Sus palabras sonaban frías, como el clima de la ciudad que habita; sus promesas siempre fueron falsas, siguiendo una fea costumbre de las personas que viven en aquella metrópoli; su rostro se convirtió en un enigma, producto de un vicio adquirido en el oficio, el de no dar la cara.
Con el paso del tiempo se convirtió en una referencia abstracta; se le conocía simplemente como "el doctor martes". Por sus manos pasaba el dinero de una empresa con renombre, pero sin corazón, como todas, y con un total desorden, como pocas.
Durante meses, los empleados rasos esperaron con ilusión todos los martes la aparición de aquel personaje extraño. Nunca lo hizo. Su corazón y su desorden eran de la misma marca de su empresa.
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