La hora preferida de Gerardo era la noche, porque en ella se planteaba todas las preguntas. En el día, los interrogantes desaparecían y para él eran horas de tedio. Gerardo era un hombre como todos, lleno de dudas e incertidumbres, pero a diferencia de los demás, la luz solar le llenaba la cabeza de oscuridades. Una noche, a comienzos del año, se le fueron totalmente las luces.
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jueves, 9 de febrero de 2012
sábado, 23 de julio de 2011
Árboles y luces
Aquella madrugada, mientras veía llegar el amanecer a través de una pequeña ventana, acostado boca arriba, amarrado a los lados, con un gran dolor en la parte baja de la espalda y una buena dosis de morfina en el cuerpo, recordé la sentencia de mi amigo Antonio: “a nadie le gusta viajar en ambulancia, sobre todo si el puesto que se ocupa es el del paciente”. En medio de la traba, al compás de una destemplada sirena, vi pasar rápidamente los árboles de las calles y las luces de la ciudad. Sentí que el mundo estaba en un desorden similar al que tenía mi cuerpo por dentro. Tomé aire, quise calmarme pero no pude, y en medio del desespero pensé en que las ambulancias son lo más parecido a los carros mortuorios. La posición en el vehículo es muy similar. La diferencia puede ser que en las ambulancias el dolor lo tiene el que va acostado y que la velocidad del carro es mayor. Pasaron varios minutos y el dolor de la espalda superó los efectos narcóticos y sedantes de la droga que entraba al cuerpo mezclada con el suero. Al llegar al hospital, los enfermeros me bajaron rápidamente, con sumo cuidado. Al lado, estaba otro vehículo al que me trasladaron. Perdí el conocimiento y aquí estoy esperando. Quisiera saber si las luces del frente son las del quirófano o las del túnel. Son tan similares como las ambulancias y los carros mortuorios.
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