Aunque estaba interno en el manicomio desde el 14 de enero, en el fondo sabía que no estaba totalmente desquiciado. No fueron los pacientes, ni el encierro, ni el olor a manicomio. Ni siquiera el contacto con aquellas cuatro paredes, que más que una habitación de una clínica de reposo hacían las veces de una celda en una cárcel, lo que terminó por enloquecerme. Fueron los diálogos con los siquiatras, que me creían loco, lo que terminó por desquiciarme. Ya no duermo, simplemente deambulo día y noche. Han pasado 11 años desde aquel enero, y lo único que hago es escribir la misma frase: "tengo que escribir", "tengo que escribir", "tengo que escribir".