Hacía 30 años que no hablaban. La última vez fue en la oficina de abogados en la que ambos eran mensajeros; justo el día que Julián renunció para poder matricular algunos cursos que le faltaban para titularse en la Universidad.
Hablaron casi dos horas, se tomaron una cerveza y los datos del celular. Nunca se llamaron. Aquella tarde del encuentro, Martín, el mensajero, sintió envidia de Julián, que se había hecho todo un profesional. Al mismo tiempo, Julián pensó que ser antropólogo no le sirvió de nada y que si hubiese seguido en la oficina, ya estaría a punto de jubilarse como su excompañero. Faltaron más cevezas para decirse la verdad.
no se dicen mentiras, ni se hace faltas a la verdad. solo que la vida transcurrida no se deja en nos horas, se construye de recuerdos no compartidos.
ResponderEliminarPero cuando se comparten se vuelve a vivir.
EliminarMuchos, queriendo vivir sus sueños, caen en la trampa de mirar al pasado y querer vivir lo vivido. Sin agradecer por los favores recibidos.
ResponderEliminarAsí es Edgar, pero no se puede dejar el pasado quieto... hay días en que es bueno sacudirlo
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