"Lo mejor es que la reina se escapó de la prisión y se sublevó contra su hijo. Así fue como se armó la llamada guerra de la madre y del hijo, que tuvo que ser solucionada por el cardenal Richelieu, con el tratado de Angulema. La mamá no quedó satisfecha y volvió a levantarse en armas contra su hijo. Esa fue la segunda guerra de la madre y el hijo. Para evitar más complots, el rey aceptó entonces el retorno de su madre a la corte".

En la Universidad, Alexander había sido monitor en varios grupos de investigación, había sido lector para ciegos en la biblioteca y se había graduado con honores con un promedio de 4,8 en la carrera. Antonella siempre estuve cerca de él, pero la relación de pareja solo se concretó unos años después, cuando él terminó el doctorado.  

"Para no alargarte más la historia, María de Médici volvió a París y se dedicó el resto de si vida al mecenazgo de artistas y a la construcción de su Palacio de Luxemburgo", continuó Alexander. Y agregó: "Pero ojo, no hay que confundirse, el Palacio no está en Luxemburgo, a donde es mi viaje, sino en París".

La luz del amanecer entró por la ventana. Antonella dormía plácidamente hacía dos horas con la seguridad de que su amor por Alexander y por su inteligencia era el más puro. 

Cuando terminaba de contar la historia, Alexander se percató de que ella estaba dormida, recostada sobre su pecho. La miró con intriga, pensó y caviló un momento, se reconoció a sí mismo que realmente la amaba por lo que no sabía de ella. Se levantó, se sirvió un vino y se sorprendió de saber que estaba profundamente enamorado de una desconocida. 

5 comentarios:

  1. Mágico y encantador

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  2. Uyyyy que bien JJ , Entretenido de.mucha cabeza y lo malo es qué no me tome un solo vino pero si dos Rones para digerirlo no el Ron pero si el cuento. Gracias por compartirlo y como siempre compartirlos con los míos q ya reclamos me habían hecho. Feliz día amigo JJ . Bendiciones y felicitaciones .

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  3. Excelente!!crea tu propio podcast se que sería grandioso anímese tiene la actitud Spotify podcast gratuitos

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  4. Agradable relato, buen texto.

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