Humberto era un profesional mediocre, pero tenía la suerte y las relaciones suficientes para saltar de cargo en cargo en las grandes empresas de la ciudad. Era sucio en su accionar y grosero en la manera de tratar a sus subalternos. Era agresivo, marrullero, nada solidario y no tenía corazón. Gritaba, se exasperaba y maldecía. Desde un día empezó a mostrar su peor síntoma: la fea costumbre de almorzar solo. Desde entonces, sin saberlo, comenzó a convertirse en un indigente profesional.