Comenzamos a caminar por unas calles mojadas como nunca antes un primero de enero. La soledad, el silencio y el frío daban la sensación de estar en país nórdico; la preocupación nos mantenía en nuestra ciudad, distinta y extraña, pero nuestra. Alcancé a contar 20 semáforos. El panorama no cambió. La preocupación aumentó. Desde que terminó la pólvora en la madrugada estábamos buscando a Simón, salió furioso cuando faltaban cinco para las 12. Al parecer, se perdió en le tiempo.
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