miércoles, 30 de octubre de 2013

Encierro

Lo único que llevaba en su mano era una bolsa plástica de supermercado en la que había echado los implementos básicos de aseo: un jabón, una toalla y una peinilla. En el bolsillo de atrás de su jean, raído en medio del tropel, tenía la billetera con su cédula, la libreta militar, una estampita de María Auxiliadora que le había regalado su abuela antes de morir y la foto de una mujer  guapa, malgeniada, de unos 36 años de edad, con un vestido casual y una sonrisa extraña. Por esa mujerestaba allí. 

Después del registro en la entrada pasó a un patio lleno de extraños. Allí, sentado en un rincón, casi invisible a los demás, pensó en dos cosas que no podía entender: la inusual sonrisa de infelicidad que puso ella ante el fotógrafo para ese retrato que lo acompañaba, y la agresiva reacción que él había tenido cuando supo lo de ella con el fotógrafo. 20 años después, antes de salir, entendió lo de la sonrisa. 

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