La vida le había enseñado a esperar con paciencia: para terminar sus estudios tuvo que postergar varios semestre mientras solucionaba asuntos económicos; para conseguir un trabajo digno tuvo que pasar primero por bares y cantinas en oficios de mesera; y para conseguir el amor de su vida tuvo que aguantar primero numerosas decepciones y engaños. La paciencia que no tuvo de joven, la adquirió como virtud gracias al paso de los años y de las contingencias de su vida. Por eso, aquella tarde que salió de la cita con el oncólogo decidió esperar con calma el desenlace anunciado. Han pasado 16 años, y ella sigue apoltronada con resignación.