Eladio era el más ilustre matemático de la ciudad. Aquel lunes, había quedado de entregar las notas a las 3:00 de la tarde, pero llegó mucho más temprano, calculando que sus alumnos no estarían allí todavía. Destapó su maletín de cuero, sacó los registros y esperó. Los minutos pasaron y lentamente se convirtieron en horas. Nadie llegó. Aquella noche, de regreso a casa, con la planilla en la mano, entendió perfectamente que sus estudiantes estaban muy bajos de nota.