Dejó la bicicleta en la entrada. Era muy temprano para hacer ruido y muy tarde para pedir perdón. Le dolía el alma tanto como las piernas. Se sentó en el mueble grande de la sala en medio de la soledad y allí esperó por horas. Solo se movía para cambiar de posición y para secarse los ojos con la manga de la camiseta. Lo asustaban los otros muebles vacíos, la cortina oscura, la foto de la familia completa que estaba detrás de él y un pequeño hilo de viento que se colaba por el resquicio de la ventana. Se cruzó de manos y piernas. Llegó la noche y luego muchas noches más. Sigue ahí, sin hacer ruido y poder pedir perdón, esperando. La bicicleta oxidada y con las llantas desinfladas en la puerta es la señal para el mundo del tiempo que él ha estado allí.