Aunque era una mujer noctámbula y se acostaba en horario de Cenicienta, a las 3:00 ya tenía los ojos abiertos y estaba decidida a esperar. Las 4:30 de la mañana, la hora maldita. Siempre ocurría lo mismo. El dolor llegaba, la atormentaba, la hacia retorcerse hasta gritar, hasta más no poder, justo hasta que aparecía el sol por su ventana. Diariamente. Siempre fue su indeseado ritual. Ningún médico pudo saber qué tenía, ninguno la pudo diagnosticar. Un día, el dolor despareció. La cura fue la locura.
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